Nunca supo porque lo hizo, pero de lo que estaba seguro era que había sido el peor error que jamás había cometido.
Entró, sin ninguna intención en particular, a aquel cabaret con tendencias de burdel. Ese lugar tabú, que nadie quería mencionar en voz alta durante el día, pero que habituaban durante las noches. Que él se acercara ahí podía manchar el nombre de todo aquel que lo conociera, pero poco le importó el día en que su amo no estaba, pues era uno de los pocos en los que se diferenciaba de un esclavo. La noche despejada se prestaba perfectamente para disfrutar de un espectáculo nocturno. La niebla que formaba un manto sobre las calles le hacía sentir emoción.
Suspiró antes de adentrarse al lugar que lo entretendría durante esa noche. Allí dentro estaba, como atracción principal, un joven de baja estatura mostrando su delicado, pero aun así masculino, cuerpo. Llevaba unas telas con las que jugueteaba a la vez que bailaba. El resto de hombres observaban con ojos lujuriosos a aquel rubio de ojos magenta. Sus pies se movían de tal forma que parecían volar, sus movimientos eran precisos y suaves, y sus ojos recorrían el salón con una mirada traviesa.
El joven peliazul quedó estupefacto. Los ojos de ambos se cruzaron, por una fracción de segundo, que fue suficiente para hacer que se acelerara el corazón del que estaba mirando al bailarín. El espectador se perdió en sus pensamientos, fantasías que iban desde las cosas más inocentes, hasta las más impuras. Fue traído de un tirón a la realidad, cuando el pequeño rubio rozo con sus manos los hombros del soñador.
No se dio cuenta cuando, pero el blondo puso fin a su espectáculo y abandonó la habitación. Algo decepcionado, el joven pensó en abandonar el lugar. Vaciló unos momentos antes de levantarse y dirigirse hacia la salida. Comenzó a caminar, cabizbajo, por las calles oscuras. Su mirada fue atraída por la figura de un chico, que parecía estar únicamente tapado por algo que no pudo distinguir si era un abrigo o una simple manta. Aquella persona era, sin duda, el bailarín que había tenido a todo el salón hipnotizado. Le pasó por enfrente, mirándolo de reojo, intentando no detenerse frente a él. El chico de orbes magenta pareció percatarse de esto, y le tomó el brazo, para luego ofrecerle sus 'servicios'. El de pelo azul dudó, pero estaba tan perdidamente obsesionado con aquel chico que acabó por decirle que sí.
La noche se llenaba de pasión desmedida en aquella mansión, en la que tenían para disfrutar, pues estaban solos los dos. El rubio, por más que lo ocultara, también estaba interesado en el otro muchacho. Entre suspiros, gemidos, besos y caricias, el alba se hizo presente. Ninguno de los dos quería ser despojado de la compañía del otro, pues algo en ellos había cambiado. El de orbes magenta le sonreía apenado al de ojos purpura mientras le acariciaba suavemente el rostro, antes de terminar de recoger sus cosas y abandonar la casa. Aquella noche había sido más que suficiente para despertar sentimientos tanto en quien nunca había amado, como en a quien le costaba discernir entre el amor y el deseo, de tanto tiempo que llevaba vendiendo su cuerpo.
El joven de cabellos azules se atormentaba con el recuerdo de aquel bailarín de melena rubia. Sentía su corazón estrujarse cuando pensaba en que el blondo pasaba noches con diferentes personas, y estaba alejado de él. Los días se hacían eternos, y por más que intentase, nunca podía volver a aquel lugar tan fuera de su alcance. Siendo algo de una sola noche, le había dejado deseando mucho más.
Por su parte, el rubio no podía dejar de pensar en aquel muchacho, del que después se percató no conocía su nombre. Se notaba distraído a la hora de trabajar, cosa que comenzó a molestar a los clientes que lo frecuentaban, causándole su despido de el cabaret. Agradeció tener contactos, que le consiguieron un lugar en cierto domicilio en el que buscaban un joven que ofreciera entretenimiento nocturno.
El chico de pelo azul quedo impresionado al saber que su amo era sodomita, pero lo quedo más, al saber que había llevado a un joven para entretenerse, y que ese joven era el bailarín de orbes magenta y cabello como el oro. En la mansión habían descubierto por fin sus nombres. Nagisa, se llamaba el blondo, mientras que Rei era el nombre de el otro.
Era el deber de el joven de ojos purpura servir al rubio de igual forma que a su amo, pero no resistía que este respondiera con una sonrisa traviesa y ojos juguetones a todo lo que él hacía. Las conversaciones comenzaron paulatinamente a ser fluidas. Al principio, casi no cruzaban palabra, pero con el tiempo, se fueron habituando a hablar. Era más que obvio para ambos lo que pensaban el uno del otro, y el joven de cabello oscuro, Rei, no podía evitar sonrojarse con algunos comentarios por parte del contrario. Pero lo peor de todo, lo que más sentía, era dolor cuando Nagisa abrazaba por el cuello a su amo, cuando jugaba con sus mechones pelirrojos, o tan solo imaginar las noches que compartían aquellos en la habitación del amo. Esos simples pensamientos le herían más que cualquier arma.
A escondidas, se encontraban, jugaban con sus cuerpos. Al rubio le gustaba particularmente morder los labios del joven sirviente. Cada vez que tenían un momento a solas, se abrazaban, besaban, se demostraban su amor pasional de mil y un formas. En las noches que podían compartir, se susurraban dulces frases al oído. A cada paso, su relación se intensificaba. No era tan solo placer, era amor, puro y desbordante. El peliazul siempre le sonreía con amabilidad al bailarín, sobre todo cuando recorría su cuerpo suavemente con sus dedos. Nagisa, aunque siempre tenía una leve curvatura en sus labios, solo sonreía de forma sincera frente al de ojos oscuros, algo que el sirviente notó, y eso le hacía sumamente feliz. Saber que cuando estaba con él, el rubio mostraba lo que verdaderamente sentía.
Pero llegó un punto en el que al sirviente ya no le alcanzaba solo con esto. Él necesitaba que el rubio fuera solo suyo, que ya no vendiera su cuerpo por refugio y pan. Rei estaba al borde de perder la cordura, necesitaba saber que el chico de ojos magenta a quien tanto amaba le susurraba 'te amo' al oído en forma diferente de la que se lo hacía al pelirrojo. Necesitaba pruebas de que cuando se lo decía a él, lo decía en serio y no por obligación. Debía saber que esos ojos solo lo miraban con lujuria a él y a nadie más que a él. Pero el rubio se negaba. Él no quería abandonar todo, escapar con el joven apasionado de mechones oscuros.
Llegó el día en el que el joven de ojos purpura ya no resistió mas, y dejándole una nota tanto a su amo como a su amado, abandonó la mansión. Se fue, con un dolor peor que una puñalada en el corazón, a servir a algún lugar donde ya no sufriera tanto, a algún lugar, donde pudiera enterrar ese amor prohibido y no volver a querer ya nunca más.
Nagisa no pudo retener las lágrimas al leer lo que elsirviente le había dejado. Su corazón se fue convirtiendo en piedra, cada vez más y más. Llenaba el vacío que sentía provocando al pelirrojo y acostándose con él, pues otra cosa ya no le quedaba para hacer. Dejó de distinguir entre sufrimiento y placer, pues el joven de ojos purpura se había llevado esa capacidad con él. Rápidamente se dio cuenta que por fin su vida había cobrado sentido, pero por terco todo lo había perdido.
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Roxanne (Reigisa) [ONE-SHOT]
Hayran KurguEl joven de cabellos oscuros había entregado accidentalmente su corazón al chico equivocado. Cuando creyó que jamas lo vería de nuevo, las cosas dieron un giro que él no sabía si había sido para mejor o para peor... AU Reigisa en el que Nagisa es un...