13. Ojalá todo fuera diferente

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Marlene

—¿Qué hacemos aquí?

La pregunta de Luan resonó en los pasillos desiertos de la universidad. Avanzaba a pasos rápidos, con el corazón desbocado y un malestar en la boca del estómago.

—Y con este frío —se quejó entre dientes mientras se abrazaba a sí mismo.

—Quiero comprobar algo.

Él dio un par de zancadas para ponerse a mi lado.

—Son casi las diez de la noche, Marle. Halloween ya terminó, este desafío horroroso no tiene sentido.

Puse los ojos en blanco ante su perorata.

Pasamos al patio donde conducía al pabellón de deportes.

—¿Vas a patinar? —Asentí—. ¿A esta hora?

La mochila se me resbalaba del hombro. Tenía las manos sudorosas.

—Deja de refunfuñar, por amor a Cristo.

—No. —Se detuvo y me jaló por un brazo—. Saliste hace poco de trabajar, ¿y quieres ponerte a hacer ejercicio?

—Déjame explicarte...

—Además —me interrumpió deprisa—, el gimnasio está cerrado. Es una locura.

Luan estaba en lo cierto. No sabía en qué pensaba cuando acepté venir. Cómo pude considerar siquiera el ofrecimiento o el trato de Niklas. Pero él tenía razón en algo, nunca superaría el trauma de patinar en pareja si no lo enfrentaba.

—Vámonos, entonces.

Me di la vuelta, pero Luan me agarró por la muñeca.

—Bien, Marle. Dime cuál era el plan, de todos modos.

Suspiré y miré al cielo despejado lleno de estrellas. Después desvié la vista hacia el pabellón en penumbras.

—Niklas se ofreció a practicar conmigo.

Las palabras salieron a borbotones de mi boca.

—¿Ese...? —Luan abrió mucho los ojos—. ¿Aceptaste?

Encogí los hombros.

—No, pero aquí estoy. Así que supongo que sí.

La cara de mi amigo era un poema.

—Ay, Marle.

—Tan desesperada estoy, ¿no?

Agaché la cabeza porque no quería sostenerle la mirada.

—Esto es importante para ti —dijo y me tocó el hombro—. Vamos.

Me empujó ligeramente hacia delante.

—Tienes razón.

—Es una mala idea, por supuesto —razonó mientras me movía—. Sería aburrido si no.

—No sé si pueda patinar con él.

Luan se detuvo y me miró con una sonrisa torcida que delataba lo que diría en unos segundos.

—Nunca lo sabrás si no lo intentas. Estaré a tu lado y si Abbott te lastima de la forma que fuera, se verá conmigo.

El estómago me dio un vuelco, aun así, asentí.

La mayoría de las luces del gimnasio estaban apagadas salvo las del centro. La pista iluminada resaltaba y lo vi.

Niklas patinaba con su amigo Vladimir. Esta vez abrigado aún más. Un suéter grande, incluso para él, guantes y gorro. Una tela le cubría desde la nariz hasta el cuello.

Aquel Octubre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora