Dos

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-¿Y cuál es esa gran idea, genio? ¡Por tu culpa voy a tener que hacer esto! Si me hubieras advertido...

Callé por un motivo: él me hizo callar. Con un beso en mis labios.

-¿Qué demonios?

-Estabas hablando demasiado, Wen-explicó, riéndose. Hizo una pausa y prosiguió-: Verás, se me ha ocurrido mentir a los demás para salvarte. Aunque me resultará difícil, ya que tengo que llevarles el resto de lo que quede.

-Podemos tirar la caja e ir cogiendo los cigarros que encontremos por el suelo.

Sí, me habían obligado a fumar, y a mi corta edad. Era horrible recordarlo. Ni por asomo iba a volver a juntarme con esa gentuza. ¿Qué se habían creído? ¿Que me iba a dejar guiar por otros? Nunca lo había hecho y ahora menos.

-Buena idea.

Nos pusimos manos a la obra. Agarrados como dos buenos amigos, caminábamos por callejones que pocos conocían. Pasamos por uno que me gustó bastante. Sus muros estaban llenos de arte callejero, los famosos graffitis. Al ir avanzando, los dibujos eran más expresivos y profesionales, hasta llegar a un punto donde no había más. Lo llamaban "El rincón del poeta". Frases que cubrían las paredes.

-Mira esta-señaló Dany-. "Mis pasos en falso igual que tus caricias, sólo sirvieron para ver que en este mundo pierden las verdades ante las mentiras".

-"Cambiemos los punto y coma por que me comas y punto". Hay algunas preciosas. Esta otra: "Y todo esto pasó porque sin querer te quise".

-El rincón del poeta-murmuró.

-O de la poetisa. ¡Hey!-se me encendió la bombilla-. ¿Y si ponemos alguna nosotros? Tendrás algo en tu mochila, ¿no?

-Sí, mujer.

Tras remover un poco sus cosas, sacó un bote de spray de pintura negra y me lo tendió en la mano.

-Las damas primero.

-La cuestión aquí es que no soy una dama-puntualicé-. Eso es elemental, querido Watson.

-Créame, Sherlock; no tengo la menor pinta de ser dama ni mujer, al menos usted sí.

Gruñí por lo bajo. No se me ocurría nada que escribir. Entonces, recordé a uno de mis escritores favoritos, el catalán Jordi Sierra i Fabra, y con ello rememoré una de sus frases. Presioné el bote y dejé que la pintura dibujara el contorno de las letras en aquella pared.

-"La vida es difícilmente sencilla y sencillamente difícil". Hum, no está mal.

-Y lo dice el experto. Anda, toma, que te toca.

Me dio la espalda y comenzó a repetir el proceso que anteriormente hube realizado yo. Con una mirada suya, me di cuenta de que había acabado y fui a contemplar la frase.

-"Que la guerra descanse en paz". ¡Eso está en otro libro!

-Mera coincidencia que nos guste uno de los grandes, ¿eh?-dijo, sonriéndome.

De pronto, no sé por qué, algo cambió en el ambiente. Sí, vale, pensaréis que estoy loca, pero yo detecto esas cosas desde pequeña. Soy muy rara.

-¿Notas algo...?-No sabía como explicarlo, la verdad-. ¿Algo diferente, como si, no sé, hubiera cambiado el aire?

-No te entiendo.

-Normal, ni yo misma lo hago-suspiré. Esto iba a costar-. El caso es que hay algo extraño.

Me moví como si fuera una delincuente, sigilosamente, con cuidado a no ser descubierta. No sabía a qué me enfrentaría, así que mejor prevenir que curar. Olfateaba el aire como un perro cada pocos metros, en busca de lo intruso.

-Es por aquí-indiqué, señalando un túnel que estaba detrás de un contenedor-. Venga, entremos.

Me dispuse a ello, pero Dany me ordenó:

-Espera. Déjame ir primero por si ocurre algo.

¡Qué mono, seguía igual de valiente que de pequeños! Mi guía fue eligiendo los caminos que tomar de cada cruce de túneles según mis instintos olfativos. Después de mucho gatear, llegamos a un punto en el que oímos un murmullo.

-Chist-susurré, mandando callar-. No hables, Daniel. Debemos escuchar atentamente para saber a qué nos enfrentamos.

Había una rendija al final del túnel, así que procedí a mirar a través de ella. Nos encontrábamos a tres metros y medio o incluso más del suelo. Debajo de nosotros podíamos ver a un hombre gordinflón con el pelo engominado y traje de rayas que hablaba con otro con uniforme.

-¿Está todo listo?-preguntó el primero.

-Absolutamente seguro estoy de ello, jefe.

-Me alegro de eso, querido. Pronto, te verás ascendido en el trabajo-el del uniforme sonrió-. Y la Tierra estará inmensa en un caos del que no podrán librarse sus habitantes. Y yo, Gus McDwort, ¡seré el gobernador, señor, rey y dios del mundo entero!

Tras esto, comenzaron a reírse a carcajadas como dos locos. Dany y yo retrocedimos el camino andado y tapamos con el contenedor el túnel al salir.

-¿Lo has escuchado todo, Wen?-asentí-. ¡Oh, cielos! ¡Es terrible!

-Relájate.

-¿Que me relaje? ¿¡Cómo quieres que me relaje!? ¡Van a apoderarse del mundo! ¡Tenemos que hacer algo!

-Pero..., ¿cómo?

-Eso mismo me pregunto yo, querida Wendoline.

Dicho esto, empezó a andar y tuve que seguirle. Salimos del callejón y caminamos por calles principales, las más transitadas por la gente.

-Dany, es muy tarde ya-avisé al mirar la hora del reloj de una torre.

Silencio. Quería obtener respuestas así que me dispuse a tocar su hombro, pero su voz me detuvo.

-Nunca es tarde para nada.

No entendí por qué decía aquello ni a qué demonios se refería. Ni siquiera supe el significado de la frase en nuestras circunstancias.

-Wen-me llamó después de un largo trecho andado. Parecía como si viniera de haber estado en un lugar muy lejano, de haber estado ausente un buen rato.

-¿Sí? Dime.

Diario de una pequeña suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora