PASADO
ENERO
ISRAEL
Sigo a Adrián hacia el fondo de la academia, llegamos a un pasillo que conecta una puerta vieja y oxidada que da hacia un patio pequeño. La noche comienza a ser fría y el sonido del mundo exterior comienza a minimizarse.
—Sube con cuidado —me señala una vieja escalera que da hacia el techo de la academia.
—¿No nos meteremos en problemas? —pregunto subiendo el primer escalón.
—Es prácticamente mi casa Israel, tú tranquilo —su voz resulta reconfortante—. Sube y espérame ahí, iré por algo de beber.
El sonido de cada escalón me resulta escalofriante, siento que estoy en una de esas escenas que aparecen en las películas de terror viejas, donde la cámara enfoca los pies del actor y en cualquier momento aparecerá una mano peluda que jalará mi pierna llevándome hacia el inframundo de donde jamás podré volver.
Llego a la cima, la vista desde acá arriba es maravillosa, puedo ver las colinas que bajan hacia la avenida principal, cada una de las luces parecen pequeñas estrellas que rodean a la academia, aunque sin embargo lo que más disfruto es que el único sonido que se escucha aquí arriba es el del viento. ¿En las películas de terror también suena el viento? ¡Me largo de aquí!
—Toma —escucho a mi espalda y salto del susto.
—¡Esas escaleras tenían un concierto cuando yo iba subiendo! ¿Por qué contigo no?
—Todo está en tu cabeza Israel, eres un chico muy nervioso —me extiende una cerveza—. Mi mejor amigo es psicólogo, me ha enseñado unos trucos para identificar ciertas cosas de las personas.
—Sigo siendo menor de edad —le recuerdo.
—¿Sería un pervertidor de menores?
—Quizás —tomo la cerveza.
Adrián se acerca a una esquina de la terraza y observa en silencio hacia el frente, da un trago a su cerveza y después se gira hacia mí.
—Bienvenido a mi escondite favorito —mira al suelo y sonríe—. Eres el segundo chico que sube aquí.
No digo nada, solo dirijo mi vista hacia él un segundo y después vuelvo a mirar al horizonte.
—El primero fue mi mejor amigo, pero ahora está en incognito porque se estará convirtiendo en coreógrafo en la academia —dice. Me mira como si buscara que contestara algo—. Sabes quién es, ¿verdad?
—¿Yo? —me atraganto con la cerveza—. ¿Por qué debería...? —entrecierra los ojos—. Si, Fer —admito.
—Sabía que no podrías mentir —suelta una carcajada—. Fer es muy testarudo, no es bueno siguiendo mis indicaciones, sabía que terminaría diciéndole a alguien nuestro secreto.
De pequeño siempre soñaba con un mejor amigo, alguien con quien pudiera guardarme secretos, tú sabes, como los programas que mirabas de pequeño. A veces pienso que hay algo malo en mí, como que la neurona que me ayudaría a relacionarme con varones hubiera fallado o algo así. ¿Hay alguna neurona que se encarga de eso?
—¿Y tú estudias? —pregunto. Adrián camina hacia las sillas y me indica que me siente en una.
—Así es, yo me graduó este verano —sus dedos juguetean inconscientemente con el pico de la botella—. Voy a terminar la licenciatura en ballet moderno.
—¿Eso existe? —casi escupe el sorbo de cerveza que acaba de tomar.
—Veo que si estás muy alejado del mundo del baile —me toma del hombro—. He estudiado el baile toda mi vida, es mi mundo.
—Un mundo en el que no viviría.
—No eres tan malo, solamente que te cohíbes mucho, es como si no quisieras dejar salir tus sentimientos, como si hubiera algo que te hiciera estar conteniendo la respiración todo el tiempo —me mira directo a los ojos, desvió los míos y los dirijo hacia el cielo oscuro que ha caído sobre nosotros.
—¿Y tú? —pregunto sin saber a dónde voy.
—¿Yo?
—¿Tienes novia?
Ya me estoy sintiendo como aquellos chicos cuyas conversaciones giran alrededor de chicas —¿Cuántas chicas te has tirado? No hace falta preguntarlo, es de esos chicos que se les nota lo cabrón a kilómetros.
—Tenía —da un sorbo—, terminamos hace algunos meses.
—¿Por qué? —me doy cuenta de que soné como un entrometido.
—Descubrí que me engañaba con otro tipo —dice cabizbajo—. La encontré yo mismo, nadie me lo conto.
—¿Tenias mucho con ella?
—Algo, desde la secundaria, hace apenas unos meses que le había entregado el anillo de matrimonio —arroja la botella vacía al suelo y abre otra—. ¡Soy un pendejo!
—No lo eres —digo de inmediato—. Tú entregaste todo Adrián, fue ella quien fallo, fue ella quien no supo valorar a la persona que tenía alado...
—Gracias —sonríe y me mira de reojo.
La noche nos va consumiendo poco a poco. En ocasiones, mientras Adrián está hablándome sobre sus inicios en el baile, lo miro de reojo y noto tristeza en su mirada. Quiero preguntarle si se encuentra bien, por alguna extraña razón hay empatía con este chico que tengo a mi lado, es como si compartiéramos la misma soledad, aunque estemos rodeados de personas. Personas que no miran más allá del físico.
—Mi sueño es llegar a Broadway, ser reconocido como bailarín e iniciar la mejor etapa de mi vida allá, en Nueva York.
—A veces quisiera dejar Monterrey —admito después de escucharlo—. Claro que yo no tengo un plan tan estructurado como el tuyo.
—¿Qué te detiene?
—Tengo diecisiete años, ¿a dónde se supone que iría? —levanto mi vista al cielo oscuro.
—A Nueva York... conmigo.
Nos quedamos un rato sentados allí sin hacer nada más que hablar de cosas sin sentido. Nuestras risas se escuchan en el silencio de la noche. Es extraño, me comencé a sentir muy cómodo con la presencia de Adrián, descubrí que es un chico increíble, un chico al cual me gustaría poder llegar a llamarlo amigo.
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¡Yo no Bailo!
Teen FictionYo también crecí rodeado de cuentos infantiles de amor, tú sabes, esas historias donde una princesa quedaba envenenada por comer una manzana y bastaba con un beso de amor verdadero para romper ese hechizo, donde un príncipe hacia hasta lo imposible...