Juraba

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Salí de la junta apresurada. 

Había terminado ya hacía unos minutos. Me dirigí a mi habitación. Caminé por el pasillo, pensativa.

La mujer que había visto no era Anna. Lo descubrí minutos después, al escuchar su voz. Aquella tenía una voz ronca. Hablaba lento y sin prisa. Al instante supe que no era mi hermana. 

La voz de Anna, en cambio, era aguda. Hacia que las palabra fueran saltarinas y alegres. Y cuando estaba triste, se le salían gallitos de la garganta. La he escuchado más de diez años a través de la puerta.  

Seguí avanzando con pasos lentos, pero largos. No sabía como reaccionar. Me sentía aliviada de que no fuera ella. Yo era un monstruo que no se podía controlar, sin embargo, por más que me repitiera que así era mejor, no podía entender por qué sentía una pizca de decepción.  

Alguien tomó mi hombro y volteé aterrada.

-La confundiste con Anna. -Mamá miró mis ojos. No supe descifrar su mirada. Parecía conmovida y algo triste a la vez. Desvié la vista. -Noté tu mirada de decepción cuando notaste que no era ella.

Permanecí callada.

Mamá continuó. Mientras hablaba tenía una sonrisa de ternura. Rió ligeramente.

-Tu hermana tiene un algo muy peculiar. No importa dónde esté, ella es única. Es cómo tú.

Suspiré.

-Mamá, si fuera cómo yo, no tendría por qué esconderme.

-Entonces no veo la razón para que sigas haciéndolo.

La miré con el ceño fruncido. ¿Estaba hablando en serio? ¿Estaba diciendo que quería que dejara de ocultarme, aunque yo pudiera matar a mi propia hermana? ¿Casi cómo había hecho antes?

-No puedo. Ella... Yo no sé nada de ella.- Dí varios pasos hacia atrás. Estaba a varios metros de mi habitación. Desde ahí podía ver la puerta. Mi madre se acercó y me tomó de las muñecas.

-Es por eso que tienes que verla, amor.- Dijo sonriendo débilmente.- ¿No crees que sería bueno?

La miré preocupada. Sabía que me tenía que quedar tranquila. No quería alterarme, o sino, podía causar alguna tormenta de nieve. Tenía miedo de hacerle daño a mi madre, pero ella no se alejaba. 

Miré sus labios. Un copo de nieve había caído en ellos.

Ay no...

-Mamá... Tienes que irte...

-Tranquila, Elsa. Puedes controlarlo. Estoy aquí contigo. Tu hermana también lo estará... Estaremos todos juntos de nuevo. Tu padre y todos... Seremos muy felices.

Pero yo dejé de escuchar. Sentí que ya no podía hacer nada. Volteé a todos lados en busca de ayuda, pero solo vi el rostro de mi madre. Su piel estaba pálida y le temblaban un poco los labios. Ella intentaba ocultarlo, pero al igual que yo, no podía. Soy un monstruo. ¿Cómo era posible que mi madre pensara en un final feliz? Ella no parecía moverse. Quería que le contestara que seríamos felices.

Bajé la cabeza. Miré mis muñecas y aterrada vi que las manos de mi madre -que aún seguían ahí- estaban cubiertas de escarcha blanca. Ahí entendí, que mi madre no estaba esperando por mi respuesta. Ella se estaba congelando. 

Un aire comenzó a entrar por los ventanales. 

-E-Elsa, está bien cariño...

-iNo! iAléjate!

Me hice hacia atrás y la empujé con cuidado de no tocarla. Pero aún así, un rayo de hielo salió disparado. Desvié mi mano hacia un lado. No quería darle a ella. El rayo se estampó contra un jarrón cercano. 

Sorprendida observé los fragmentos que yacían en el suelo. Mamá estaba aterrada, pero se acercó a mi e intentó abrazarme. Salí corriendo con lágrimas en los ojos. Corrí a la puerta de mi habitación y la cerré con candado. 

Me recargué fuerte en el marco de la puerta, y lentamente fui cayendo al piso. 

Escuché a mi madre tocar desesperada. Me juraba que estaba bien. Que todo iba a estar bien. Me juraba lo mismo que Anna. 

Hundí mi cabeza entre mis piernas y seguí llorando.

Sentí una mano en mi hombro, pero no volteé. Alguien se había sentado junto a mi, y me había abrazado con un solo brazo.


Elsa y Jack FrostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora