El sol matutino iluminaba con calidez el cielo despejado, y una brisa suave recorría el pueblo, trayendo consigo el aroma de flores silvestres. Era el primer día que Kaira —o más bien, Elias en su nuevo cuerpo— podía salir a explorar el lugar sin la compañía vigilante de los caballeros. Sin embargo, no lo haría sola. A su lado, Ilyana caminaba con una elegancia innata, observando a su amiga con una sonrisa leve, como quien planea una lección importante.
—Hoy aprenderás algo fundamental, Elias —dijo con un tono divertido, aunque manteniendo un aire de autoridad—: cómo comportarte como una dama.
Elias se detuvo en seco, sintiendo cómo su rostro se encendía.
—¿Disculpa? —preguntó, nervioso.
—Lo escuchaste bien. Ahora eres Kaira, una sacerdotisa. Eso implica ser el reflejo de gracia y feminidad. Vamos, te mostraré.
Ilyana tomó suavemente a Elias del brazo y comenzó a caminar, marcando un ritmo pausado y elegante.
—Primero, observa cómo camino. No es solo dar pasos, es una declaración. Una mujer no se arrastra ni se tambalea; se desliza. El peso debe recaer ligeramente en los dedos al avanzar, y la postura debe ser erguida, pero relajada.
Elias intentó imitarla, pero con cada paso sentía que algo iba mal. Tropezaba ligeramente, y sus movimientos carecían de la fluidez natural de Ilyana.
—No te esfuerces demasiado —le dijo ella, riendo por lo bajo—. Relájate. Imagina que estás danzando, no marchando a la guerra.
Elías suspiró, intentando no sentirse ridículo. Mientras tanto, la ropa que llevaba no ayudaba a calmar su incomodidad. Ambas vestían túnicas de tonos primaverales, de un rosa pálido que contrastaba delicadamente con el verde del entorno. Las túnicas eran ligeras y decoradas con bordados intrincados que representaban flores y estrellas. La de Ilyana tenía mangas largas que fluían con elegancia, mientras que la de Kaira era más ajustada en la cintura, destacando la figura que Elias aún no aceptaba del todo.
—Las sacerdotisas deben ser un símbolo de serenidad y feminidad, Elias —continuó Ilyana—. Incluso aunque seas peculiar, siempre debes transmitir confianza y gracia.
Mientras caminaban, una niña de no más de ocho años apareció corriendo desde una de las calles del pueblo. Su cabello castaño ondeaba detrás de ella, y sostenía una pequeña flor blanca en su mano. Al llegar frente a Kaira, se detuvo, respirando agitadamente.
—¡Señorita Kaira! —dijo la niña con una voz alegre—. Esta flor es para usted.
Elias parpadeó, sorprendido. La niña alzó la flor hacia él con una sonrisa brillante.
—Quiero ser como usted cuando crezca —continuó la niña, admirándola con ojos grandes y llenos de inocencia—. Es tan hermosa y valiente.
El rostro de Elias se tornó rojo de inmediato, sin saber qué responder. Miró a Ilyana en busca de ayuda, pero su amiga simplemente le devolvió una mirada divertida, claramente disfrutando de su incomodidad.
—Gracias… —balbuceó Elias, tomando la flor con torpeza.
Ilyana apretó los labios, tratando de contener una risa, pero finalmente no pudo evitar soltar una carcajada ligera.
—Parece que ya tienes admiradoras —comentó con picardía, mientras Elias deseaba desaparecer.
El momento fue interrumpido de forma abrupta por un rugido profundo que sacudió el aire. El cielo, antes despejado, se cubrió de sombras cuando una enorme figura alada se cernió sobre el pueblo. Un dragón, más imponente de lo que cualquiera podría haber imaginado, descendió desde las nubes, aterrizando con un estruendo que hizo temblar el suelo.
Era una bestia descomunal, con escamas negras que brillaban como obsidiana bajo la luz del sol. Sus ojos, de un rojo incandescente, parecían arder con una furia antigua, y sus garras se hundían en la tierra como cuchillas afiladas. Cada movimiento suyo era un recordatorio de su poder destructivo, y su mera presencia hacía que el aire se sintiera pesado.
La niña, que aún estaba junto a Elias, quedó paralizada por el miedo. Antes de que Ilyana pudiera reaccionar, el dragón abrió sus mandíbulas y soltó una llamarada que arrasó con todo a su paso.
Elias gritó al ver cómo la niña era consumida por el fuego en un instante, su pequeña figura desapareciendo entre las llamas. La risa cruel del dragón resonó en el aire, como si disfrutara del sufrimiento que causaba.
Ilyana tomó a Elias del brazo, tirando de él para que se moviera.
—¡Tenemos que irnos ahora! —gritó, su voz llena de urgencia.
Pero Elias no podía apartar la mirada del lugar donde la niña había estado, ahora reducido a cenizas. Una mezcla de ira, impotencia y horror lo invadió, mientras el rugido del dragón seguía llenando el aire.
Los gritos del pueblo comenzaron a resonar a su alrededor. Las personas corrían en todas direcciones, tratando de salvarse de la criatura que había traído consigo la destrucción. Ilyana comenzó a murmurar un hechizo, formando un escudo de luz a su alrededor y empujando a Elias hacia un lugar más seguro.
—Elias, escucha. No puedes quedarte paralizado —le dijo, su tono firme pero lleno de preocupación—. Ese dragón no es una criatura común. Algo oscuro lo controla.
Elias asintió lentamente, tratando de recuperar la compostura. Mientras seguían huyendo, no podía dejar de pensar en la niña y en el poder devastador del dragón, una fuerza que parecía estar más allá de cualquier cosa que pudieran enfrentar.
El capítulo culmina con el rugido del dragón resonando por todo el pueblo, marcando el inicio de una batalla que cambiaría sus vidas para siempre.
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En el eco de los sueños
Science FictionSigue a Elias, un joven atrapado en su vida diaria que descubre que cada vez que duerme, su alma viaja a otros universos. En cada sueño asume un nuevo cuerpo. A medida que exploras estos mundos desconocidos, encontrarás desafíos y criaturas extrañas...