Lazos de hilos sangrantes que se entremezclan con diferentes sangres, anudando a sus dueños, creando lazos invisibles pero que hacen latir nuestro corazón.
Familias que elegimos por nosotros mismos, amarrando esos hilos igual que vivimos enlazados a nuestras familias de nacimiento.
Hay lazos que cuesta romper, otros que nunca fueron lo suficientemente fuertes para mantener ese nudo unido.
Cada día que pasa las uniones están en constante cambio, conexiones que se pierden, que se crean, que se estiran hasta el punto de casi romperse, para seguidamente volver pero siempre más débiles.
Si una cuerda se estira y luego no se refuerza, ese hilo está destinado a romperse.
Con cada latido de nuestro corazón, una parte de nuestra sangre tiene que perderse en esos lazos que nos hacen ser humanos.
Aunque si solo somos nosotros quienes reforzamos esa unión, acabaremos muriendo del cansancio de anudar hasta el amanecer.
Perdiendo toda la sangre intentando que la atadura no se rompa.
Cuando lo único que hacen esos hilos son enredarse en nuestro corazón, impidiendo poco a poco que siga latiendo, y el único modo de sobrevivir es cortar todo aquello que nos mata.
El mundo es un gran ovillo de lana, lleno de lazos de millones de personas que están vivas.
Cada uno puede decidir si los ve o no, pero al final los hilos son relaciones, estás son sentimientos, y sentir es sinónimo de humanidad.
