Capitulo 3

14.7K 1.3K 186
                                    

PASADO

ENERO

ISRAEL

    —¿Nervioso? —pregunta Zoe al verme revisar la hora cada dos segundos.

—Solamente voy a hacer el ridículo...

—Sigo sin entender cuál es el problema, yo también tendré una fiesta, no es nada del otro mundo Israel —pone los ojos en blanco—. De niña yo iba a esa academia, ¡es genial!

Zoe Balderas es prácticamente mi hermana pequeña, aunque solo sea por unos meses, dentro de este colegio es la única amiga que he conservado desde preescolar. Ella es muy bonita, pero muy tonta para elegir a los chicos con los que sale, es por eso que siempre le rompen el corazón.

—No a todos nos gusta ser protagonistas, Zoe —dice Daniela—. Ese es tu papel.

Adoro a Daniela, es completamente lo opuesto a Zoe, ella no necesita a un chico a su lado para sentirse plena, odia cualquier estereotipo impuesto a las mujeres y es la única chica de dieciocho años que jamás carga una cosmetiquera con ella. Es mi aliada cuando quiero ver una pelicula de superhéroes, esas que odia Zoe, y es mi compañera en las tardes de videojuegos.

Creo que los tres formamos una pequeña embarcación en este mar escolar. Odiamos el colegio por igual, cada uno entramos por distintas razones; la mamá de Zoe, Eliza, creyó que si ella ingresaba a un colegio católico le ayudaría a sobrellevar su divorcio ya que no se sentía lo suficientemente capaz para explicárselo a su niña de cinco años. Mi caso es algo similar, solo que mi mamá creyó que Dios podría llenar el vacío que sentiría cuando creciera sin mi padre. Claramente no funcionó. Y con Daniela todo fue distinto, ella ingreso hasta secundaria, su mamá tenía la esperanza de que su rebeldía desapareciera cuando entrara y sintiera que el viento de la religión golpear su rostro. Tampoco funcionó. Y nunca he entendido a que rebeldía se refiere, Daniela es la chica más buena onda de todas y me encanta como se viste fuera del colegio.

—Tengo que irme chicas, mi mamá ya debe de estar afuera —camino arrastrando mis pies y hecho mi cabeza hacia atrás.

—¡Suerte! —escucho gritar a Zoe.

Camino por el largo pasillo lleno de ruidosos estudiantes, pero esta vez algo es distinto, esta vez solo escucho mis pensamientos y mis pisadas. Entonces es cuando el sentimiento de soledad se apodera rápidamente de mí, siento como si algo le faltara a mi vida, es como si se me estuviera yendo de las manos y yo no hiciera nada por evitarlo. Dicen que todas las personas vienen al mundo por una razón, que cada persona tiene una meta distinta, que todos tenemos nuestro destino ya escrito. A diario me pregunto: ¿a qué he venido yo?

—¿Listo? —pregunta mi madre apenas subo al auto.

Dirijo mi vista hacia ella sin decir una palabra, solo la miro directo a los ojos. ¿En serio piensa que iré saltando de alegría?

—¡Si mamá, estoy súper listo! —se contesta imitando mi voz.

A diario me pregunto si algún día podre cabalgar hacia el destino que yo quiera, no al que se me haya asignado al nacer. El camino del colegio a la academia no es tan largo, diez minutos a lo mucho, mamá se estaciona afuera de aquel lugar que luce más grande que en las fotos de Facebook.

—Mamá, no quiero entrar, por favor —ruego como niño pequeño en su primer dia de clases.

—Isra, te gustará, yo sé lo que te digo, anda vamos —baja del coche y se asoma por la ventana—. Estoy seguro que querrás venir a diario —me acomoda mi corbata guinda y se asegura de que mi cabello este peinado.

—¿Al menos puedo quitarme este ridículo uniforme antes de entrar?

Mi mama se dirige a la oficina a confirmar nuestra asistencia, tardo un poco en salir del coche, los nervios me están comiendo vivo. —Todo va a estar bien—, repito varias veces para ganar ánimos. Suspiro profundamente, aprovecho para llenar mis pulmones de aire ahora que puedo y salgo del coche.

La academia se encuentra en una esquina encima de un estacionamiento, es enorme, tiene un estilo moderno que me gusta bastante. Un grafiti gigante en la pared blanca alado de la gran ventada de vidrios anuncia: TOP DANCE, un gran prisma plateado sobresale en una esquina del techo.

Subo las escaleras que están llenas de chicos y chicas de entre quince y veintitantos años, a pesar de eso me siento completamente fuera de lugar. Las miradas de los alumnos están clavadas en mí, trato de no tomarle importancia, pero como de costumbre unas manchas rojas aparecen en mi cara. Recorro a toda prisa las escaleras y llego a la puerta que está abierta, puedo ver el gran salón principal lleno de espejos, veo como hay aproximadamente quince personas en medio del salón haciendo una especie de calentamiento, analizo el lugar y hay más puertas a distintos salones, en una de ellas está un letrero: OFICINA, supongo que mi madre está allí adentro.

Analizo las demás puertas y una sin letrero llama mi atención. Mi sentido curioso despierta, me acerco hasta llegar a ella y analizo que nadie me esté observando, entro y veo un salón mucho menos grande que el principal, al fondo tiene una pared llena de trofeos y unas cuantas fotos grupales, me pongo a ver cada una detenidamente, son de varios chicos y chicas en supuestos concursos. —Que caras tan más arrogantes—, pienso y me echó a reír en voz baja. Sin duda no voy a encajar aquí

—¿Buscabas algo? —Una voz ronca y en tono autoritario hace que, de un salto de susto, trato de dar un paso hacia atrás, pero tropiezo con un sillón pequeño que no había visto y caigo de rodillas.

¡Yo no Bailo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora