Gritos, Confesión y.... Muerte

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KALEL

Cuando entré en la sala me di cuenta de que exponían a mi hermano de batalla como si fuera una pieza de un museo, pero un museo de los horrores. Al parecer el duendecillo pelirrojo se había divertido no solo con la cara, sino también con el cuerpo de mi amigo. Mirase donde mirase solo veía sangre, cortes, quemaduras y latigazos.

-¡¿Qué le habéis hecho?!- grité mirándola a la cara.

-No te sulfures conmigo, tú estás aquí para hacer algo peor- dijo manteniéndome la mirada- Ese hermano tuyo ha conspirado contra el reino y ha ayudado a cometer el rapto de la Piedra de Zhor. No olvides que no es inocente, y que por su culpa tu llevas dos semanas conectado a esa máquina-prosiguió- Ahora, camina, el público espera un buen espectáculo.

Me dirigí hacia mi amigo alejándome tanto como podía del duendecillo pelirrojo.

Lo que parecía ser una sala bien iluminada, resultó ser un foso rodeado de gradas, cuando la gente me vio acercarme a mi amigo, empezaron a vitorearme, pidiendo ver correr su sangre, como si la necesitasen para vivir, a medida que me iba acercando, me di cuenta de que lo que de lejos aparentaba ser un banco de metal, de cerca era un potro, y que su asiento, si es que podía llamarse de tal modo, tenía forma de triangulo de acero, sobre el cual se encontraba mi amigo intentando descansar lo menos posible sobre su filo, en los pies llevaba unos grilletes que sin duda servían para colocar peso para que fuera resbalándose lentamente y de ese modo fuera su propio peso el que lo partiese en dos, de momento, estaba colgado de sus brazos, de modo que para salvarse de ser cortado a la mitad mi amigo se estaba dislocando los hombros, era una práctica demasiado cruel, incluso para los supervivientes de Gaia.

Antes de partir de Gea, mi padre me advirtió de la crueldad de los habitantes de la ciudad adelantada, pero jamás pensé que tuviera razón. Mirando a todas aquellas personas a la cara, pude ver en cada una de ellas una sed de sangre muy superior incluso que la de los Ekrones. Habían llegado hasta tal punto de violencia que los humanos ya se parecían a aquellas bestias creadas por la radiación. Estaba en frente del que en su día fue uno de los guerreros más fuertes de las tierras altas de Gea y sin embargo ahora solo parecía un niño asustado que pedía auxilio con un pequeño hilo de voz. Su estado lamentable, y las fuertes heridas probablemente le habían dejado sin voz hacía horas.

-Hermano... ¿Qué te han hecho?-

-Kalel...- respondió sin voz a penas- Vienes a salvarme....- esbozó una ligera sonrisa que hizo derramar gran parte de la mezcla de sangre y saliva que se almacenaba en su boca.

-Vengo a que me cuentes la verdad, Artoria ¿Es cierto que cometiste el crimen del que te acusan?- le miré a los ojos intentando descubrir si iba a mentirme o no.

-¿Tú también Kalel? ¿Acaso piensas que yo podría raptar a la reina y entregársela al mejor postor?-

-¿Quién dijo que se la hubieras entregado a nadie?- Dijo la voz del duendecillo pelirrojo.

Ni siquiera supe en qué momento se había acercado a mí, pero allí estaba, a mi lado mirando a mi amigo con fiereza. Seguí su mirada y pude ver en la cara de Artoria un cambio, ese no era la persona que yo había traído desde Gea. Mi hermano no era ya como yo lo recordaba. En tan solo unos días sus ojos se habían vuelto más negros, y su sonrisa ya no era amigable. Ahora la miraba a ella directamente y dijo con el mismo hilo de voz.

-Mírenlos... que lindos... Ambos unos sucios traidores a los dioses antiguos... siguiendo profecías que no creen... no son más que unos hipócritas inútiles que no merecen mi presencia, sois vosotros los que deberían encontrarse en esta máquina de tortura... yo os veré morir a los dos... ambos bajo mi mano... y tu... -me miró fijamente- Tu verás como tu caráid muere delante de ti, y no podrás evitarlo, porque la sociedad de las almas no permitirá que traigáis al mundo a ninguna bestia, recordad mis palabras, sucios traidores a la sangre sagrada.

Sus palabras fueron como la llama que prendió fuego, un fuego que requería sangre para prender.

Sin pensar, puse los pies en los grilletes y tiré hacia abajo haciendo que empezase a gritar con la garganta desgarrada.

-Grita, escoria, porque toda Gaia debe oír como mueren los animales...-

Cogiendo el peso de 10 kilos que estaba predispuesto a los lados del potro, y lo coloqué en los grilletes. Cuanto más bajaba a casusa del peso, el que un día fue mi hermano, gritaba mas y mas pidiendo clemencia. Solté sus brazos y le fui deslizando sobre el potro hasta que estuvo casi tumbado encima de él, tomé sus manos y las puse sobre una tabla ya ensangrentada donde debería ir su cabeza. Miré por la estancia buscando métodos nuevos para hacerle gritar, encontré no muy lejos de mi posición una mesa plagada de utensilios de tortura visiblemente usados con anterioridad, me acerqué a ella y cogí un martillo y unos cuantos clavos, me giré y cuando vio lo que llevaba en la mano, a Artoria se le fue el color de la cara y empezó a moverse intentando liberarse de los grilletes, haciendo así que el filo del potro hiciese el corte más profundo y convirtiendo sus gritos de desesperación en gritos de terror puro, y anticipación por lo que muy pronto iba a ocurrirle. Me paré frente a él, sonreí y poniendo uno de los clavos en el espacio entre sus uñas y la carne le susurré.

-Esto es lo que le pasa a la gente que osa mancillar mi nombre – De un golpe, enterré el clavo bajo su dedo, haciendo que la gente me vitorease mientras el seguía gritando y llorando como solo los cobardes hacen cuando saben que van a morir de manera lenta y dolorosa. Puse otro clavo en otro dedo y proseguí – Esto es lo que le pasa a todo aquel que decide insultar la sangre de las personas que me pertenecen – Con mas fuerza y rabia que antes, clavé el clavo otro de sus dedos, y así sucesivamente fui clavando los clavos uno a uno en sus dedos, arrancando vítores y gritos de dolor al mismo tiempo.

Cuando terminé con sus dedos, retiré sus manos y puse su cabeza en la tabla.

-Confiesa... Diles a todos lo que yo ya sé... Diles a todos la clase de escoria que eres y lo que has hecho y te liberaré de este sufrimiento... solo confiesa...-

Artoria pareció dudar, pero tras unos segundos cerró los ojos y susurró.

-Yo rapté a la matriarca y la vendí a la Sociedad de las Almas...

- Mas alto...-

- Yo la rapté...- dijo levantando aun mas la voz

-¡Mas alto!...-

-¡Yo rapté a la Piedra de Zhor!

El caos inundó la sala y pronto todos pedían a gritos la muerte de mi compañero. Le dejé ahí, quieto durante un momento y al volver, mirándoles a todos grité.

-¡Así sea! – Levanté el hacha que había recogido de la mesa y dejándola caer la incrusté en su cabeza con toda la fuerza que pude, mirándoles ahora que por un momento se habían quedado en silencio musité para todos- Así mueren los animales.

De un tirón fuerte, arranqué el cráneo y la columna vertebral del mayor hombre de las tierras altas de Gea.

Así es como mueren los peores animales. Los traidores.

La Profecía de los MarcadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora