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-Señorita St. Claire. Adelante, por favor. -Mi jefe, el señor Edwards, hizo un gesto con la mano hacia las dos sillas frente a su escritorio-. Toma asiento, Kyrie. -lo dijo mal, como siempre, pronunciando Kye-ree.

-Mi nombre es Keer-ee. -No podía evitar corregirlo, lo que deben haber sido unas dieciocho mil veces.
El señor Edwards se deslizó en su moderna silla de cuero negro y luego se desabrochó la chaqueta de su traje.

-Sí. Por supuesto. -Tiró de los puños de su camisa blanca y se aclaró la garganta-. Bueno, señorita St. Claire, iré directo grano. Me temo que tenemos que dejarla ir. No tiene nada que ver con usted, simplemente estamos racionalizando nuestro flujo de trabajo, y como el más nuevo y menos experimentado miembro de nuestro equipo... bueno, sus servicios ya no son necesitados.
Parpadeé. Dos veces. Tres veces. -Estoy... ¿qué?
-Despedida. Esto significa...
-Sé lo que significa despedida. Es sólo que no entiendo por qué esto está ocurriendo. Apenas la semana pasada Don me dijo que era la siguiente para tener una posición permanente...
El señor Edwards me interrumpió levantando una mano.
-Don estaba equivocado, y me disculpo por el malentendido. Como podrá ver, Don tenía una desafortunada costumbre de hacer promesas que no tenía autoridad para hacer, ni medios para mantenerlas. Él, también, ha sido despedido. -Un discreto sonido de su garganta indicaba que el tema estaba cerrado. Abrió un cajón y sacó un sobre-. Su cheque de pago final, señorita St. Claire. Incluye una indemnización de dos semanas. Vaya a limpiar su escritorio inmediatamente. En caso de necesitar referencia, puede presentar una solicitud por escrito a través de los medios adecuados.
Negué con la cabeza. -No, por favor, señor Edwards, no puede hacerme esto. Necesito este trabajo, ni siquiera sabe cuánto. Nunca he llegado tarde, nunca dejé de hacer mi trabajo mejor que alguien de mi equipo. Por favor, dame una oportunidad...
-Señorita St. Claire. La suplica no cambiará los hechos. El asunto está cerrado. Fue asignada a nosotros por medio de una agencia de trabajo temporal. Temporal, significa, temporal. Como ya he dicho, esto no es un castigo. No la estamos despidiendo, simplemente la estamos dejando ir ahora que su cargo ya no es necesario. Ahora, si no le importa, tengo una conferencia en un momento. -El señor Edwards arqueó una ceja expectante.
-Está bien. -Me puse de pie, alisando mi falda azul sobre mis caderas, dándole la espalda-. Gilipolla.
-¿Perdón? -El señor Edwards se puso en pie, cerrando un puño a su lado-. ¿Qué ha dicho?
Levanté la barbilla.
-Le dije: Gilipolla. -Use su mismo tono condescendiente de estar afectada-. Es un término despectivo que significa pene. Esto quiere decir que... es... un... Imbécil. -Me di la vuelta otra vez, y agarré el pomo de la puerta y lo giré.
Fui detenida por una mano en mi muñeca.
-Ahora, ahora, señorita St. Claire. No quiere ir a los insultos, ¿cierto? Puedo llamar fácilmente a su empresa de trabajo temporal y asegurarme de que nunca trabaje en su grupo de nuevo. -Sus dedos se apretaron en mi muñeca, y sentí su aliento en mi cuello-. Bueno... ya sabes, puede haber una forma en la que pueda mantener su trabajo. Incluso posiblemente conseguir el cargo permanente que ha mencionado.
Sentí que se presionaba contra mí, sentí la evidencia de lo que quería de mí. Y no voy a mentir, el pensamiento cruzó por mi mente. Una vez. Muy, muy brevemente. Necesitaba este trabajo. Ya tenía dos meses de atraso en el alquiler, tres meses de atraso en mí factura de electricidad, apenas me mantenía al día con mis estudios y los de mi hermano, más los gastos que siempre aumentaban en el cuidado de mamá. Podía hacer lo que este idiota quería, y mantener mi trabajo. No tomaría mucho tiempo. Algunos minutos desagradables, como mucho. Era viejo, más de sesenta años, supongo. Lo suficiente en forma para su edad, pero de ninguna manera viril.
Pero... no importa lo desesperada que estaba, eso nunca iba a suceder. No de esta manera. No con este hombre. Si él estaba caliente, y tal vez él lo quisiera hacer. Sería una cosa si se tratara de un asombroso trabajo que realmente pagara mis cuentas. Pero era un trabajo temporal. Cada hora, y con una pago de mierda. Apenas era suficiente para cubrir una factura, y mucho menos todas las facturas que tenía que pagar.
Me volví, dejándolo aferrarse a mi muñeca. Por el momento. Alcé los ojos hacia él, poniendo mi mejor cara de póker. -¿Sí? ¿Solo así? ¿Así de fácil, eh? ¿Se la chupo, y me permite mantener mi trabajo? También apuesto que si lo dejo follarme en el escritorio, obtendría el cargo permanente.
No entendió la peligrosa calma en mi voz.
-Ahora está pensando. -Se lamió los labios, y levantó un dedo para tocar la cúspide de mi escote, el pequeño del mismo que mostraba mi atuendo conservador-. Es una joven muy atractiva, señorita St. Claire. Estoy seguro de que podríamos llegar a un acuerdo aceptable.
Dios, odiaba la falsa formalidad en la que hablaba. Un agradable arreglo. Me obligué a reprimir mi repulsión por unos segundos más.
- ¿Qué es lo que tiene en mente, señor Edwards?
Mi columna tembló con disgusto mientras sus ojos me lanzaban miradas lascivas y su lengua salió por encima de sus labios finos y pálidos. Hizo el movimiento por debajo de su cinturón, y oí el zzzzhhrip revelando que su cremallera estaba baja. No miré, no quería ver lo que acababa de sacar.
-Bueno, vamos a ver cómo lo hace, y vamos a por ello. -Se apoyó contra el borde de la mesa, con una sonrisa en su cara codiciosa-. Y... desabróchese la blusa un poco.
Jugué con el botón de mi blusa, mirando fijamente a sus ojos color marrón. -¿Quiere un poco de espectáculo, ¿eh, señor Edwards? - Desabroche el botón superior, lo que habría hecho en el ascensor de todos modos. Sentí que mis pechos se aflojaban un poco, ya no estaban tan apretados. Sus ojos devoraban la extensión mi escote. - ¿Qué tal así?
-Muy bien. Pero... ¿qué tal un poco más?
Asentí, como si esto fuera perfectamente razonable, sigo negándome a mirar abajo hacia su entrepierna. Y entonces, sin previo aviso, moví mi cabeza hacia adelante, sentí a mi frente conectar con su nariz, sintiendo la ruptura del cartílago. Me alejé mientras sangre carmesí caía a raudales por su nariz. -¿Qué le parece si se jode, señor Edwards?
Lo dejé sangrando, encorvado en su escritorio. Me estremecí cuando capté un atisbo accidental de su arrugado, venoso, y ahora flácido pene colgando sobre su cremallera. Dios, podría haberme ido sin tener que ver eso por el resto de mi vida.
Abrí la puerta y salí, miré mi blusa, y maldije cuando me di cuenta de que tenía un par de gotas de sangre en ella. Me detuve en el baño de mujeres y puse agua fría sobre la mancha, a continuación, recogí mis pertenencias de mi escritorio. No tenía mucho que llevarme, unas pocas barras de granola, algunos tampones de repuesto, y lo más importante, mi foto enmarcada de mamá, papá, mi hermano menor Cal y yo. Fue tomada hace varios años. Antes. Antes de que papá fuera asesinado. Antes de que mamá se enfermara. Antes de pasar de ser la inocente, ingenua, chica universitaria al principal sustentador para tres personas, de la cual una ni siquiera me reconocía la mayoría de días. Antes de que mi vida se fuera totalmente por el desagüe, poniendo todos mis sueños fuera de mi alcance, dejándome desesperada, exhausta, estresada y frustrada.
Metí mis cosas en mi bolso y salí con la mayor dignidad que poseía hacia los ascensores, escondiendo mi alegría cuando vi al señor Edwards siendo escoltado por seguridad. Sus pantalones estaban abrochados, pero no su cremallera, y su impecable traje, estaba salpicado de sangre. Dos miembros más del personal de seguridad iban de cubículo en cubículo, buscándome, supuse.
Tomé las escaleras y salí del edificio.
Ya que mi empresa de trabajo temporal nunca tenía estacionamientos disponibles, tome el autobús hacia sus oficinas, con la esperanza de ser capaz de encontrar otro trabajo de inmediato.
Mi contacto, Sheila, escribió en su ordenador durante unos minutos, luego se volvió hacia mí con el ceño ligeramente fruncido. -Lo siento, Kyrie, pero simplemente no tengo nada más en este momento.
-Él me agredió sexualmente, Sheila.
Sheila dejó escapar un largo suspiro. -Lo entiendo, Kyrie, y se enfrentará las consecuencias, pero eso no cambia el hecho de que no tengo ningún trabajo disponible en este momento.
Traté de controlar mi respiración. -¿Puedes comprobar de nuevo? Tomaré lo que sea. Literalmente cualquier cosa.
Ella observa nuevamente y, a continuación, miró hacia mí con un encogimiento de hombros. -Nada. Lo siento mucho. Tal vez inténtalo de nuevo en unas semanas.
-No voy a tener un apartamento en un par de semanas.
-Lo siento, cariño. Las cosas están apretadas. ¿Qué puedo decir? -Puso una mano con cuidado sobre la mía-. ¿Necesitas un poco de dinero? Puedo prestarte...
Me puse de pie. -No Gracias. -Me hacía falta dinero, desesperadamente. Me salté el almuerzo de hoy, sólo para tener un poco más de dinero en efectivo para el alquiler. Pero no iba a tomar caridad-. Ya se me ocurrirá algo.
Poco a poco, regresé para recoger mi coche del aparcamiento. Y luego recordé que me habían despedido, y mi tarjeta de aparcamiento ya no era válida. Mierda. Otros quince dólares que no podía ahorrar.
El regreso a casa fue largo en más de un sentido. Había trabajado en una oficina en el centro, pero vivía a más de cuarenta y cinco minutos en los suburbios al norte de Detroit. Mi coche estaba humeando en el momento en que llegué a casa, y mi estómago estaba vacío, haciendo ruidos, gruñidos y gorjeos.
Apreté los ojos para contener las lágrimas mientras comprobaba el correo. Buscaba a tientas a través de los sobres, murmurando-: Mierda... mierda... mierda -en voz baja con cada respiración en cada factura. Había de DTE Energía, Servicio AT&T por cable e Internet, agua, gas, la matrícula de Cal, mi matrícula, factura del hospicio de mamá... y un sobre blanco sin remitente, sólo con mi nombre -Kyrie St. Claire- escrita a mano con una pulcra y ordenada letra en el centro, junto con mi dirección. Metí las otras facturas en mi bolso y coloque el sobre en mis labios mientras insertaba la llave en la cerradura.
Fue ahí, por supuesto, que vi el aviso blanco pegado a la puerta de mi apartamento. Desalojo: pagar la renta o desalojar dentro de 3 días.
Necesitaba unos mil dólares de alquiler. O más bien, un mes más de alquiler para poderme reajustar. Tenía la esperanza de evitar el desalojo lo suficiente como para ser capaz de ponerme al día con la cantidad atrasada. Pero eso no iba a pasar ahora. Ya que me habían despedido.
Sin soltar lágrimas, abrí la puerta, la cerré tras de mí, y ahogue un sollozo. Dejé el sobre caer al suelo y me tapé la boca con mi puño, lágrimas calientes y saladas se deslizaron por mis ojos. No. No. Nada de lágrimas, nada de arrepentimientos, no autocompasión. Entiéndelo, Kyrie. Entiéndelo.
Me aparté de la puerta, me arrodillé para recuperar el sobre extraño, y encendí el interruptor de la luz.
Nada.
Por supuesto, la luz fue cortada.
Por encima de todo, me estaba muriendo de hambre. Comí una de mis barras de granola camino a casa, pero necesitaba algo más. La única comida que había en la cocina era un paquete de fideos, salsa de tomate, comida china de hace dos semanas, y una bolsa de zanahorias. Y un pote pequeño, de yogurt de cerezo negro de Chobani.
Gracias, Jesús, y todos los griegos por el Chobani. Y gracias por el hecho de que el yogurt estaba todavía frío.
Tomé mi yogur de la nevera oscura, todavía fresco, lo abrí, agarré una cuchara del cajón, y lo agite. Abrí mi blusa hasta el final, desabroché mi falda, y me senté en el mostrador, comiendo mi yogurt, saboreando cada bocado. Aparte de la escasa cantidad de comida, tenía un cheque de pago de ochocientos dólares por dos semanas de trabajo de la oficina temporal, además de mi indemnización por despido. Eso era todo.
Finalmente, no pude contener los sollozos por más tiempo. Me rendí y me dejé llorar por diez minutos. Arranqué un pedazo de papel, mi último rollo, me limpie la nariz y los ojos, deteniéndome. Tenía que asimilar esto. De alguna manera.
El sobre extraño me llamó la atención. Estaba asentado donde lo había dejado encima del microondas. Estiré la mano y lo agarré, deslicé mi dedo índice debajo de la solapa. ¿Adentro había... un cheque?
Sí, un cheque. Un cheque personal.
Por diez mil dólares.
Enloquecí.
Tomé una respiración profunda, puse el cheque boca abajo en mi regazo, y parpadee varias veces. Fuerte. De acuerdo, mira de nuevo. Sip. Decía: pagar a favor de Kyrie St. Claire, por la cantidad de diez mil dólares y cero centavos. En la parte superior izquierda del cheque estaba el que pagaba: VRI Inc. y la dirección de la oficina postal era en Manhattan.
Y ahí, en la esquina inferior izquierda, en la única línea frente a la firma ilegible, una sola palabra. TÚ. Toda en mayúscula, toda con la misma letra bien cuidada que aparecía en el sobre. Examiné la firma de nuevo, pero era un poco más que una línea ondulada de color negro. Podría ser una "V", y tal vez una "R", pero no había manera de estar segura. Supongo que tendría sentido, dado el hecho que el que pagaba era VRI Incorporated. Pero eso no me decía mucho.
Ninguna nota, nada en el sobre, excepto el cheque. Por diez mil dólares.
¿Qué demonios se supone que debo hacer? ¿Cobrarlo? Diez mil dólares pagarían el alquiler actual, así como el monto vencido; tendría luz otra vez después de pagar lo que les debía... diez mil dólares pagaría todas mis cuentas y todavía me dejaba lo suficiente para arreglar los frenos de mi auto.
Diez mil dólares.
¿De quién? ¿Y por qué? No conocía a nadie. No tenía familia aparte de mi madre y mi hermano. Quiero decir, sí, tenía a la abuela y al abuelo en Florida, pero vivían de la Seguridad Social, y estaban a unos cinco minutos de mudarse a un asilo de ancianos... el cual no podía pagar. Me habían pedido dinero el año pasado. Y les había dado.
¿Qué pasa si cobraba esto, y era... la mafia? Y venían por lo que les debía, y me rompían la rótula. Bien, eso era estúpido. Pero, de verdad, ¿Quién en la tierra me enviaría dinero en absoluto, y mucho menos tanto? Tenía una amiga, Layla. Y ella estaba casi tan desesperada como yo.
No obstante, la llamé. Contestó al cuarto timbre. -Hola, perra. ¿Qué sucede?
-Tú, esto va a sonar muy tonto, pero ¿me enviaste un cheque por correo? ¿Lo hiciste? ¿No te ganaste en secreto la lotería? -Me reí, como si fuera una broma-.Quiero decir, no lo hiciste, ¿verdad?
Layla soltó una carcajada. -¿Has estado bebiendo? ¿Por qué diablos iba a enviarte un cheque por correo? Ni siquiera tengo cheques. Y si lo hubiera hecho, y si tuviera el dinero para dártelo, ¿por qué iba a enviarlo por correo?
-Sí, claro. Eso, es lo que pensaba.
Layla captó el tono de mi voz. -¿Qué está pasando, Key?
No estaba segura de qué decir. -Um. ¿Puedo ir para allá? ¿Por... unos días?
-¿Te cortaron la luz?
-También me desalojaron.
-No -respiró.
-Y me despidieron.
-¿Qué? -chilló Layla. -¿No me dijiste que conseguiste un trabajo permanente?
-Tuve una proposición sexual por el señor Edwards.
-Cierra la boca.
-Me dijo que podía mantener mi trabajo si le chupaba la polla. Quiero decir, no lo dijo con esas palabras. Pero lo dejó en claro... sacando su pene.
-Key. Tienes que estar bromeando. -La voz de Layla era plana, como si no me creyera.
-Ojalá lo estuviera. Nunca voy a conseguir sacar esa imagen, fuera de mi cabeza. Ugh. -No tuve que fingir el estremecimiento de repulsión-. ¿Sabes lo que hice?
-¿Qué?
-Le di un cabezazo. Le rompí la nariz.
-¡No lo hiciste!
Asentí, y luego me di cuenta que estaba en el teléfono. -Lo hice. Totalmente lo hice.
Layla se quedó en silencio por un minuto. Luego. -Maldita sea, Kyrie. Este fue un infierno de día. -Escuché como apagaba la bombilla-. ¿Qué era eso del cheque?
-¿Puedo ir? No me creerías si te lo dijera. -Tuve que forzar mi voz para mantener la calma.
-Por supuesto. Trae tu cobija, perra. Vamos a tener una pijamada.
Layla nunca me ha defraudado. Quiero decir, no puede pagar el alquiler por mí, pero dejaría quedarme en su sofá hasta del fin del mundo si lo necesitase. Ella vivía con su novio, Eric, por lo que ya no podíamos ser compañeras de cuarto, pero siempre me acogía. Me cambie, hice las maletas, que no tomaron mucho tiempo y dejé mis muebles de tercera mano donde estaban. O sería capaz de volver por ellos, o no lo haría. Ahora no hay nada que pudiera hacer al respecto.
Donde Layla, me quité los zapatos y acepté la Bud Light que me entregó. Layla era mitad de color y mitad italiana, con toda la actitud y curvas. Con cabello largo y negro, ojos marrones oscuros y piel moka impecable. Habíamos sido mejores amigas desde el primer día de universidad, compañeras de cuarto durante dos años, hasta que conoció a Eric y se puso lo suficientemente seria como para irse a vivir con él. Eric estaba... bien. Era guapo, agradable... y un aficionado traficante. No me disgusta, pero no entendía lo que Layla vio en él. No era un mal tipo, pero no era de mi agrado. Ella lo sabía, y no le importaba. A ella le gustaba, a él le gustaba, y funcionaba para ellos. Lo que sea.
Me senté en el sofá roto, vacié la mitad de mi cerveza, y luego le entregué el sobre a Layla. O, como yo lo llamaba, Él sobre. -Lo encontré en el correo de hoy. Sólo así. De la nada. Ábrelo.
Layla frunció el ceño, luego examino la parte exterior. -Linda letra.
-Lo sé. Pero mira dentro. Y... tal vez siéntate. -Tomé otro largo trago de mi cerveza.
Layla puso su trasero en el brazo del sofá a mi lado y saco el cheque. -¡Mierda! -Me miró con los ojos muy abiertos-. Key, se trata de diez mil dólares. ¿Sabes lo que podrías hacer con esto?
-Sí. Lo sé. Pero... ¿de dónde vino? ¿Quién lo envió? ¿Por qué? Y lo más importante... ¿Me atrevo a cobrarlo?
Layla suspiró. -Entiendo tu punto. Quiero decir, una parte de mí dice: ―duh, ¡es dinero perra!‖, pero la parte desconfiada de mí dice: ―Espera, hermana.‖
-Exactamente. Nunca sería capaz de pagar esto. Nunca. - Terminé mi cerveza, y me levanté para conseguir otra, encontré una caja de pizza vieja en la nevera. -¿Puedo? -Levanté la caja.
Layla se encogió de hombros. -Claro. Entonces, ¿qué vas a hacer?
-No lo sé, Layla. Me gustaría saberlo. Estoy en las últimas. Si no te tuviera, estaría viviendo ahora mismo en mi coche. La póliza de seguro de vida de papá se acabó hace seis meses. No tengo para el alquiler, y todas mis otras cuentas están vencidas. Debo pagar la matrícula de Cal, y también la mía. Mierda, todo es deudas. Y no tengo trabajo. Busqué durante semanas para encontrar este trabajo temporal. Nunca encontraré otro. Y ahora... justo cuando más lo necesito, esto -le arrebato el cheque a Layla y lo muevo-, aparece. No veo cómo no puedo cobrarlo. Solo espero no terminar debiéndole, por así decirlo, a Sal el rebanador o algo parecido.
Layla asintió. -Ese es el riesgo. No sabes de quién es. -Golpea el cheque-. ¿Has buscado en Google VRI Incorporated?
-No tengo luz ¿recuerdas? No pude usar mi computadora. Y no tengo un plan de internet en mi celular.
-Oh. -Layla se sentó en la silla frente a su computadora, que era casi tan antigua como la mía. Abrió Google, escribió el nombre y la dirección y se desplazó a través de los resultados. -Nada. Quiero decir, hay un montón de empresas con ese nombre, y el hecho de que fue enviado de una oficina postal significa que no quiere ser encontrado.
-No jodas, Sherlock. Sin una maldita dirección IP o algo así, no veo cómo puedo averiguar quién es.
-Entonces cóbralo.
-Lo cobraré.
Pasamos la noche bebiendo. Me emborraché con unas ocho cervezas y me desmayé en el sofá, ya que no tenía que levantarme por la mañana. Layla y yo tuvimos una clase en la tarde, así que dormimos hasta casi las once, lo cual fue agradable. Después del desayuno y una ducha, Layla y yo fuimos juntas al banco. Me paré frente a la cajera, con dos cheques en la mano, y temblando como una hoja. Después, me las arreglé para entregárselos. Le pedí que los deposite, y me dé mil dólares en efectivo.
Una vez hecho esto, la cajera me dio un recibo y un sobre lleno de dinero en efectivo el cual lo contó frente a mí. Puse doscientos dólares en billetes de veinte en mi bolso y los otros ochocientos en el sobre. Me quedé mirando el saldo del recibo: $ 9,658.67. Salimos del banco, nos metimos a mi coche, y fuimos a la universidad. Como siempre, Layla no mencionó el dinero, no hizo alusión a la cantidad de facturas que debía, o lo que haría con un par de cientos de dólares. ¿Par de cientos? Mierda, para las chicas en nuestra situación, incluso unos veinte dólares serían un regalo del cielo. Ella no preguntaría, nunca, sin importa la cantidad de dinero que yo tenía. Al igual que yo no lo haría si la situación fuera al revés. Ella nunca pide nada al menos que estuviera en una situación desesperada como yo lo estoy ahora. Antes de que saliéramos y fuéramos a clase, puse un sobre con dinero en la mano de Layla.
-Aquí. -Puse sus dedos sobre el borde-. Sé que lo necesitas.
Layla me quedó mirando. -Um. No.
Asentí. -Um, sí. No creíste que no lo iba a compartir con mi mejor amiga, ¿cierto?
-Kyrie. No me puedes darme esto. Tú lo necesitas.
Le sonreí. -Tú también. Tengo suficiente ahora. No solo eres mi mejor amiga, Layla. Eres... eres como de la familia. Así que solo tómalo y da las gracias.
Ella jadeo. -Vas a hacer que me manche con rímel, perra. -Layla tomó una respiración profunda, parpadeó, visiblemente conteniendo las lágrimas-. Gracias, Kyrie. Sabes que te quiero, ¿cierto?
Fue algo grande que me dijera eso. Ella había crecido en un hogar difícil. Sin abuso, sólo frío y cerrado, no en el tipo de familia que intercambiaba declaraciones de amor regularmente.
Sabía que amaba a Eric, pero nunca la había oído decirlo. Yo era muy similar, crecí en un hogar estable y feliz, pero no donde nos dábamos abrazos con frecuencia o decíamos te quiero. Layla y yo habíamos sido amigas durante más de tres años.
Habíamos ido contra viento y marea juntas, enfrentamos hambre, novios imbéciles, profesores idiotas, traiciones de ex amigas, peleas de bar y robos en apartamentos. Había estado ahí para ella cuando fue atacada sexualmente por un ex novio celoso, y ella había estado ahí para mí cuando mamá tuvo su crisis, lo que exigió una hospitalización a largo plazo. Sin embargo, con todo esto, y a pesar que tomaríamos una bala por la otra, nunca nos decíamos que nos queríamos.
Fue mi turno para contener las lágrimas. -Te quiero, también.
-Ahora se acabaron las mierdas cursis. Tengo que llegar a clase. - Se inclinó hacia mí y me abrazó, y luego salió del coche, haciendo clic a través del estacionamiento con sus tacones de tres centímetros.
Me senté por unos minutos más. Mi clase era una conferencia, así que podría llegar tarde y ponerme al día si necesitaba hacerlo. Saqué el recibo bancario de mi bolso y me quedé mirándolo, preguntándome si acababa de cometer el error más grande de mi vida, por tomar ese dinero. Quiero decir, lo necesitaba mucho. No había duda en eso. Estaba en el punto en que tendría que recurrir al estriptis o follar muy pronto, y no era una exageración. Y eso sería sólo para alimentarme, y ni hablar de lo que tendría que hacer para mantener un techo sobre mi cabeza. Este dinero era literalmente mi salvación.
Pero la lección de vida que aprendí era que nada era gratis. Algún día, alguien vendría en busca de lo que le debía.
Sólo tendría que aceptarlo, no olvidarlo, y tratar de no sorprenderme demasiado cuando mi deudor llame a la puerta.
Guarde el recibo y me fui a clase. Después, fui a la oficina de matrículas para pagar mi factura, y luego pasé por la oficina de alquiler de camino a casa y pagué lo que le debía, además de la renta del próximo mes. Fue una sensación increíble saber que pague todo el siguiente mes. Envié los cheques y pasé la noche en el teléfono con las compañías de servicios públicos, pagándoles. Cuando pague todas mis facturas, mi chequera decía que tenía un poco menos de dos mil dólares, incluido mi cheque de pago final. Arreglar mis frenos costaría unos cientos lo que me dejaría con una pequeña cantidad para vivir.
Gracias, a quien sea que me envió ese dinero. Empujé ese pensamiento al vacío y me pregunté, no por primera vez, y sin duda no por última, quien estaba detrás del misterioso cheque. Y lo que a él, ella
o ellos querrían a cambio.
***
A mediados del mes siguiente, estaba recogiendo el correo de camino a casa del trabajo. Por fin, después de semanas de llenar solicitudes por horas todos los días, encontré un trabajo. Como recepcionista en Outback. Puaj. Pero me pagaban. No mucho, pero era algo. Estire ese gran cheque anónimo el mayor tiempo posible, pero ya se había acabado. Estaba atrapada en mis deudas, y aunque no tenía que pagar el alquiler en unas cuantas semanas, el pánico todavía estaba ahí.
Así que imagina mi sorpresa cuando, escondido entre una factura de servicios públicos y un cupón, estaba él sobre. Misma letra, sin remitente. ¿Y en el interior? Otro cheque por diez mil dólares.
En la línea de notas, una sola palabra: me.
Tú me.
Mierda. Esto no era bueno. No era bueno. No era bueno en absoluto. Llamé a Layla, y estuvo de acuerdo que el significado podría ser nefasto, pero también acepto que ya que había cobrado el primero, podría cobrar el segundo. Ya estaba hundida; Ya que debía a quienquiera que fuese más dinero de lo que nunca seré capaz de pagar, así que ¿por qué no cavar más profundo? Si venían a cobrarme estaría igual de jodida, por lo que tenía que disfrutar de esto mientras dure, ¿cierto?
Así que lo cobré. Pague las facturas. Arregle el aire acondicionado de mi coche, y sustituí la radio ya dañada. Fui a escondidas de Layla y pagué su alquiler. Fui a clases, fui a trabajar, rogué por turnos extra, rogué para que me entrenen como camarera. Y, finalmente, conseguí el puesto, lo cual ayudó mucho. Paso el mes, y pronto paso la mitad del mes siguiente. A medida que los días pasaban uno tras otro, traté de ignorar la esperanza de que vendría otro sobre.
Y lo hizo.
Me temblaban las manos, como siempre, cuando lo abrí. Esta vez, había otra palabra en la línea de notas: perteneces.
Oh Mierda. Mierda Mierda Mierda Mierda.
Tú me perteneces.
Layla justificadamente se asustó, como yo.
Pero aun así, no había ninguna pista sobre a quién pertenecía.
Así que, sin nada más que hacer, seguí viviendo. Pagado mis cuentas, guardando algo extra, ayudando a Layla.
Tuve un día libre, ya que mis clases se cancelaron, y no tenía que trabajar. Así que visité a mamá. Lo cual odiaba. Pero era mi deber como su hija visitarla de vez en cuando, pero no le veía el punto la mayoría de las veces. Aparqué fuera del asilo, me dirigí más allá de los residentes de edad avanzada, que con indiferencia veían la televisión en la sala de recreación, pasé unas puertas con los pacientes enfermos y débiles en camas mecánicas. Me detuve frente a la puerta de mi madre, que siempre estaba cerrada. Respiré hondo, y me rodee de toda la fuerza que pude reunir, y la abrí.
Mamá estaba sentada en su cama, con las rodillas recogidas contra el pecho, y con su lacio cabello contra su cabeza, sin lavar y grasiento. Odiaba las duchas. Ellos podrían atraparte en la ducha, mamá afirmaba. Por lo general para bañarla intervenían varios guardias y un sedante.
-Hola, mamá. -Di un paso más cerca, vacilante más cerca, a la espera de ver cómo estaba hoy antes de tratar de abrazarla.
Algunos días, la paranoia hacia peligroso acercarse demasiado a ella.
-Se están riendo de mí. Están más cerca hoy. Más cerca. Entran por las ventanas. ¡CIERRA LAS PERSIANAS! -gritó de repente, lanzándose fuera de la cama y arañando la ventana con sus uñas, buscando un cordón que no existía.
La tomé por las muñecas y la aparté. -Voy a cerrarlas por ti, mamá. Está bien. Ssshhh. Está bien.
Ella vaciló, mirándome. -¿Kyrie? ¿Eres tú?
Sentí mi respiración detenerse. -Sí, sí, mamá. Soy yo.
Sus ojos se estrecharon. -¿Cómo sé que realmente eres tú? Ellos tratan de engañarme a veces, ya sabes. Envían agentes. Muy parecidos. A veces las enfermeras de esta horrible prisión se hacen pasar por ti. Se visten como tú, y hablan como tú. Dime algo que sólo mi hija sabría. ¡Dime! -dijo entre dientes, mostrándolos hacia mí.
Traté de mantener la calma. -Me caí de la bici cuando tenía nueve años, mamá. ¿Te acuerdas? Me corte la rodilla y tuvimos que caminar cuatro cuadras de regreso a casa. Mi calcetín estaba tan lleno de sangre que tuve que tirar el zapato. Me diste una paleta. Uva. Sólo, que estaba llorando tan fuerte, que se me cayó en la acera. Me hiciste enjuagarla y comérmela de todos modos. ¿Recuerdas eso?
-A lo mejor eres tú. ¿Qué quieres? ¿Cortar mis raciones? ¿Quitarme mis privilegios?
Sentí que mi corazón se agrietaba un poco. -Solo estoy aquí para verte, mamá. Sabes que esto no es una prisión. Es un asilo. Ellos se encargan de ti.
-¡Ellos me golpearon! -Se levantó la manga, me mostró los moretones de huellas en sus brazos.
Me asusté como un montón la primera vez que me mostró algo parecido. Se lo hizo ella misma, dijeron las enfermeras. No lo creía al principio, pero luego lo vi. Mamá marcando sus dedos en su propio brazo, vi cómo se golpeaba con tanta fuerza que tuvo que ser sedada.
-Mamá, sé que te lo hiciste tu misma. Ellos no te harán daño aquí. Lo prometo.
-Me lo prometes, ¿no es cierto? Hacen que me lastime. Controlan mi mente. Está en la medicina que me dan. Controlan mi mente, para que me haga daño. Dirías cualquier cosa para deshacerte de mí. Me odias. Es por eso que me tienes en la cárcel. Me odias. Siempre me has odiado. -Su labio se curvó, y sus ojos adquirieron un brillo frenético que conocía demasiado bien.
Me preparé para lo inevitable.
Sentí lágrimas arder mi ojo. -No, mamá. Te quiero. Sabes que te quiero.
-Me quieres. Mi hija nunca diría eso. ¡Eres una impostora! ¡Alguien falsa! ¡Eres uno de sus agentes! ¡Fuera! ¡Aléjate de mí! -Mamá se abalanzó sobre mí, y tuve que retroceder rápidamente para evitar que me golpee con su mano.
Abrí la puerta y caí hacia atrás, siendo atrapada por una enfermera.
-La tenemos, cariño. Va a estar bien, solo ha tenido un día duro. No durmió bien anoche. Todavía no ha tomado sus medicamentos, y tenemos que darle una ducha. -La enfermera me dio una palmadita en el hombro-. Ella sabe que la quieres. Sabes, preguntó por ti el otro día. Preguntó si ibas a venir a visitarla pronto.
-Ella... ¿ella lo hizo? -escuché a mi voz quebrarse.
-Lo hizo.
-Bueno, si le pregunta de nuevo, dígale que la quiero. Dígale que voy a venir a visitarla de nuevo pronto.
Dentro de la habitación, otra enfermera estaba hablando con mamá. Miré por un momento y luego me alejé, despidiéndome de la enfermera.
Lloré de camino a casa, como siempre lo hacía después de visitar a mamá. Después de la muerte de papá, había ido de mal en peor, y después de peor a imposible. Siempre tuvo cambios de humor y ataques de paranoia, pero eran manejables, sobre todo cuando tomaba sus medicinas. Pero entonces papá fue asesinado, y la esquizofrenia se hizo cargo, y ninguna cantidad de medicamento pudo controlarla. La póliza de seguro de vida de papá pagó las cuentas durante varios años, pero con el tiempo se acabó, y eso me dejó en muy mal lugar. No me atreví a aplicar para los beneficios sociales, y mis solicitudes de préstamos estudiantiles y becas y subvenciones seguían procesándose. Y, al mismo tiempo, mamá se puso peor y peor.
Mi hermano Cal quedaba fuera de todo esto. Iba a la universidad de Chicago, nunca venía a casa, nunca visitaba a Mamá, nunca me llamaba. Él tenía su vida, y siempre que lo ayudase a pagar su matrícula, estaría bien. Trabajaba también, pagaba su propia casa y comida, pero siempre me prometí a mí misma que me encargaría de él, no importa qué. Al crecer, le cocinaba y limpiaba, lo llevaba a la escuela, empacaba su comida, lo ayudé a aplicar a la Universidad de Columbia, lo ayudé a encontrar un apartamento y un trabajo y le enseñé cómo hacer un presupuesto. Así que no era que no estaba agradecido conmigo y por todo lo que había hecho por él, simplemente no podía manejar a mamá. Y no lo culpaba.
Le envié algo de dinero extra cuando llegué a casa de visitar a mamá, y luego le envié un rápido correo electrónico, preguntándole cómo estaba. Respondería después de un día o dos, probablemente.
Mientras tanto, los cheques seguían llegando. Uno por uno cada mes, con diez de los grandes cada vez. Sin embargo las notas terminaron, después de ese breve, críptico, y aterrador mensaje. Seguí cobrándolos, ahorrando tanto como podía. Nunca me deje de preguntar quién los enviaba, pero nunca hubo ninguna pista. Intente buscar en internet una vez más, pero nunca tuve ningún progreso.
Los meses convirtieron en un año, y estaba a un semestre de terminar mi licenciatura en Trabajo Social. Necesitaba un master para hacer lo que quería, así que todavía tenía un montón de universidad por delante.
Y ahora le debía a mi misterioso benefactor $120,000.00.
Y entonces, en el primer aniversario del primer cheque que llego a mi correo, hubo un golpe en la puerta de mi apartamento. Acababa de salir de la ducha, así que envolví una toalla alrededor de mi torso y otra alrededor de mi cabello, y deslice la cadena de seguridad y abrí la puerta.
-¿Sí? ¿Puedo ayudarle? -le pregunté.
Había un hombre alto y delgado de edad indeterminada de pie al otro lado. Iba vestido con un traje negro con una camisa blanca y una corbata negra. Tenía en la mano un sombrero de esos que llevaban los conductores del limosinas. También tenía un par de guantes de cuero negro para conducir, y, si no me equivocaba, había un bulto en su pecho que indicaba que llevaba una pistola.
Sus ojos eran de color verde, duros, fríos y aterradoramente inteligentes.
-Kyrie St. Claire. -No era una pregunta. Su voz era baja y suave, y tan fría como el acero.
-¿Sí?
-Vístase, por favor. Use su mejor ropa.
-¿Perdóneme?
-Si no está usando ropa interior, póngasela. Y un vestido de noche. El azul.
Miré fijamente al hombre a través de la apertura en la puerta. - ¿Qué? ¿De qué está hablando?
Su rostro permaneció impasible. -Mi nombre es Harris. Estoy aquí para recogerla.
-¿Recogerme? -escupí la palabra-. ¿Qué soy, una pieza de joyería?
-¿Cobró o no doce cheques de diez mil dólares cada uno, por una cantidad total de ciento veinte mil dólares?
Tragué duro. -Sí, lo hice.
-¿Tiene los fondos disponibles para el reembolso?
Sacudí mi cabeza. -No. No todo.
-Entonces obedecerá. Ahora. Por favor, vístase. Su más fina lencería, el vestido de noche azul, joyas. Arregle su cabello. Aplíquese maquillaje.
-¿Por qué?
-No estoy autorizado para responder ninguna pregunta -dio un paso más cerca a la puerta-. ¿Puedo entrar?
-No... No estoy vestida.
-Soy consciente de ello. Empacaré sus pertenencias mientras se viste.
-¿Empacar mis pertenencias? ¿Adónde voy?
Alzó una ceja. -Lejos.
Tragué saliva otra vez. -¿Por cuánto tiempo?
-Indefinidamente. Ahora, no más preguntas. Me dejará entrar, por favor -fue dicho como una pregunta, pero no lo era. Él pudo fácilmente romper la puerta, de eso estaba segura. Y tenía una pistola.
Sus ojos perforaron los míos-. Por favor, señorita St. Claire. Sé que esta es una situación inusual. Pero debe entender. Estoy aquí no sólo para recogerla, sino para protegerla. No la lastimaré, lo juro. No intentaré observarla cambiarse. Empacaré su ropa y otras pertenencias, y la acompañaré en su viaje. No puedo responder ninguna otra pregunta.
-Yo sólo... no entiendo qué está sucediendo.
Harris parpadeó hacia mí, y luego dejó salir una respiración corta. - Estoy seguro que recuerda el mensaje de los tres primeros cheques.
No pude respirar, ni tragar el nudo de miedo en mi garganta. -Tú me perteneces -susurré.
-Sí. Eso es lo que sucede. Mi empleador me ha enviado para recoger lo que es suyo.
-Yo.
-Precisamente.
-¿Qué quiere conmigo? ¿Quién es?
Los ojos de Harris se estrecharon con irritación. -Le dije, señorita St. Claire, que no puedo y no responderé ninguna otra pregunta. Ahora, déjeme entrar. Esa cadena es una molestia, y mi trabajo incluye acabar con las molestias. No haga esto difícil, por favor.
Cerré mis ojos, conté hasta cinco, y luego me di cuenta de que no tenía elección. Sabía que él estaba armado, y supe que no tenía manera de salir de esto. Había prometido que no me lastimaría, pero eso era una pequeña consolación. Era un hombre que daba miedo, y yo era una chica sola, en un apartamento no tan bueno en un vecindario bastante turbio. Nadie excepto Layla siquiera me extrañaría si desapareciera.
-¿Puedo llamar a mi amiga para decirle que me... voy lejos?
-Después de que estemos en ruta.
-¿Qué harás si me niego a cooperar? -pregunté.
Harris levantó una esquina de su boca en una sonrisa que enfrió mi sangre. -Eso sería... tonto.
Mantuve mi posición. -¿Qué harías?
-Podría abrir la puerta, dominarla, sedarla, y llevarla conmigo a pesar de todo.
-¿Y si llamo a la policía?
Harris suspiró. -Señorita St. Claire. Eso es enteramente innecesario. Esto no es algo malo que le esté pasando. No soy un ejecutor de la Mafia. No voy a romper sus piernas. Estoy aquí para llevarla a encontrarse con mi jefe, quien ha previsto tan amablemente por usted este pasado año. Sólo desea organizar... el reembolso.
-No tengo el dinero para devolvérselo. Nunca lo tendré.
-Él no está interesado en el dinero.
-Él. Dijiste él. Así que, ¿me quiere... a mí?
Harris lamió sus labios, como si hubiera errado. -Accederá de buena gana. Nada la forzará.
-Pero no quiero ir contigo.
-¿No? -alzó una ceja-. Seguramente debe estar curiosa.
-No lo suficiente para ir contigo. Me asustas.
-Bien. Eso es parte de mi trabajo. Pero le prometo, que no la lastimaré, y no permitiré que nada la lastime. Está a salvo conmigo. Pero el tiempo es corto. Si se va a negar, estaré forzado a volver con mi jefe y reportar su obstinación. El próximo paso probablemente implicaría métodos de recuperación a la fuerza. Simplemente venga conmigo. Será más fácil para todos nosotros.
Suspiré. -Bien -cerré la puerta, abrí la cadena, y dejé que Harris entrará.
Miró mi apartamento con diversión abierta. -Debo decir, había esperado que se encontrara en un lugar más agradable con el dinero que ha recibido.
-Nada dura para siempre. No tenía garantía de que los cheques seguirían viniendo. Puedo permitirme este lugar por mí misma. Más o menos.
-Sabio de su parte.
Intentando retrasar las cosas, pregunté. -¿Puedo conseguirte algo para tomar?
Harris parpadeó hacia mí. -No. Gracias. No tenemos mucho tiempo. Vístase, por favor.
Fui a mi habitación, revolví mi armario hasta que encontré el vestido azul que había llevado a una gala de recaudación de fondos con mi último novio. Harris sabía que tenía un vestido azul, y eso en sí mismo era espantoso. No era un vestido caro, pero me encajaba como un guante, mostraba mis curvas y acentuaba mi piel y cabello. Miré a Harris, que tenía mis dos maletas -el equipaje viejo de mamá y papá- en mi cama y estaba empacando todos mis vaqueros, pantalones de yoga, faldas, chaquetas, vestidos, y blusas con eficiencia militar.
Levanté el vestido. -¿Este servirá?
Harris levantó la mirada, examinó el vestido, y luego asintió una vez.
-Sí.
Saqué un conjunto de ropa interior que tenía del cajón inferior. No era caro, pero otra vez, era perfecto para mí. Encaje de profundo carmesí, la perfecta sombra para compensar mi piel bronceada y pelo rubio. Entré al baño, cerré la puerta y dejé caer la toalla. Me examiné en el espejo.
Era de estatura mediana, un poco más del metro setenta, con piel naturalmente bronceada y grueso cabello rubio. Tenía las curvas suficientes, en el lado más fuerte del promedio para mi estatura y complexión. Me veía a mí misma como bonita la mayoría de los días, y sexy si intentaba lo suficientemente duro en un buen día. Nada especial, pero no fea.
Me puse la lencería, y luego comencé a arreglarme el cabello. Lo dejé suelto, rizos en espiral, fijando mi flequillo hacia un lado. Me puse el vestido, lo cerré en la espalda, y luego me maquillé. No use mucho, sólo un poco de base, rubor, sombra de ojos y lápiz labial. Nada fuerte o exagerado. Me puse un par de pendientes de diamante lágrima y un collar a tono, un regalo de graduación de mi padre. Finalmente, después de aproximadamente treinta minutos, estaba lista. Me miré en el espejo otra vez.
No está mal, Kyrie. No está tan mal. Asentí a mi reflejo, reuní mis nervios y salí.
Harris tenía mis valijas empacadas, y estaba cerrando los cajones de mi tocador. Me examinó. -Está muy hermosa, señorita St. Claire.
Agaché la cabeza, extrañamente complacida por su cumplido. - Gracias, Harris.
Asintió. -Ahora, ¿si está lista?
-¿Todo está empacado?
-Toda su ropa y ropa interior, joyas, y el cargador de teléfono. Asumo que todo lo demás que necesita está en su bolso -Levantó las valijas y se movió hacia la puerta.
Lo seguí, y entonces hice una pausa mientras él abría la puerta. - ¿Qué hay de mi apartamento?
Puso las valijas en el pasillo, esperando que saliera para poder cerrar la puerta tras de mí. -Todo está atendido.
-¿Qué... qué hay sobre Cal? ¿Y mamá? ¿Y...?
-Repito, señorita St. Claire: Todo está atendido. Todo lo que necesita hacer es seguirme -Me observó, sus ojos verde pálido calmados, pacientes.
Dejé salir una respiración temblorosa. -Está bien, entonces. Vamos -Puse mi bolso sobre mi hombro, apagué las luces, y cerré la puerta.
Seguí a Harris afuera hacia la luz de tarde por la noche. Había un pequeño, negro elegante Mercedes Benz aparcado lejos de los otros autos, en un ángulo para tomar dos lugares. Él puso las valijas junto al maletero y sacó una llave de su bolsillo. La escotilla se abrió, y entonces él puso las maletas dentro. Tuvo todo esto hecho antes de que yo siquiera tuviera oportunidad de poner una mano en la puerta.
Harris abrió la puerta trasera derecha del pasajero, la sostuvo para mí mientras me deslizaba a dentro, y entonces la cerró suavemente. En cuestión de segundos, estaba sentado en el asiento delantero, y el motor encendido.
Nos condujo a un pequeño aeropuerto, pasando a través del control de seguridad, y luego aparco en la posta junto a un gran jet privado. Tragué duro mientras miraba por la ventana tintada al avión. ¿Estaba esto realmente pasando? Ohdiosohdiosohdios. No estaba nada menos que aterrada.
-Si desea hacer una llamada telefónica, ahora es el momento, señorita St. Claire -dijo Harris.
Saqué mi teléfono de mi bolso y llamé a Layla.
-¿Qué hay, Key? ¿Quieres reunirte para tomar algo?
Dejé salir una respiración. -No... puedo.
-¿Por qué no? ¿Qué pasa?
Parpadeé fuerte. -Me voy lejos.
-¿Q-qué? ¿Qué quieres decir? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Por cuánto tiempo?
-No lo sé, Kayla. No lo sé. ¿Los cheques? ¿Todo ese dinero? Estoy por encontrarme con el hombre que lo envió.
-¿Quién es? -Demandó Kayla.
-No lo sé. No sé nada. Un hombre apareció en mi puerta hace una hora y dijo que estaba aquí para recogerme. He sigo recogida, Layla.
-¿Sabe que me estás llamando? ¿Estás, como, en peligro?
Me forcé a respirar calmadamente. -No lo... no lo creo. Realmente no tengo opción, pero no estoy en peligro. Como, no creo que nadie vaya a matarme. Tengo miedo, sin embargo. ¿Qué me va a pasar? - susurré la última parte.
-Kyrie... Jesús. Esto sólo te puede pasar a ti -La escucho respirar, sonando tan temblorosa como yo-. ¿Dónde estás?
-Aeropuerto Internacional del Condado de Oakland. Por abordar un jodidamente gigante Gulfstream o algo así. Un gran jet privado. Ahora mismo estoy sentada en un Mercedes Benz.
-¡Ohdiosmío, Kyrie! Entonces quien quiera que esa este tipo, está lleno de dinero.
-Sí.
-¿Y le debes... qué, ciento veinte mil dólares?
-Sí
-¿Cómo le vas a devolver el dinero? -preguntó Layla.
Parpadeé fuerte, luchando contra las lágrimas de miedo. -Este tipo, Harris, dijo que mi benefactor no está interesado en el dinero.
Layla aspiró con fuerza. -Está interesado en ti, entonces. Algo me dice que tendrás que poner un infierno de mucho más para devolverle tanto dinero, cariño.
-¡Layla!
-Sólo digo, nena. Es verdad.
-No soy una puta. No voy a usar el sexo para devolverle el dinero - Mi voz tembló.
-Puede que no tengas opción.
-Lo sé. Es por eso que tengo tanto miedo. Quiero decir, no soy mojigata. Lo sabes. Pero... ¿qué si tiene, como, ochenta? ¿O si es algún tipo de... sultán? ¿Sabes? ¿Esas chicas que terminan en esclavitud en Arabia Saudita?
-Tengo miedo por ti.
Un golpe en la ventana me sobresalta. Harris abre la puerta del auto. -Es momento, señorita St. Claire.
-Me tengo que ir, Layla.
-T-ten cuidado, ¿está bien? Llámame todo lo que puedas, así sé que estás viva.
-Lo haré.
-Entonces... hablaré contigo más tarde, Key -trató de sonar casual sobre no decir ―adiós‖. La amé ferozmente por eso.
-Más tarde, nena -usé el falso acento que siempre la hacía reír.
Se rió, y luego colgó. Sorbí por la nariz, sonriendo, sintiéndome algo tranquilizada por hablar con Layla.
Harris cerró la puerta tras de mí, y luego hizo un gesto hacia la escalera móvil apoyada a la puerta del jet. -¿Lista?
Sacudí la cabeza. -Ni siquiera cerca.
-Entendible. Hay champagne y otros refrescos en el avión. ¿De acuerdo? -Tocó la parte baja de mi espalda con tres dedos, un suave empujoncito.
Subí los escalones con las rodillas débiles, y entré al jet. Era... maravilloso. Como en una película. Sillones de cuero color crema, televisiones de pantalla plana, moqueta gruesa, una cubeta de hielo plateada puesta en una bandeja especial cerca de un conjunto de asientos, con una botella de lo que asumí era champagne horriblemente caro. Una auxiliar de vuelo en un traje azul marino ya estaba a bordo, lista para esperarme.
Miré a Harris en estado de shock.
-Está entrando a un mundo completamente nuevo, señorita St. Claire -dijo él-. Uno con muchos privilegios. Siéntese, relájese, e intente calmarse. No será lastimada, no entrará a ningún tipo de esclavitud. Está simplemente... cambiando de situación.
Asentí, incapaz de hablar. Me senté, abroché el cinturón de seguridad, y me sostuve en los brazos del asiento mientras el jet partía. Cuando estuvimos en vuelo, la auxiliar de vuelo me sirvió una copa de champagne, la que me tomé lenta y cuidadosamente. Necesitaba tomar el borde de mis nervios, pero necesitaba mi ingenio sobre mí para lo que fuera que viniera a continuación.
El vuelo duró un poco más de tres horas, y luego aterrizamos con una suave sacudida en un campo de aviación privado. No tenía ni idea de dónde estábamos.
Salí del avión y seguí a Harris a un coche que estaba esperando, este era una limusina. Sostuvo la puerta para mí, la cerró, y luego se deslizó en el asiento del conductor. No dijo nada, sólo esperó mientras esperaba que alguien cargara mis valijas al maletero.
Había medio esperado ver a alguien sentado en las sombras de la limusina, pero no había nadie. Sólo largas extensiones de cuero negro, luces, y una radio, y más champagne. Doblé mis manos en mi regazo y esperé mientras Harris manejaba. Fue un largo camino, y nos acercamos a lo que parecía ser Nueva York. Pasamos por el puente de Brooklyn y Manhattan. Fuimos a través del tráfico, dirigiéndonos hacia las afueras.
Después de casi una hora de viaje, rascacielos perforando el cielo nocturno, Harris estacionó la limusina en un garaje subterráneo.
Mi corazón estaba martilleando mientras Harris me llevaba, sin maletas, al elevador. El elevador subió rápidamente, dejando mi estómago en mis talones. Harris estaba en silencio, junto a mí, sus manos plegadas en su espalda. El elevador se detuvo, las puertas se abrieron, y salimos. Estábamos en el vestíbulo de lo que supuse era un penthouse. Moqueta gruesa pizarra azul oscuro, paredes azul marino, amplias puertas francesas de caoba, un árbol en flor en la esquina, y una ventana de suelo a techo revelando una vista asombrosa de la Ciudad de Nueva York.
Harris se detuvo junto a las puertas y se giró para enfrentarme. -Esto es todo. Tan lejos como llego -metió la mano en el bolsillo de su saco y sacó un pedazo de tela blanca-. Si está de acuerdo, le vendaré los ojos con esto. Permitiéndome ponérselo, acepta seguir de buena gana cada instrucción dada a usted sin dudar. Si no está de acuerdo, la llevaré a casa, y la devolución de los fondos será esperada en el acto - parpadeó hacia mí, esperando-. ¿Está de acuerdo entonces? -Su voz era formal.
Tomé una respiración profunda. -No tengo opción, ¿no?
Harris alzó un hombro. -Siempre hay una opción.
Busqué en mí misma. ¿Podría hacer esto, sabiendo lo que probablemente sería esperado de mí?
Levanté mi barbilla, evocando mi coraje. -Estoy de acuerdo.
Harris asintió una vez, y luego se movió tras de mí. Lo sentí poner la venda sobre mis ojos, el paño blanco doblado varias veces para que no pudiera ver nada. Lo ató suave pero firmemente detrás de mi cabeza, y luego sentí su mano en mi espalda, los mismos tres dedos que había usado para empujarme hacia el jet. Escuché una manija de puerta girar, y el tenue sonido de una puerta deslizándose a través de la gruesa moqueta.
Un empuje, e hice a mis pies guiarme hacia adelante. Dos pasos, tres, cuatro, cinco.
-Hasta la próxima vez, señorita St. Claire -oí a Harris decir tras de mí, y entonces el clic de la puerta cerrándose.
Fue un sonido decididamente final.
Me enderecé, sacudiéndome, temblando, con los ojos vendados, esperando.
Escuché pasos a mi izquierda. -¿Hola? -pregunté, mi voz trémula, entrecortada.
-Kyrie. Bienvenida -La voz era profunda, suave, lírica, hipnótica, retumbando en mis huesos y zumbando en mi oído.
Un dedo tocó mi pómulo, cálido, ligeramente áspero. La punta del dedo se arrastró tan suavemente por mi mejilla, hacia arriba a mi oído, quitando un mechón de pelo suelto.
-Por favor, no tengas miedo -él estaba cerca. Podía sentir el calor emanando de él. Podía olerlo, colonia masculina picante, jabón. Su voz, Dios, su voz. Me hizo estremecer. Segura, casi amable, cálida-. He esperado un largo tiempo por este momento, Kyrie.
-¿Quién... quién eres? ¿Por qué estoy aquí?
Una pausa.
-No necesitas mi nombre por el momento. ¿En cuanto a por qué estás aquí? -su voz bajó, se silenció, un murmullo gruñido que hizo que mi estómago se apretara-. Estás aquí porque soy tu dueño, Kyrie.
-¿Qué... qué me vas a hacer? -Odié cuán débil, cuán temerosa soné.
-Todo -su voz fue gruesa con promesa-. Pero nada que no vayas a disfrutar.

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