Gerard

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Gerard conocía al miedo y a la soledad como un bloque frio de depresión en el centro de su pecho. Si pensaba en sus temores, Recuperar la respiración se volvía una tarea complicada. A él, poco le importaba si los adultos no creían en su inocencia, el problema radicaba en que ellos tenían poder sobre sus vidas. Ellos podían separarlos.

A media tarde, Gerard había hablado con Frank. Preocupado, el menor le conto que la señora Shah había vuelto dispuesta a llevárselo. Ninguno de los dos supo cómo reaccionar a eso. Gerard fingió seguridad y fortaleza, asegurándole que sería lo mejor para él, aunque esto estaba lejos de ser lo mejor para Gerard.

En los días que le siguieron ambos niños apenas se dirigieron la palabra. Cada vez que Frank intentaba acercarse a su amigo, este pretendía estar dormido o demasiado quejumbroso por los magullones en sus costillas aun no cicatrizaban. No importaba cuanto lo intentara ni cuanto se esforzara, tampoco era capaz se formular algún relato que lo sacara el suficiente tiempo de la realidad como antes lo hacía.

Las enfermeras tampoco permitían que Frank estuviera con él a menos que algo le malo le estuviera pasando físicamente. Pero Frank realmente se sentía enfermo, las almas en su bolsillo no lo aliviaban.

A veces se cuestionaba que las enfermeras no tenían nada que ofrecerle para aplacar sus síntomas emocionales. ¿Qué podrían darle? ¿Una pastilla para desaparecer la angustia? ¿Una capsula para retroceder en el tiempo cuando Gerard todavía le hablaba?

Una vez más sus ojos duelen con las lágrimas reprimidas.

El desenfado de Gerard podía ser malinterpretado por desinterés u orgullo, pero eso era lo más lejano que sus emociones podían expresar. Pensar en Haut de la Garenne sin la única compañía de Frank se volvía una idea tan aterradora como dolorosa. Imposible de concebir. Gerard no podía darse el lujo de llorar, su fachada austera se volvía en su contra en un intento de mantenerlo a salvo.

Nunca se había sentido tan desgraciado.

Si alguna vez se intentara arrancar el corazón y el cerebro de alguien sin que ambos pierdan la vida sería imposible.

Gerard era el cerebro confundido y moribundo, Frank era el latido desolado de un corazón frágil.

Y Ninguno puede sobrevivir si no están juntos funcionando en el mismo sistema. De alguna manera ese era el sentimiento que engendraba la idea de estar separados.

Gerard se limita a escuchar como una mosca está agonizando en su lecho de muerte en alguna parte del cuarto.

**

Cuando la señora Shah ingreso a la enfermería lo primero que encontró fue a aquel niño que socorrió hace unas semanas en un trágico suceso. En la camilla destartalada de hierro y madera con una escasa iluminación proveniente de una estrecha ventila.

A la señora Shah no le gustaban los niños. Por algo se había sentido afortunada cuando se dio cuenta que no podía tener los suyos propios. Sin embargo a su esposo poco le importaba lo que la gente dijera o no de ellos, sus preocupaciones estaban limitadas al trabajo y al dinero que podía ganar o acumular en cuentas fuera del país.

Para el señor Shah, Su esposa estaba excluida de sus intereses primarios.

A pesar de eso, la gente hablaba y cotilleaba a sus espaldas, una familia no podía considerarse tal hasta que no hubiera un mocoso en el adinerado matrimonio. El dinero no era problema, tampoco el cuidado. Siempre podía hacer que lo cuiden las mucamas y ella seguir con su trivial vida de lujo.

La señora Shah estaba dispuesta a sacarse ese asunto de encima lo más rápido que pudiera. No vio más remedio que ir en busca de uno, fuera cual fuera el método que tuviera que utilizar, dinero, robo, u adopción.

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