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Pasó un mes. El dolor nunca se fue. Revivía, una y otra y otra vez, cada momento con Valentine. Lo veía en mis sueños. Me despertaba con las bragas húmedas de sueños mojados por el toque de Valentine, sueños y recuerdos que no podían compararse con lo que la realidad se había sentido. Me iba a la cama entumecida; me despertaba llorando.
Luchaba contra mí misma en forma diaria. Había hecho las cosas mal. Debería haberme quedado. Me encontré a punto de comprar un billete de avión a Nueva York, sólo para detenerme en el último segundo. Papá había muerto a causa de Roth. Mi vida había sido indescriptible e irrevocablemente alterada debido a las codiciosas tácticas de mano dura de Roth. Él había arruinado mi vida. Pero entonces, me había convertido en la persona que era a causa de todo eso. Había tenido que crecer rápido, y había tenido que aprender a ser fuerte. Fue un ciclo, dando vueltas y vueltas. El tipo de guerra que no tiene fin. Si él no hubiera hecho lo que tenía que hacer, yo no habría perdido a papá. Pero, de nuevo, sin la serie de eventos que resultaron del intento de acuerdos de Roth, nunca lo habría conocido. Y a pesar de estar singularmente jodida de la cabeza y mi corazón con él, no podía resentir o lamentar mi tiempo con él.
Y no podía dejar de desearlo. No podía dejar de esperar que se presentara alguna justificación para dejarme ir de nuevo a él. Me encontré a la espera de un golpe en la puerta, para un final de Hollywood en el que nuestro héroe, el tumultuosamente sexy Valentine Roth, se mostrara en la puerta. El estaría empapado, e implorándome que volviera, y por supuesto que yo sollozaría el aliviado ―¡¡Sí!!‖ y nos revolcaríamos en el suelo en agonía para hacer desesperadamente el amor.
Eso nunca sucedió. Roth nunca suplicaría. Y yo lo había dejado. ¿Fui una idiota por haber huido? Sí. Una imbécil sin esperanza. Pero no podía olvidar lo que él me había dicho. Divagaba sobre la veracidad de las afirmaciones de Roth, pero no podía conseguir detener mi creencia de que él había estado diciendo la verdad. Lo que por supuesto planteaba la cuestión del por qué me lo había dicho en el primer lugar.
A lo que la única respuesta era que se sintió obligado a ser honesto conmigo, sin importar las consecuencias.
Después de llegar de la casa de Layla, me dejé holgazanear por tres días, y luego de deshacer las maletas en la segunda habitación de Layla, me levanté, vestí, y comencé la cacería de trabajo. Empecé a ponerme al día con lo que me perdí en las clases, que se sentía horrible, terriblemente mundano y sin sentido. Encontré un trabajo como recepcionista en una oficina en el fondo de un parque industrial. Ni siquiera estaba segura de cuál era el negocio, pero pagaban $11.50 por hora por responder a los teléfonos y archivar documentación, y mantuvo a mi mente fuera de Valentine.
Está bien, no completamente, no lo hizo.
Pensé en él semana tras semana mientras archivaba la misma pieza exacta de papel unas jodidas billones de veces, respondía a la misma exacta llamada telefónica unas malditas billones de veces. Pensaba en él en la ducha, y hasta me toqué a mí misma pensando en él. Mis dedos no podían igualar a mi memoria física de los dedos de Valentine dentro de mí, haciéndome temblar y tiritar y desarmarme en meros instantes. Nunca fui una ávida masturbadora, y Roth incluso había arruinado eso para mí.
Layla me dejó atravesarlo a mi propia manera. Nunca me presionó de una manera u otra. No le pregunté qué pensaba que debía hacer, o qué haría si estuviera en mi lugar, y no se ofreció a decírmelo. Una vez más éramos dos chicas solteras haciendo nuestro camino por la vida juntas, compañeras de cuarto, mejores amigas, y la una a la otra una compañera constante. Nos emborrachamos los viernes por la noche, y reanudamos nuestra política de películas románticas los sábados, que requiere un mínimo de tres botellas de vino tinto barato, un galón de helado Rocky Road, y una bolsa de papas fritas Ruffles.
Y nunca escuché un sonido de Roth.
Después de estar de vuelta en Detroit durante unas seis semanas, me encontré en el mostrador de venta de entradas Delta del Aeropuerto Internacional del Condado de Oakland, a punto de pedir un billete de ida a La Guardia.
Me acobardé, y me fui a casa.
No sabía dónde estaba su edificio, por una parte. No tenía un número de teléfono, una dirección, nada.
Traté de olvidarlo. Traté de dejar de pensar en él. No podía llegar a una decisión, no podía entenderlo. No importa cuánto lo intentara, estaba en un punto muerto. No podía volver a como estaban las cosas, no podía tenerlo, no podía encontrar la manera de vivir sin él.
En un viernes por la noche, dos meses después de mi regreso de Nueva York, recibí una multa por velocidad. Dos tantos y $175. El lunes siguiente fui a la corte para pagarlo. Le entregué a la trabajadora mi copia de la multa y mi tarjeta de débito. La empleada, en exceso de peso, mujer de mediana edad con cabello rubio oscuro, miró la multa, escribió el número, y luego me miró con una expresión en blanco.
-Tienes todo listo -dijo ella.
-¿Qué? -fruncí el ceño-. ¿Qué quiere decir con todo listo?
-Ya se ha pagado -Parecía lista para echarme.
-¿Por quién?
Se encogió de hombros. -No lo sé, querida. Todo mi sistema me dice que está pagado -se asomó por detrás de mí-. ¡SIGUIENTE!
Así que dejé el juzgado y fui a casa. No podría afirmar que estaba desconcertada, porque era obvio quien estaba detrás de esto. No había nada en el correo, sin embargo, y no hubo otros indicios de Roth después de eso.
Al menos, no hasta el comienzo del siguiente mes.
Layla estaba sentada en el suelo delante de la mesa de café, ordenando todas las facturas. Llegué de una clase en la noche, y ella me miró.
-Hola. Gracias por ocuparte del alquiler, por cierto.
Puse mi bolso abajo lentamente. -¿Qué?
Ella no levantó la vista del cheque que estaba escribiendo para la compañía de electricidad. -El alquiler. Pagaste el alquiler de nuevo.
-No, no lo hice.
Eso llamó su atención. -¿No lo hiciste?
-No.
-Bueno, yo no lo hice.
-¿No?
Me miró parpadeando seria. -¿Valentine?
Asentí. -Valentine. Recibí una multa por velocidad el mes pasado, y pagó eso, también.
-¿Te ha contactado?
Negué con la cabeza. -Ni una palabra -Fui a la cocina y tome dos cervezas y la caja de pizza sobrantes de la noche anterior, y me senté en el suelo junto a Layla-. Antes de que me dijera lo que pasó, me dijo, y cito, ―Siempre serás mía. Y yo cuido lo que es mío. Así que si te marchas, no tendrás preocupaciones. Nunca más, no importa qué‖ - Giré la parte superior de mi cerveza y tomé un trago-. Así que supongo que esta es su manera de recordarme eso -Fruncí el ceño cuando me di cuenta de algo-. Espera. Dijiste ―de nuevo‖.
Layla tomo su cerveza y un pedazo frio de Little Caesar. -Sí. El mes pasado y este mes.
Suspiré. -En ninguna ocasión fui yo. Estaba pensando en ayudar este mes, sin embargo.
Unos momentos más tarde Layla me miró con una expresión curiosa.
-¿Qué hay de tu mamá y Cal?
Saque un pepperoni mi rebanada y me la comí. -Él estaba allí, también. Visite a mamá el otro día, y dijeron que había una ―donación importante‖ en mi cuenta, significando que ella estaría ahí por... básicamente siempre. Lo que esto significa, pienso, que él compró el asilo y está pagando sus cuidados. La matrícula de Cal ha sido pagada, también. Todo por adelantado. Él no lo sabe, sin embargo. Ni siquiera sé cómo empezar a decirle a Cal algo de esto.
-Así que básicamente está cuidando de ti. Y de mí. Y de tu mamá y hermano.
-Sí -Apreté mi boca-. Y de mi abuela y abuelo.
-Pero no te ha llamado, enviado un mensaje, escrito, nada. Incluso, si le creemos, lo que ocurrió fue un accidente. Y tú te alejaste de él.
-Sí.
-Después de que te dijo de lleno que se enamoró de ti.
-Sí.
Layla se me quedó mirando con una expresión plana. -Y tú, claramente, sigues enamorada de él.
-¿Por qué claramente?
Se encogió de hombros. -Porque es obvio. Estás deprimida.
-¡No estoy deprimida!
Me da una mirada de ¿estas bromeando conmigo? -Sí. Lo estás. Me abstuve por los últimos tres meses y te permití hacerlo a tu manera. Pero ahora estas afectándome -Dejó su botella sobre la mesa, lo que significaba que hablaba en serio. Nunca ponía su botella abajo hasta que estaba vacía-. No me gusta estar en deuda con alguien. Y ahora él está pagando mi alquiler.
-No sabía que lo haría.
-Lo sé -Se aferró a mis dedos-. Tienes que resolver tus problemas, cariño.
-Lo estoy intentando.
Niega con su cabeza. -No, no lo estás. Estás tratando de pensar en ello, tratando de darle sentido. La cosa es, sin embargo, que no tiene sentido. Nunca lo hará. No puedes compensarlo. Lo que hizo y cómo te sientes por él nunca podrías... eliminarlo, supongo. Sólo tienes que tomar una decisión y apegarte a ella. Justo ahora, estás básicamente enterrando tu cabeza en la arena y esperando que desaparezca - Vació su botella y luego se puso de pie-. Y por lo que me dijiste de Roth, un hombre como él no solo desaparece.
Me restregué la cara con una mano. -Tienes razón. Sé que tienes razón. Pero aún no sé qué es lo correcto.
-A veces... creo que a veces, Key, no existe lo correcto. Sólo hay... lo mejor. Solo algo. No estoy diciendo que sé lo que es para ti, pero creo que lo hago. Solo estas... eludiéndolo.
Maldita Layla. Era por eso que era mi mejor amiga: estaba dispuesta a decir la mierda que yo no quería oír. Besó la parte superior de mi cabeza en una muy rara demostración de afecto, luego entró en su dormitorio, dejándome sola en la sala de estar, mis pensamientos girando y rotando, deseo y miedo e ira y confusión luchando en mi cráneo.
Estaba rota en tres partes, lo ves.
Una parte, mi cabeza, era un desastre confuso, un ardiente pozo negro de confusión y recuerdos. Extrañaba a mi papá, extrañaba cómo mi mamá había sido antes su crisis. Extrañaba ser una chica inocente sin preocupaciones excepto por mis calificaciones. Sin embargo, también extrañaba desesperadamente a Roth. Odiaba que él fuera responsable de la muerte de papá, pero también entendí que se trataba de un accidente en lugar de un homicidio malicioso. Sin embargo, de nuevo, si Roth no hubiera sido tan engañoso en sus tácticas... y dado vueltas y vueltas.
Mi corazón estaba menos complicado. Estaba enamorada de Roth, y quería desesperadamente ir hacia él, para dejar una nota que Harris encontrara, hacer todo lo que pudiera para tener a Roth de nuevo en mi vida. A mi corazón no le importaba lo que había pasado. Había llegado a una especie de paz con el tiempo de muerte de papá antes de que conociera a Roth. Quiero decir, no creo que alguna vez realmente superara la pérdida de un padre, no cuando son tomados tan de repente, y especialmente no cuando, en mi caso, fue llevado con tanta violencia y misteriosamente. Sí, lo extrañaba, pero se había ido. Tenía buenos recuerdos de él. Sabía que me había amado. Y nada que Roth hiciera o dijera podría cambiar eso.
Y luego estaba mi cuerpo. No había duda en absoluto en esa sección. Estaba sola y caliente y frustrada. Deseaba a Roth. Deseaba su boca sobre mí. Deseaba su polla dentro de mí. Deseaba sus manos, y músculos y su lengua y sus ojos y sus palabras y esa colonia picante que usaba.
El problema estaba en coincidir mi cabeza, corazón, y cuerpo en una decisión que afectará el resto de mi vida. ¿Contactar a Roth, y decirle que me dejara en paz, dejarme vivir mi vida y pagar mis propias cuentas? ¿Contactar a Roth y volver con él? ¿Ignorarlo, y tratar de seguir adelante? Pensé una cosa, luego otra, en giratorios círculos segundo tras segundo. La idea de escoger una y solo ir con ella me aterrorizó hasta paralizarme. ¿Y si yo escogía mal? ¿Y si lo erradicaba de mi vida y no podría volver a verlo jamás, nunca detenerme de desearlo y amarlo y extrañarlo? ¿Y si volvía con él y lo había juzgado equivocadamente, o malinterpretado mis sentimientos por él, o y si se hubiera ido y no me quería más? ¿O qué si yo trataba de ignorarlo y esperar que se fuera, pero él nunca lo hiciera y yo nunca lo superara y nunca avanzara, y solo viviera mi vida en un confuso espiral atascándome en la miseria?
ARGH.
Imaginen mi temor, entonces, cuando, al término de tres meses, encontré un sobre. La inconfundible caligrafía de Roth. Mi nombre.
Me dejé caer en mi trasero, sentada en las escaleras justo en el interior del vestíbulo de nuestro edificio de apartamentos. Deslicé un dedo tembloroso bajo la solapa del sobre, lográndome dar un corte de papel en el proceso.
Sin cheque esta vez.
Una carta. Escrita en su clara, firme, mano masculina.

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