Dos

83 9 1
                                    


Las palabras de Daniel Fox resonaron una y otra vez durante un largo periodo de tiempo después de haberlas pronunciado.

"El médico dijo que a mi hermano le quedaba una década de vida, pero él nos dejó a los dos meses." 

¿Cómo se viviría eso? Recordaba que a mi madre le afectó tantísimo la muerte de mi abuela: una mujer que había fumado demasiado y, por ello, se le había empezado a formar con los años cáncer de pulmón. Fue cuando yo tenía seis años y medio, me acordaba perfectamente, pues ambas llevaban casi una década sin hablarse. Esta manera de ignorarse surgió cuando mi madre tuvo una aventura con un hombre que la dejó en cuanto se enteró de que estaba encinta. Mamá fue a ver a la abuela, que era su pilar fundamental por aquel entonces, y se lo contó todo. La yaya se escandalizó, pues ella tenía unas creencias de que sólo podías hacer el amor con tu marido y después de casarte. Así que se enzarzaron en una pelea con lenguaje verbal, mi madre defendiendo que no sabía que August la iba a abandonar a la primera de turno después de que llevaran desde la adolescencia juntos y la abuela, fiel a las costumbres. Y toda la buena relación acabó cuando la anciana acusó con firmeza a mi madre de ser "una ramera de burdel barato".

¿Y cómo se explica que, aun peleadas, mamá sufriera por su muerte, y me despertara a las tantas de la madrugada diciendo "la abuela Eugene ha fallecido" y rompiendo a llorar? La respuesta es simple: no hay explicación. El tiempo pasa, pero los recuerdos siguen ahí, aunque creamos que estén bajo control y no puedan dañarnos de ninguna de las maneras posibles.

Tardé, no sabría decir si horas, minutos o segundos, en volver a la realidad. Con los pies en la tierra, debía intentar animar a Dany, recordé. Podía haberle soltado un bonito discurso diciéndole básicamente que las personas siempre permanecen a nuestro lado a pesar de que se hayan ido y abandonado su forma corpórea; o haberle dado mi más sentido y sincero pésame y recordándole que me tenía a mí apoyándolo. 

Pero lo que hice en ese momento fue abrazarlo. ¿Provoqué alguna reacción? Sí, lloró con maldita rabia y me devolvió el gesto con fuerza, clavándome los dedos y, por consecuente, las uñas. No me importaba sufrir el dolor con él, después de todo lo que llevaba Daniel sufriendo. La verdad, no me molestaba tener marcas con tal de que se desahogara profundamente. 

Al cabo de unos minutos, se soltó de mi abrazo (porras, estábamos tan juntos que no me habría importado seguir así para siempre) y me miró fijamente durante aproximadamente diez segundos. En ese corto periodo pasó por mi mente un pequeño resumen de todo lo que habíamos vivido juntos: Daniel y yo de pequeños en un bañera llena de jabón, con su madre lavándonos mientras que nosotros jugábamos con los patitos de baño; otra escena, en los columpios del parque, discutiendo sobre quién sería capaz de llegar más alto; una más, él enfermo en la cama del hospital debido a la neumonía que lo retuvo allí unos meses y yo, leyéndole un cuento cada noche, después de una tarde de juegos y risas... Parpadeamos al mismo tiempo, provocando dos sonrisas espontáneas.

-Gracias-hablé- por todo lo vivido a tu lado.

-No tienes por qué dármelas, cielo. Has sido lo mejor que me ha pasado aparte de mi familia.

¿Me había llamado cielo? ¿Había dicho que era lo mejor que le había pasado? Parecía ser que sí, a no ser que mis oídos estuvieran jugándome una mala pasada.

Y en ese instante supe con total firmeza que esto no podía terminar así de ningún modo. Que él no debería irse a casa con esta sensación de gratitud hacia mí, ni yo de gratitud hacia su persona. Que tenía que hacer algo para compensarle el haber venido a contarme la historia de su hermano Francis. Y sabía que haber dejado que se limpiara por dentro era lo correcto y que lo que estaba pensando hacer no lo era demasiado, pero yo lo necesitaba, igual que él había necesitado apoyo anteriormente.

Así que me acerqué despacio, poco a poco, esperando que quizás lo tomara a mal. Pero las palabras "Has sido lo mejor que me ha pasado" resonaban con tanto ímpetu en mi cabeza que no podría ignorarlas por mucho que quisiese. Y lo que dijo entonces tampoco me hizo cambiar de opinión.

-Te quiero muchísimo, Wendy.

Sabía que me quería, y era recíproco. Y Daniel no podía imaginarse lo que yo iba a hacer, y no sé si de haberlo sabido me habría comentado que me quería, pero no me interesaba averiguar qué habría pasado en una situación paralela.

Y le besé. Con la pasión que quería transmitirle, para que supiera de mis sentimientos. Dany respondió a mi beso, metiendo su lengua en mi boca. Me pegué a su cuerpo, notando sus músculos. Puse mis manos en su pecho y él posó las suyas en mi espalda, atrayéndome más a él.

Sentía que eso estaba mal, que no era correcto hacerlo teniendo en cuenta que mi madre estaba en alguna habitación de la casa. Pero, como una persona sabe que la droga es dañina y aún así la sigue consumiendo, nosotros seguimos besándonos.

Movió sus manos con delicadeza hasta mis brazos, haciendo que me irguiera y tuviera la espalda recta. Iba bajando sus manos con la intención de llegar al final de mi camiseta y meterlas dentro, pero noté que paraba en seco.

Nos separamos con las mejillas encendidas por lo que acababa de pasar, a sabiendas de que marcaba una nueva etapa posiblemente. E, igual que las palabras nos hacen enamorarnos de alguien o tomar decisiones, también pueden herirnos como flechas disparadas al centro del corazón.

-¿Qué son estas marcas?-me preguntó, señalando los cortes que había en mis brazos.

Diario de una pequeña suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora