Ava
-...Y luego dijo: «No le vuelvas a pedir a Ava que haga algo así nunca más, o te mataré a ti y a toda tu familia» -dijo Jules dramáticamente antes de darle un sorbo a su café de caramelo. -¡Qué dices! -Stella se inclinó hacia delante, boquiabierta-. ¡No me digas que dijo eso! -No dijo eso. -Le lancé a Jules una mirada reprobatoria -. Deja de exagerar. -¿Tú qué sabes? Estabas en el baño -dijo. Fruncí el ceño y añadió-: Vale, no utilizó exactamente esas palabras, al menos en ese momento, pero la idea global era esa. Aunque sí que amenazó a Owen para que se alejara de ti. - Jules partió un trozo de su bizcocho de arándanos y se lo metió en la boca. -Pobre Owen. -La culpa me corroía mientras dibujaba garabatos sin sentido en la mesa. Como todos los jueves, había quedado con Jules, Stella y Bridget en el Morning Roast para tomar un café, y Jules había relatado a las demás los sucesos del sábado en casa de Owen con su particular exageración-. Ojalá no le hubiera metido en esto. Tantas horas de sesión, para nada. Trabajaba con Owen en la galería McCann, donde ocupaba el puesto de recepcionista desde hacía un año y medio. Mi padre nunca me dijo explícitamente que no quería que me dedicara a la fotografía, pero sí dejó claro que no me iba a pagar el equipo. Me pagó la matrícula y otros gastos del curso, pero cuando necesitaba nuevos objetivos, cámaras o trípodes, tenía que comprármelos yo. Traté de no ofenderme con su silencioso menosprecio. Tenía suerte de haberme graduado sin haber tenido que pedir ni un préstamo, y no me importaba matarme a trabajar. El hecho de haberme comprado cada parte del equipo con mi propio dinero me hacía valorarlo aún más, y además me gustaba mi trabajo en McCann. Era una de las galerías más prestigiosas del noreste de la ciudad y me caían muy bien mis compañeros, aunque no estaba segura de que Owen quisiera volver a hablarme después de lo que había hecho Alex. Todavía me hervía la sangre al recordar su actitud controladora. No podía creer que hubiera tenido el descaro de aparecer allí y ponerse a darme órdenes así como así. Y amenazar a mi amigo. Y tratarme como si fuera... su sirvienta o su empleada. Ni siquiera Josh había llegado nunca tan lejos. Apuñalé mi yogur con el cuchillo, furiosa. -Por lo que veo, me he perdido unos días interesantes - suspiró Bridget-. Solo pasan cosas divertidas cuando no estoy.Bridget había tenido que ir a un evento del consulado de Nueva York en Eldorra, ya que era la princesa de Eldorra. Eso es. Palabra de honor, era una princesa de verdad, segunda en la línea de sucesión de un país de Europa pequeño pero muy rico. Incluso tenía aspecto de princesa. Cabello rubio, ojos azules y una complexión elegante que le hacía parecerse a Grace Kelly. Yo no sabía quién era Bridget hasta que a Jules, a Stella y a mí nos tocó compartir habitación con ella el primer año de carrera. Además, esperaba que una princesa tuviera una habitación para ella sola. Pero eso era lo mejor de Bridget. A pesar de haberse criado entre algodones, era una de las personas con la cabeza mejor amueblada que conocía. Nunca se aprovechaba de su posición e insistía en vivir como una universitaria normal y corriente siempre que podía. En ese sentido, Thayer le venía muy bien. Gracias a su cercanía a Washington y a sus programas de política internacional, el campus estaba lleno de hijos de políticos y de realeza de muchos países. Un par de semanas antes había escuchado al hijo del presidente de la Cámara de los Comunes y al príncipe de la corona de una potencia petrolera discutir sobre videojuegos. Son cosas que no te puedes inventar. -Créeme, no fue nada divertido -gruñí-. Fue humillante. Y le debo una cena a Owen, como mínimo. Mi teléfono se iluminó con un mensaje entrante. Liam. Otra vez. Eliminé la notificación antes de que mis amigas pudieran verla. No me apetecía tener que aguantarle a él ni a sus excusas en ese momento. -Au contraire, yo creo que fue graciosísimo. -Jules se terminó el resto del bizcocho-. Tendrías que haber visto la cara de Alex. Estaba cabreado. -¿Cómo va a ser eso gracioso? -preguntó Stella después de sacarle una foto a la espuma de su café. Stella era influencer de moda y tendencias y tenía más de 400.000 seguidores en Instagram, así que ya estábamos acostumbradas a que le hiciera fotos a todo para su Insta. Irónicamente, para alguien con tanta exposición social, era la más tímida del grupo, pero decía que el «anonimato» de internet le facilitaba ser ella misma. -¿Me habéis oído? Estaba cabreado. -Jules puso especial énfasis en la última palabra como si tuviera algún significado. Bridget, Stella y yo nos quedamos mirándola sin entender. Suspiró, visiblemente exasperada por nuestra falta de comprensión. -¿Cuándo fue la última vez que visteis a Alex Volkov cabreado? ¿O contento? ¿O triste? Este hombre no tiene emociones. Es como si Dios le hubiera dado todo el poder del buenorrismo y cero capacidades de sentir emociones humanas. -Yo creo que es un psicópata -dijo Stella, ruborizada-. Nadie puede controlarse tanto todo el rato. Todavía estaba enfadada con Alex y, sin embargo, una parte de mí sintió el impulso de defenderlo. -Solo le habéis visto unas pocas veces. No es tan cabrón cuando no...-¿... se comporta como un cabrón? -terminó Bridget. -Lo único que digo es que es el mejor amigo de Josh, y confío en el criterio de mi hermano. Jules soltó una carcajada. -¿El mismo hermano que se puso un disfraz de rata horroroso para la fiesta de Halloween del año pasado? Arrugué el gesto mientras Bridget y Stella rompían a reír. -He dicho criterio, no buen gusto. -Perdona, no te enfades. -Stella sacudió la cabeza hasta que sus rizos oscuros y brillantes se le derramaron sobre los hombros. Siempre bromeábamos con que era una ONU andante, por sus raíces multiculturales: alemanas y japonesas por parte de su madre, africanas y puertorriqueñas por parte de su padre. El resultado era un metro ochenta de piel olivada, piernas largas y unos felinos ojos verdes. Si hubiera tenido algún interés en ser una supermodelo, podría haberlo sido perfectamente, pero nunca lo tuvo-. Solo era una observación, pero tienes razón. No lo conozco tanto como para juzgarlo. Retiro lo dicho. -No me enfado, pero... -balbuceé. ¿Qué coño estaba haciendo? Alex no necesitaba que lo defendiera. Tampoco es que fuera a oírnos. Incluso si lo hiciera, le daría igual. Si había alguien a quien le importaba un bledo lo que pensaran de él, ese era Alex Volkov. -Chicas, no me habéis entendido. -Jules agitó una mano en el aire-. La cuestión es que Alex sí que mostró emoción. Por Ava. Y esto podría ser muy divertido.Oh, no. La idea de diversión de Jules normalmente incluía un montón de problemas y una potencial dosis de vergüenza por mi parte. -¿Cómo que divertido? -Bridget parecía intrigada. -¡Bridge! -Le di una patada por debajo de la mesa-. No la animes. -Perdón. -La rubia hizo un gesto-. Pero todo lo que me ha pasado últimamente ha sido muy... -Echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no había nadie escuchando. No había nadie, a excepción de Booth, su guardaespaldas, quien se había sentado en una mesa detrás de nosotras y fingía estar leyendo el periódico mientras vigilaba los alrededores-. Los actos diplomáticos y las ceremonias son aburridos de narices. Y mientras tanto, mi abuelo está enfermo, mi hermano hace cosas raras y necesito distraerme con algo. Su abuelo y su hermano, es decir, el rey Edvard y el príncipe Nikolai de Eldorra. Tenía que recordarme a mí misma que eran seres humanos como todo el mundo, pero incluso después de años de amistad con Bridget, no me había acostumbrado a que hablara de su familia de manera tan informal. Como si no fueran de la realeza. -Tengo una teoría. -Jules se inclinó hacia delante mientras el resto, yo incluida, nos moríamos por saber qué iba a decir. Seguramente fuera pura curiosidad, porque en realidad sabía que no me iba a gustar lo que estaba a punto de salir de su boca. Y no me equivoqué. -Por algún motivo Ava saca de quicio a Alex -dijo Jules -. Veamos hasta dónde puede llegar. ¿Cuánto puede hacerle sentir? Puse los ojos en blanco. -Debes de tener el cerebro frito de todas las horas que pasas en las prácticas, porque no tiene ningún sentido lo que estás diciendo. Me ignoró. -Lo llamaré... -pausa dramática- «Operación Emoción.» Alzó la mirada y dibujó un arco con la mano como si hiciera aparecer mágicamente las palabras en el aire. -Muy creativo -se burló Stella. -Escuchad. Todas pensamos que Alex es un robot, ¿verdad? Bueno, ¿qué pasaría si ella -Jules me señaló- demuestra que no lo es? Chicas, no me digáis que no os gustaría verle comportarse como un ser humano de verdad, solo por una vez. -No. -Lancé el vaso de café vacío a un cubo de basura y por poco le di a un alumno que llevaba una camiseta de Thayer. Le pedí disculpas desde lejos antes de volver a la ridícula propuesta-. Esa es la peor idea que he oído en mi vida. -¡No critiques sin saber! -dijo la que se hacía llamar mi mejor amiga. -¿Para qué quieres hacer eso? -Abrí los brazos en el aire-. Además, ¿cómo íbamos a hacerlo? -Es fácil. -Jules sacó un bolígrafo y una libreta de su bolso y empezó a escribir-. Hacemos un listado de emociones y tú tienes que hacerle sentir todas. Será una prueba. Como una revisión anual para comprobar que funciona bien.-A veces -dijo Bridget- me asusta cómo piensa tu cerebro. -No -repetí-. No voy a hacerlo. -A mí me parece un poco... feo. -Stella repiqueteó las uñas en la mesa-. ¿Qué emociones se te ocurren? -¡Stel! -¿Qué? -Me miró con ojos culpables-. Me da curiosidad. -¿A bote pronto? Ya le hemos visto cabreado, así que: felicidad, tristeza, miedo, asco... -En la boca de Jules brotó una sonrisa traviesa-. Celos. Se me escapó una carcajada. -Por favor. Nunca tendría celos de mí. Era un ejecutivo multimillonario con el cociente intelectual de un genio; y yo una universitaria pluriempleada que cenaba cereales. No había punto de comparación. -No me refiero a celos de ti. Sino de otros. Por ti. Bridget dio un saltito. -¿Crees que le gusta Ava? -No. -Estaba cansada de decir la misma palabra-. Es el mejor amigo de mi hermano, y no soy su tipo. Me lo dijo. -Psssst. -Jules desestimó mis palabras como haría con un mosquito-. Los hombres no saben lo que les gusta. Además, ¿no quieres devolvérsela por lo que le hizo a Owen? -No, no quiero -dije con firmeza-. Y no voy a seguir adelante con esta locura. Cuarenta minutos más tarde, decidimos que la fase uno de la Operación Emoción daría comienzo en tres días.Me odiaba por haber cedido. De alguna manera, Jules siempre me convencía para hacer cosas en contra de mi voluntad, como una vez que hicimos un viaje de cuatro horas hasta Brooklyn para ir a un concierto de un grupo solo porque le parecía que el cantante estaba bueno, y acabamos tiradas en mitad de la autopista porque se nos paró el coche de alquiler. O la vez que me convenció para escribirle un poema de amor al chico guapo de mi clase de literatura, solo para que su novia (cuya existencia yo desconocía) la encontrara y fuera a buscarme a mi dormitorio de la residencia. Jules era la persona más persuasiva que conocía. Una buena cualidad para una aspirante a abogada, pero no tan buena para su amiga inocente, es decir, para mí, que lo único que quería era no meterme en líos. Esa noche me metí en la cama y cerré los ojos, tratando de ordenar mis pensamientos. Se supone que la Operación Emoción debía ser un experimento divertido y ligero, pero me ponía nerviosa, y no solo porque fuera malintencionada. Es que todo lo que tuviera que ver con Alex me ponía nerviosa. Me dio un escalofrío al pensar en las represalias que podría tomar si se enterara de lo que estábamos tramando, y me consumió el miedo a que me despellejara viva, hasta que me sumergí en un sueño ligero e irregular. -¡Socorro! ¡Mamá, ayúdame!Intenté gritar, pero no podía. No debía. Estaba bajo el agua, y si abría la boca entraría toda el agua y nunca más volvería a ver a mamá, a papá y a Josh. O eso me habían dicho. También me habían dicho que no anduviera sola cerca del lago, pero yo quería hacer ondas en el agua. Me gustaban las ondas, y me gustaba cómo una piedrecita era capaz de provocar un efecto tan grande. Pero ahora esas ondas me estaban ahogando. Eran miles y miles, que me arrastraban hacia el fondo, cada vez más lejos de la luz sobre mi cabeza. Me brotaron lágrimas de los ojos, pero el lago se las tragó y engulló también mi pánico hasta que me quedé a solas con mis plegarias. No voy a salir no voy a salir no voy a salir. -¡Mamá, socorro! -No iba a poder aguantar mucho más tiempo. Grité, grité tan fuerte como me permitieron mis pequeños pulmones. Grité hasta que me destrocé la garganta y sentí que estaba a punto de desmayarme, o quizás era el agua, inundándome el pecho. Demasiada agua. Por todas partes. No había aire. No había aire suficiente. Agité los brazos y las piernas con la esperanza de que me ayudaran, pero no lo hicieron. Cada vez me hundía más profundo. Lloré con más fuerza; no físicamente, porque no podía distinguir entre llorar y existir; sino con el corazón. ¿Dónde estaba mamá? Debería estar aquí. Las mamás siempre deberían estar con sus hijas.Y antes estaba allí en el muelle, mirándome..., hasta que dejó de estar. ¿Se había ido? ¿Estaba también ahogándose en el agua? Volvió la oscuridad. La vi, la sentí. Se me emborronaron los pensamientos y se me cerraron los ojos. Ya no tenía fuerzas para gritar, así que solo pude articular con los labios: -Mamá, por favor... Me desperté sobresaltada, con el corazón latiendo a mil por hora mientras las paredes terminaban de absorber mis gritos ahogados. Tenía la colcha enredada en las piernas, así que me deshice de ella, sobrecogida por la sensación de estar atrapada sin posibilidad de escapar. Las letras rojas del despertador me indicaron que eran las 4:44 de la madrugada. Sentí en el cuello una punzada de terror que me recorrió la espina dorsal. En la cultura china el cuatro era el número de la mala suerte, porque la palabra sonaba igual que «muerte». Sì, «cuatro»; sĭ, «muerte». La única diferencia entre las dos era la inflexión del tono. Nunca he sido una persona supersticiosa, pero siempre se me han puesto los pelos de punta al despertarme de una pesadilla a las cuatro de la madrugada, lo cual sucedía casi todas las veces. No recordaba la última vez que me había despertado a una hora distinta. De vez en cuando me despertaba sin recordar haber sufrido ninguna pesadilla, pero no era habitual. Escuché un sonido de pasos en la entrada y traté de relajar la cara para expresar algo distinto al puro terror,entonces se abrió la puerta y Jules entró. Encendió la lámpara y al verla con el pelo revuelto y la cara cansada me atravesó la culpa. Llevaba muchas horas trabajando y necesitaba dormir, pero siempre venía a comprobar cómo estaba, incluso cuando le insistía en que volviera a la cama. -¿Cómo de mala ha sido? -preguntó con suavidad. El colchón se hundió bajo su peso cuando se sentó a mi lado, y me ofreció una infusión de tomillo. Había leído por internet que ayudaba con las pesadillas y había empezado a prepararla unos meses atrás. Ayudaba, porque llevaba dos semanas sin tener una, lo cual era un récord, pero al parecer ya se me había acabado la buena racha. -Nada fuera de lo común. -Me temblaban tanto las manos que se me vertió el líquido de la taza por encima, mojándome mi camiseta favorita del instituto, que tenía un dibujo de Bugs Bunny-. Vuelve a la cama, J. Hoy tienes una presentación. -Que le den. -Jules se atusó la melena roja enredada-. Ya estoy despierta. Además, son casi las cinco. Fijo que ya hay cientos de runners flipados con mallas haciendo footing en la calle. Esbocé una sonrisa débil. -Lo siento. Te lo digo en serio, podemos insonorizar mi cuarto. -Jules me envolvió en un abrazo y me permití sumergirme en su calor. Desde luego, a veces me metía en situaciones turbias, pero estaba conmigo a muerte desde el primer año de carrera, y no habría imaginado en su lugar a nadie que no fuera ella-. Todo el mundo tiene pesadillas. -No como estas.Llevaba teniendo esas pesadillas (esas terribles pesadillas tan realistas que temía que no fueran solo sueños, sino recuerdos) desde que tenía uso de razón. Para mí, esto fue a los nueve años. Todo lo de antes era neblina, un lienzo salpicado de sombras desvaídas de mi vida anterior al Apagón, que era como llamaba a la división entre mi infancia olvidada y los años posteriores. -Para ya. No es culpa tuya, y no me importa. De verdad. -Jules se recolocó y me sonrió-. Ya me conoces. Nunca diría que no me importa si realmente me importara. Se me escapó una risa débil y dejé la taza vacía en la mesilla. -Es verdad. -Le apreté la mano-. Estoy bien. Vete a dormir, a correr o a tomarte un café de caramelo o lo que sea. Arrugó la nariz. -¿Yo, ir a correr? Me parece a mí que no. El cardio y yo rompimos hace mucho. Además, sabes que no sé usar la cafetera. Por algo me dejo el sueldo en el Morning Roast. - Se me quedó mirando con la ceja arqueada-. Dame un silbidito si necesitas cualquier cosa, ¿vale? Estoy abajo, y no me voy a trabajar hasta las siete. -Vale. Te quiero. -Te quiero, cielo. -Jules me dio un último abrazo antes de irse y cerró la puerta tras de sí con un suave clic. Me hundí en la cama y me tapé con la sábana hasta la barbilla, tratando de quedarme dormida otra vez, aunque sabía que sería un esfuerzo en vano. Pero incluso ahí, bajo la sábana, en una habitación bien aislada en mitad del verano, seguía teniendo frío, como si un espectro fantasmalme estuviera advirtiendo que el pasado nunca nos abandona, y el futuro nunca se desarrolla como queremos.
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Twisted Love - Ana Huang
RomanceHOLI LES PASO LA HISTORIA DE AVA Y ALEX VOLKOV DERECHOS DE AUTOR A @ANAHUANG