Cap. 9 Todos los que caben en una habitación

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A los dos días salí de la enfermería como si volviera a ver el mundo por primera vez. Me sentía libre y respiré el aire puro (sin medicamentos) hasta que me dolieron los pulmones. El olor a polvo, humedad, sudor y estrés me golpeó al salir de la enfermería como si recibiera a un viejo amigo.

Hogar, dulce hogar. Pensé con una sonrisa.

La directora había pasado a verme el día anterior para decir que ella en persona había solucionado lo de mi habitación y yo me moría de curiosidad por ver qué era lo que había hecho. Aún así, me citó para ir a su despacho por la tarde, y me dijo que la contraseña la tendría el hombre del cuadro. Presentía que la directora no iba a darme buenas noticias.

Harry y Ginny también pasaron a verme y traer los libros que necesitaba para ponerme al día. La señora Pomfrey les echó diciendo que yo lo que menos necesitaba era estudiar. La miré enfurruñada y ella puso los ojos en blanco.

Ginny se marchó con una sonrisa que no me hizo ninguna gracia. Me guiñó el ojo y se fue cerrando la puerta.

Tomé una bocanada de aire apartando todos los pensamientos de mi cabeza y me fijé en los alumnos de primero que pasaban hablando y riendo. Sonreí al verles y decidí que ya llegaba muy tarde a mi clase de Pociones, menuda novedad, así que fui a ver mi nueva habitación en vez de interrumpir.

La Señora Gorda me recibió con un cántico y luego me dejó pasar a regañadientes porque yo debería de estar en clase y ella practicando sin interrupción. El resto de los cuadros pusieron los ojos en blanco por el comentario y yo sonreí.

Subí las escaleras hasta el último piso del ala femenina y me fijé en que en la pared de piedra maciza y grisácea había una puerta de las ocho que había antes. No sabía si había alguna contraseña o similar así que, sencillamente, empujé la puerta.

Sorprendentemente se abrió con un ligero click y entré sin saber muy bien qué me iba a encontrar.

Desde luego no lo que vi.

Al principio no me fijé en que había alguien en mi cama. Estaba tan concentrada en el precioso escritorio que tenía a mano derecha con una estantería al lado llena a rebosar de libros y en los ventanales por los que podía ver, por arte de magia seguro, el Bosque Prohibido. Llegaban hasta el techo y le daban a la habitación una luminosidad hipnotizadora. El armario era dorado y marrón claro, a juego con los colores pálidos de las paredes.

La cama, al lado del armario, estaba cubierta por un dosel casi opaco, probablemente se veía desde dentro hacia fuera pero no a la inversa. Por eso no le vi y pasé a fijarme las dos hermosas butacas de color rojo y dorado como los colores de mi casa, en frente de una chimenea que ardía con pasión, caldeando la habitación y dando un olor a leña quemada que me encantaba. A unos metros de la chimenea había una puerta que, supuse, llevaba al baño. Iba a acercarme en esa dirección cuando oí un ruido en la cama.

Sentí la adrenalina correr por todo no cuerpo a la par que cogía, instintivamente, la varita y me ponía en posición de ataque. Me acerqué con la calma de una pantera que acecha a su presa. Digamos mejor un león, por aquello de que era una Gryffindor.

Corrí el velo de la cama con mucho cuidado y me preparé para lo peor.

Lo peor.

Y ahí estaba Ronald Weasly.

Tirado en mi cama.

Semidesnudo.

¿A eso le llama pose sexy?

Oh, Hermione, ¡que cruel! Pobre muchacho...

No te rías, Hermione, no.te.rías.

Hermione, algún día nos casaremos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora