Nunca he sido una chica habladora, nunca he tenido miles de amigos, no soy la persona que empieza las conversaciones.
Siempre he aceptado esta parte de mi, pero que pasa si a veces dudo de ser así, si hay días en los que me gustaría ser más valiente.
Momentos donde saltaría al abismo para conocer a esa chica que me cayó bien, pero de la que jamás escuché su voz.
No quiero ser extrovertida, amo el silencio, mi timidez, escoger las palabras que quiero decir, sin ser observada por miles de ojos atentos a una conversación.
No tengo la necesidad de hablar con el chico de la biblioteca, con la chica de la clase que está con sus amigas, con la persona que está sentada en la escalera.
Pero a veces miro a la Luna y me pongo a pensar en la chica pelirroja que me encantó su ropa, en aquella persona que le gustaba la magia.
Todas esas conversaciones que nunca se hablaron, los abrazos que nunca se dieron, los amigos que nunca se llegaron a hacer.
En esos momentos mientras observo a Vega, la estrella más brillante del firmamento, pienso en todas las personas que están mirando al cielo.
Me pregunto si también tendrán esa misma duda, aquella que en momentos de tranquilidad te habla.
No siento miedo, no es feroz, pero me invade una nostalgia de unos recuerdos que nunca existieron y eso, a veces, es peor que el dolor.
No soy extrovertida y lo digo con orgullo, pero a veces, solo en algunos momentos, por segundos, minutos.
Me gustaría ser capaz de avanzar, de iniciar una conversación que me llevará a multitud de recuerdos
Y así poder decir que no extraño todo lo que mi cabeza imaginó, sino que solo le estoy contando a la Luna, aquellos recuerdos felices que mi valentía me dió