Capítulo 3: Fiesta de Halloween

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     Únete a la maravillosa fiesta de noche de brujas que se celebrará este sábado 31 de Octubre. Has sido invitado, este mensaje te servirá como tarjeta de invitación. 

¿Qué estupidez es esta? Nunca me invitan a fiestas y mucho menos de temáticas. La fiesta de Devon fue asombrosa, a pesar de que no asistí, cosa que no quise porque a pesar de que Devon me había invitado, no me consideraba en el ranking de los chicos lo suficientemente cool como para ir. El año pasado, en una oportunidad, de alguna manera que nadie sabe hasta ahora, fui invitado a la fiesta de Diana. Simplemente me dirigí hacia ella para pedirle que quitara sus zapatos de mi bolso que reposaba en el piso lleno de polvo, ella me sonrió, y me dijo "¿Te gustaría venir a mi fiesta?". Recuerdo que ella ya había celebrado su cumpleaños hace 3 meses, así que... ¿fiesta de qué? Asentí, y me retiré del aula para ir a almorzar. Fue la peor decisión que pude haber tomado en mis 16 años de existencia. Nunca me había sentido tan solo en un sitio, todos hablaban de cualquier tontería, hasta el chico de los pelos largos, que siempre me pareció un idiota sin criterios. No paraba de hablar, hablaba hasta con las de cristal, se veía tan confiado, todo fluía para él mientras yo estaba sentado en un banco de madera. El único orgullo era mi camiseta, me sentía bien usándola, quizá por eso no me arrojaron al inodoro como lo hicieron con Simon hace 2 años.

— ¡Tom, llegó tu madre!

— Hola mamá — Respondí sin ánimo.

— ¿Qué tal el primer día de escuela?

— Bien, supongo.

— Prepararé la cena y me hace falta salsa. ¿Podrías ir a comprarla?

— Joder mamá, ¿Cómo pretendes que vaya si aún no tengo auto?

— Thomas, no seas necio y ve.

La frustración recorría mi pecho, como una catarata. Me quedé sentado en mi cama suspirando, tratando de aliviar la ira. ¿Qué más puedo hacer? Bajé las escaleras, tomé el dinero que estaba en la mesa de la cocina, tomé mi bici y emprendí mi viaje a la tienda de Will. Vendía cualquier suministro, si te hacía falta una ración de almendras suizas para comenzar la dieta de masa muscular que viste alguna vez por internet, él de seguro la tenía, cualquier comestible. Cuando era pequeño, algunos viernes me desviaba clandestinamente hacia su despacho y con los ahorros de toda la semana, compraba helados de pingüino, me sentaba en el parque que quedaba cerca del vecindario, abría uno de los 10 helados que compraba, y sentado en un banco observando el atardecer y el maravilloso lago del parque del vecindario, disfrutaba el delicioso helado y el hecho de saber que podría dormir hasta la hora que se me antojará. 

Rodando en mi bici, pude notar el auto de Adams encendido y estacionado en frente de la casa de uno de los fumadores, me detuve en seco y dudé si seguir con mi camino o desviarme por la principal, a pesar de que era más larga la trayectoria mi encuentro con él se desvanecía, así que decidí ir por la Jefferson's Park... olvidé mencionar que pasaría por la casa de Reyna así que valdría la pena. Me di media vuelta y cambié de ruta, cuando pasé por la casa Davenport, todas las luces estaban apagadas, me detuve, coloqué mi bici a un lado y me paré en frente para contemplarla, hacía algunos años que no la veía tan de cerca. Tenía la misma pintura color crema, y al anuncio de la entrada principal de la casa le estaba saliendo un poco de óxido, a la letra "a" de "Hogar Davenport" para ser exactos. Me atreví a asomar mi cabeza por la ventana que estaba misteriosamente abierta. La sala estaba sola, habían puesto unos nuevos muebles de color negro, bastante elegantes, las cortinas eran las mismas de siempre, habían más cuadros de lo que puedo recordar. Repentinamente, se escuchó débilmente, el sonido de una puerta, muy dócil, muy suave. Fue un milagro haberlo oído, pero no fue lo suficientemente fuerte como para pensar que era siquiera de esa misma casa o como para pensar "Dios alguien viene". Seguí husmeando hasta que del otro lado de la pared alguien salió, tenía toda la cara cubierta con sus cabellos, eran hermosos cabellos, brillaban a pesar del atardecer y de la poca iluminación que tenía su casa. Mientras se retiraba los cabellos del rostro, en su cuello había un pequeño collar con la letra R, era ella. Caí para evitar que me viera y pude sentirla asomándose por la ventana en ese momento, pude sentir su respiración ahí arriba mientras el pasto rozaba mi nariz, mi corazón iba a 150 bpm y no me atrevía a moverme y mucho menos a mirar. Ella se fue, y pensé "¿Por qué estoy haciendo esto?".

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