diez

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   En la casa de Matías nos acomodamos en una habitación casi ni usada. Así no importa cuan grave va a ser el desastre que hagamos. Peluqueros no somos, así que supongo que vamos a ser muy desastrosos.

   Con ayuda de la fuerza de Matías y Lucas logramos convencer a Estefanía de que se sentara. En realidad, la obligamos. Y sí, hasta lloró. Supongo que es algo maricona.

 — ¡Me niego a pasar ese producto por la cabeza! — Masculló la chica que dentro de poco teñiríamos el pelo.

 — ¡Pero vos dijiste que estaría bien, nos diste permiso! — Dijo Matías, con un gesto muy enojado (y actuado, obvio) mientras la distancia entre su cara y la de ella era casi nula, gritando como si deseara que el vecino de la esquina lo escuchara.

 Ella se encontraba revoleando sus piernas, mientras yo y Lucas la sosteníamos desde los hombros, impulsándola hacia atrás para que se mantenga en el asiento.

 — Pero ahora me niego. Tengo miedo de que ustedes me arruinen la cabeza. ¿Y si hacen algo mal? ¿SI me queman el pelo con el decolorante? ¡Antes me mato! — Intentó pegarle en los testículos a Matías, pero como es de piernas cortas, no lo logró.

 — ¿Para qué te vas a matar sólo si te quemamos el pelo? Cuando te hagamos esto te vas a querer morir. — Y ahí todos le pegamos un manotazo. No podíamos sostenerla, y él con ese comentario la alteró más.

Y ahí tenía que actuar yo, por que así nunca íbamos a lograrlo.

 — Escucha una cosa;  ya entendimos que tenes miedo y toda esa cosa. Pero ¿Y si mejor te quedas quieta, y nos dejas actuar tranquilos, así nos sale bien? — Entonces entendí que estaba de acuerdo justo cuando todas las facciones de su cara se relajaron, y se quedó quieta.

 — Gracias. — Dijeron todos, ya cansados. Yo también lo estoy. Es difícil cuando un pequeño pitufo de pelo azul con mucha fuerza no se queda quieta cuando es lo que estás intentando hacer.

 Yo ya me había encargado de preparar el producto decolorante, así que una vez que le pusimos la capa de plástico para que no se ensuciara la ropa, comenzamos a ponerle el preparado por distintos mechones de la cabeza. Todos teníamos un pincel diferente del cual nos ayudábamos.

 — El paquete dice que una vez que se puso el producto desde dónde queremos que se decolore, tenemos que esperar media hora. — Dijo Lucas mirando la parte de atrás del envase (el decolorante venía en botella). 

 — Me sorprende que sepas leer. Haceme acordar que después te de una estrellita dorada. — Espeté con sarcasmo, obvio. Me gusta usar éste tipo de tonos, e incluso más cuando le agrego un gesto o algo. Por ejemplo, como hice recién, abrí mis ojos bien grandes y puse mi mano en el pecho como si me faltara aire. A veces me siento genial. Pero la cara de Lucas me daba algo de pena... ¿A quién le importa? -inserte risa malvada acá-.

 — Sí que sé leer, tarada. — Dijo acercándose más a mí, Su expresión triste pasó a ser muy furiosa. Y yo que me estaba riendo, me puse tensa rápidamente. Era raro que Lucas se defendiera de tal manera. Tal vez no debí haberlo tratado así. ¿Tengo que pedir perdón o...? En realidad, no lo sé. Pero bueno, creo que ya lo voy a superar... ¿No? Siempre supero. 

— Bueno chicos, hagan el amor y no la guerra. — Dijo Malena, metiendose en nuestra conversación, mientras pasaba por en medio de los dos, para tirar el envase vacío en el tacho que estaba a nuestras espaldas. Lucas con su mirada de odio, y yo con mi cara de perro mojado la miramos, y arqueamos una ceja. ¿"Hacer el amor y no la guerra"? ¿Qué le picó?— Uh... quiero decir que no se peleen por una idiotez. — Y ahí formamos un "¡Ahhhh!" alargado, acompañado de una risita nerviosa.

«True Love.» |Editando.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora