Perfectos

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Una niña perfecta, sin fallos, con una sonrisa y una reverencia al saludar.

Seamos claros, eso no existe pero para una persona con autoexigencia todo es posible.

Lo intentas, fallas, te levantas y das todo, te dejas el alma, la vida, tus ganas, pero no es suficiente, no te sientes completa.

Sonríe, levántate, se la mejor, el fracaso no existe, puedes con todo, no decepciones porque es tu obligación, es tu deber.

Has fallado, no sirves, te sientes fatal, solo tenías que hacer una cosa bien y ni eso pudiste hacer.

Escuchas felicitaciones pero las palabras se transforman al llegar.

Buscas decepción, enfado y tristeza, buscas cualquier señal para confirmar que mienten porque no eres capaz de asimilar la felicidad.

Una persona perfeccionista es una bomba, en cualquier momento va a explotar y la máscara de perfección se resquebrajara dejando ver un escenario de tristeza y dolor.

En un mundo exigente, en una sociedad demandante, esto debería ser normal pero miran con lástima, enfado o incluso se ríen de esas personas que no son capaces de mostrar la falsa sonrisa que obligan a llevar.

Una sociedad que no escucha, que no para, que la tristeza es un delito, que merece un castigo y que la felicidad no es una recompensa sino una obligación.

Somos títeres de un mundo que quiere controlar lo más bonito del ser humano, sus emociones, y no tenemos la suficiente fuerza para romper los hilos que nos dañan.

Al final tendremos una careta pintada con la sangre de aquello que nos destroza, una máscara que no somos capaces de romper por el miedo de que los trozos se claven en nuestro corazón y nos terminen de matar mientras nuestro cuerpo deja nuestra alma dañada atrás.

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