Dos semanas antes de terminar el quinto año de hogwarts, Severus, James y Sirius se involucraron en una pelea al estilo muggle, por lo cual los tres terminaron en la dirección y dumbledore al ya no saber qué hacer para que los tres chicos se llevara...
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Severus miraba unas frituras recargando un poco su cuerpo en el carro
- que dices?.- le pregunto a Sirius.
- a remi le gustan las de tomate- apuntó a una bolsa grande de papitas. - a James las de aderezo y condimento- apuntó hacia otra bolsa pero esta de color blanco.
Severus tomo ambas bolsas dándose las a siria quien se acomoda en el carro, quedando como si estuviera acostado sacando las piernas del carro.
—¡Wiiiiii! —gritó Sirius, sentado como un rey idiota, con las piernas colgando—. Esto es lo mejor que me ha pasado desde que McGonagall se tropezó con su túnica.
Severus rodo los ojos, y empujó el carro para salir de el pasillo hasta que, el mismo niño volvió a gritar.
—¡YO LAS VI PRIMERO! —gritó, con una intensidad que hizo que la luz del pasillo pareciera temblar.
Sirius y Severus se miraron. Severus, impasible, solo sigui su camino y Sirius aplaudió como si fuera un acto heroico.
—Niño, lo siento. Ley del más rápido —dijo Sirius con una sonrisa burlona.
—¡¡Quiero esas galletaaaaaas!! —berreó el mocoso, empezando un berrinche de proporciones épicas. Pataleaba, se tiraba al suelo, se revolcaba como una croqueta humana.
Severus lo miro con asco queriendo poder darle un coscorrón para que se callara.
—No pienso ceder. Ya las agarramos —sentenció sin emoción, siguiendo su camino.
Pero entonces apareció ella… la madre del pequeño.
Una mujer con cara de “no dormí en cinco años” y un moño que parecía tener voluntad propia se plantó frente a ellos como un dementor con tacones.
—Disculpen —dijo con ese tono pasivo-agresivo que precede a las guerras—. Mi hijo vio esas galletas primero. ¿No creen que deberían devolverlas?
Sirius la miró. Luego miró al niño que ahora chillaba como si le hubieran robado el alma.
—Señora… con respeto —dijo Sirius, sonriendo como si fuera un santo— su hijo hizo contacto visual, no contacto físico, Son nuestras.
La mujer cruzó los brazos. Severus no levantó la mirada.
—Esas galletas no tienen su nombre —respondió con frialdad—. Ni tampoco su ADN. Y me niego a participar en un sistema donde los berrinches dictan las leyes del consumo.
Sirius se tapó la boca para no soltar una carcajada. La mujer estaba roja. El niño seguía gritando.
—¡Ustedes son unos adolescentes egoístas!
—Y usted está criando a un dictador en miniatura —replicó Severus con calma, empujando el carrito más rápido.
Sirius se inclinó hacia la mujer mientras se alejaban y susurró dramáticamente: