capítulo 17: aclaraciones explosivas

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Ya casi sin salir del laboratorio, Ciro se mantenía alejada de todos, aún molesta por tantas cosas que pasaban. Prefería evitarlo, concentrándose en su trabajo. Era tanto que parecía no acabar nunca: informe tras informe, experimentación tras experimentación, además de las curaciones y operaciones extras que tenía que realizar a los soldados. Y, aun así, con todo eso, aunque lograba salvar a algunos, igual los escuchaba susurrar aquel chisme mal infundado.

Estresada, necesitaba una forma de acabar con eso o de buscar cómo hacer pagar a quien lo comenzó. Ya tenía una pequeña idea, pero necesitaba que se lo confirmaran. Tomó el valor suficiente y salió del laboratorio, caminando con la frente en alto por los pasillos. Se dirigía a la entrada de la base, que quedaba bastante lejos de su habitual lugar de trabajo. Eso la hacía más irreconocible en ese sector, llegando a escuchar nuevamente el chisme. Era tal el atrevimiento, que cuando subió a uno de los ascensores, unos individuos comenzaron a contarle lo que ya había oído, lo que la enfureció más. Bajo una sonrisa nerviosa, preguntó:

–¿Y saben cómo comenzó ese rumor? –preguntó Ciro.

–No sabemos muy bien, pero ha ido de boca en boca –respondió un trabajador.

–Quizás lo pueda saber Millaray. Se veía algo afectada y ella sabe más detalles también –interrumpió otro soldado.

No quedaba duda: había sido ella quien infundió terribles declaraciones sobre Ciro en el lugar. Al llegar a la entrada, pudo ver a la señora María. Ciro, con una cara afligida, se le acercó.

–Hola...

–Hola, mi niña, ¿cómo estás? –la observó–. Con esa cara... ya te enteraste.

–Sí... Quería hablar de eso con usted. ¿Tiene un momento?

–Claro, ven, sígueme.

Ambas fueron hasta una pequeña sala de café, con grandes ventanales iluminando el lugar. Se sentaron frente a frente en una pequeña mesa. María le dio una taza de café para que pudiera relajarse un poco.

–Señora María, dígame: ¿es verdad que Millaray dijo esas cosas tan horrendas?

–Sí, mija. Pero, al inicio, lo dijo preocupada por ti, y de la nada terminó siendo un chisme malicioso –dijo mientras tomaba un sorbo de su café–. Dime, ¿qué es lo que realmente está sucediendo?

–Si le digo, ¿me ayudaría a acabar con estos chismes tan feos? Creo que el jefe aún no lo sabe, pero si se llega a enterar, no sé qué cosa fea podría pasar.

–En eso tienes razón. Aún no llega. Es lunes, debería estar aquí.

–No sé lo que habrá pasado, pero no está aquí. Pero ese no es el punto –suspiró.

–Entonces, mija, ¿todo lo que dicen es...?

–Es falso, obvio. ¡No es nada de lo que piensan! –dijo, afligida–. En realidad, me castigó por meterme en fuego cruzado cuando robé un núcleo. Me ha hecho leer todos sus informes en voz alta, mientras duerme en el sillón.

–¿Solo eso?

–Sí...

–Es algo extraño. ¿Por qué te castigaría con eso? ¡Y te metiste en fuego cruzado! ¿Qué estabas pensando?

 ¿Por qué te castigaría con eso? ¡Y te metiste en fuego cruzado! ¿Qué estabas pensando?

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