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Nat despertó antes del amanecer. Al ver que aún no había salido el sol, intentó dormirse de nuevo; sin embargo, no logró conciliar el sueño. Por primera vez en mucho tiempo se sentía descansado.
Se levantó de la cama, estiró su cuerpo y se dirigió al cuarto de baño. Luego de lavar su rostro y cepillar sus dientes, se asomó por un pequeño balcón de la habitación y observó el frío paisaje. Una gruesa neblina cubría todo el lugar. Sintió frío, pues tenía puesta una delgada bata de algodón y unos diminutos pantaloncillos. Frotó sus brazos para darse algo de calor y continuó apreciando el hermoso lugar.
— Deseo cabalgar...
Su instinto aventurero se activó al ver un entorno hermoso y diferente frente a él. Quería salir y apreciar el paisaje de cerca.
— ¿Tal vez no noten mi ausencia? — se preguntó — Aún es temprano; todos deben de estar durmiendo. Solo debo pensar muy bien, ¿por dónde puedo escaparme?
El príncipe estaba acostumbrado a fugarse de casa para irse de excursión cada vez que quería. En Seaview tenía sus propios pasadizos secretos para no ser detectado, aunque algunas veces no tenía suerte y lo descubrían. Su padre siempre lo castigaba, pero seguía escapando; no le daba importancia a los severos castigos que obtenía. A él solo le interesaba sentirse libre.
Se inclinó sobre el balcón y analizó cuán alto estaba.
— No es tan alto, creo que puedo saltar, pero es posible que me lastime el tobillo al caer. La idea de amarrar una sábana y bajar también debo desecharla, pues si algún guardia hace recorrido por aquí, la notará y armará un alboroto.
Siguió analizando su ruta de escape hasta que logró visualizar una cerca con una enredadera de flores en las paredes de los lados de su balcón. Un adorno muy útil, pensó.
— ¡Al fin, un modo de salir! — chilló con emoción. Entró de nuevo a la habitación, se colocó una gruesa y larga capa azul oscuro y salió al balcón. No quería perder más tiempo por estar cambiándose de ropa.
Antes de bajar, arrojó sus zapatos hacia el césped. Se sentía más cómodo descendiendo por la enredadera descalzo. Teniendo muchísimo cuidado de no lastimarse, pues no quería tener raspones el día de su boda, logró bajar sin problemas. Se colocó las zapatillas y corrió hacia los establos con mucha cautela.
Intentó ser lo más sigiloso posible; no deseaba ser detectado por algún guardia y que frustraran su plan. Además, no quería tener problemas con su futuro esposo.
Sabía más o menos hacia dónde quedaban los establos gracias a Jessy. La mujer le contó que había visto el nuevo hogar de Betsy y con emoción le explicó la dirección y el espléndido lugar. Si la doncella hubiese sabido que el joven príncipe usaría esta información para escapar y cabalgar por allí sin compañía, nunca se lo hubiera contado.
Después de un rato de estar vagando por el terreno del castillo, logró conseguir los establos. Liberó a su yegua y, sin pensarlo dos veces, la montó y corrió lejos del lugar. No sabe a dónde irá, pero quiere recorrerlo todo y ver el amanecer.