Despertar.

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§

Sed.

Mika abrió los ojos, la palabra grabada en su mente. No podía pensar en otra cosa más que en eso. Sus sentidos, entonces, se reducieron a la sed. No era normal. No. Era asfixiante. Horrible. Se estaba ahogando.

Su garganta se sentía como arena parda, sus labios curtidos por la deshidratación. Mikaela se quedó tendido en la cama, paralizado por el dolor. Era consciente de cada fibra de su cuerpo retorciéndose en agonía. Quería llorar; quería que lo consolaran y que le dijesen que todo iba a estar bien. Mas no había lágrimas que derramar: su cuerpo era una flor marchita cuyo néctar se había evaporado.

Mika se dio cuenta  que no recordaba lo que había sucedido. No podía pensar en alguna situación lógica que lo hubiese llevado a donde estaba, a menos que... a menos que todavía estuviera en la mansión de Ferid; su cuerpo en posesión de sus manos gélidas, sus palabras de terciopelo envolviéndolo en un abrazo.

- ¡Ferid!- gritó, su voz una lija oxidada. Su garganta quemaba, y Mika retuvo un grito de dolor.- ¡Ferid! ¡Soy yo, Mikaela!

No hubo respuesta.

Temblando, caminó a la puerta de la habitación y salió. Para su sorpresa, no estaba en la mansión del vampiro argentado, pero aun así el lugar era bastante lujoso, incluso más. Un pasillo se extendía ante él, puerta desfilando una tras otra, cada más pintoresca que la anterior. Lamparas bañaban el lugar de una tenue luz rojiza, formando sombras movedizas.

Recorrió el pasillo sin rumbo alguno. ¿Dónde estaban todos? Cada paso que daba le costaba un gran esfuerzo y la sed no hacia nada más que aumentar. No hambre, solo esa horrible sed.

Mika abrió la boca, sorprendido del lujo que le rodeaba. Tapices de escenas griegas, espirales de oro, jarrones pintados con delicadeza oriental. Tan bello era todo que olvidó su dolor por un momento. Tal vez por eso los vampiros se rodeaban de belleza. Para olvidar.

Olvidar su nombre.

Olvidar sus sueños.

Olvidar su humanidad.

Olvidar.

Sed.

La diosa Fortuna lo miraba con sus ojos bordados y Mika no pudo hacer más que verla de vuelta. Era osado, supuso, mirar a una deidad en los momentos raros en que devolvían la mirada. Tal vez Yuu pensaba eso sobre los vampiros. Tal vez por eso había tanto fuego en él.

- ¿Mikaela?- Mika dio un traspiés, sorprendido de que se rompiera el silencio. Ante él se encontraba un vampiro que parecía querer estar en cualquier otro lugar menos este. Cascadas de cabello negro caían a los lados de su rostro, y cuando el monstruo fijo sus ojos en él, Mika sintió un escalofrío trepar por su cuerpo.

- Soy yo.- dijo Mika, tragando saliva.

El vampiro sacó una cantimplora negra. Había algo, algo en el olor de aquella sustancia que hizo temblar a Mikaela con un deseo atroz. Su cuerpo empezó a transpirar, como si respondiera a la presencia del líquido. Sus ojos se clavaron en la cantimplora y sintió la necesidad de lanzarse sobre el vampiro y hartarse de agua.

Agua... Agua.

- Soy René. - dijo, tendiéndosela a Mika.- Bebe.

- ¿Qué es eso? - ceceó, las palabras saliendo de su boca como un hilo enredado. Su voz era un trémulo agudo, e incluso René tuvo dificultad para entender lo que decía.

- Sangre.

Mika dio un paso hacia atrás. ¿Sangre para... él? No, no... Mika era humano. Él era humano. Los vampiros eran enemigos, monstruos, criaturas cuyo nombre era una maldición. Mika comía curry y amaba la luz del sol y tenía las orejas redondas y...

Sed - Owari no seraphDonde viven las historias. Descúbrelo ahora