Estaba mareado, tenía dolor de cabeza, a penas podía enfocar la mirada en el espejo, veía mi borroso rostro y mis cabellos rebeldes sudados. Me dolían los brazos, el abdomen, quería dormir por 10 años y que me despertaran para tomar un batido de chocolate, subir de nuevo las escaleras y dormir por otra década más. Vamos quítate la ropa y date una ducha, es hora de volver al mundo. Desabroché mi pantalón, me lo quité y lo tiré en el suelo, mis cejas se inquietan al escuchar un sonido parecido al de una moneda cuando cae al suelo, ¿qué hay dentro de mi bolsillo? Exploré con mi mano dentro del bolsillo y solo tenía mi billetera, mis llaves... Del otro lado estaban unos dulces ácidos que tomé de la fiesta, una moneda y un extraño brazalete que pensé haber visto antes. ¿De quién es y qué hace en mi bolsillo? Lo dejé reposando cerca del lavamanos, tomé una toalla y la puse cerca de la ducha, abrí el grifo con agua caliente y me relajé por 10 minutos. Solía pensar dentro la ducha antes, casi siempre. Reflexionaba sobre el instituto, las chicas, los partidos, las carreras, las matemáticas, la universidad... un montón de cosas. Dejaba salir mi musa mientras el cálido vapor ascendía y humectaba al espejo y los cristales. Cuando éramos más pequeños, Jack y yo nos comunicábamos a través de mensajes en los cristales, abriendo el grifo y colocando nuestro dedo índice para mojarlo, luego escribíamos cualquier mensaje en el espejo, este no era visible para cualquiera, solo para aquel que supiera el secreto. Cuando Jack llegaba al baño, abría a tope el grifo de agua caliente hasta que el vapor llegara al espejo y ahí, en ese momento el mensaje invisible se materializaba, como una especie de magia. Cuando terminé de ducharme, secarme y vestirme, bajé para hacerme un chocolate caliente, cada vez que me sentía mal, me subía un poco el ánimo. Me senté en el sofá, encendí la tele y disfruté de la cálida bebida. Mi celular vibró y rápidamente fui a buscarlo, probablemente era mi madre avisándome dónde estaban y que venían de regreso, pero era un mensaje de un número desconocido para el celular, pero más que familiar para mí. El mensaje decía "Hunter, muy bonita esas fotos en la fiesta, estoy muy molesta". Como ya sabrán, era Stacey.
Dios Santo hay fotos publicadas de la fiesta de ayer, espero que no sean lo suficientemente peligrosas como para perjudicarme en el instituto o como para hacer un meme sobre ella y esparcirlo por toda la web para que los niños de Eslovenia se rían pensando "Pobre chico". Subí las escaleras derramando chocolate caliente por ellas, abrí la laptop sin siquiera sentarme y rápidamente en Iface, coloqué mi usuario y clave para ingresar. Stacey no había mentido, habían fotos de la fiesta, por todos lados, pero aún no aparecía yo. "Usted tiene 6 Notificaciones y 2 mensajes" Presioné el botón de las notificaciones y un par de ellas no tenían nada que ver conmigo, pero las demás eran etiquetas. En una imagen había un muchacho con una máscara de calabaza en el medio de la pista siendo bañado por litros de alcohol, en otra estaba ese mismo muchacho abrazando a una chica que no conocía, en otra estaba bailando con Reyna Davenport mientras tomaba sus manos y por último, estaba ese mismo joven en el suelo intentando hacer un paso de baile de otro mundo, a la izquierda estaba esa chica tan maravillosa que con su sonrisa hacía parecer que la imagen estuviera encantada, ella tenía los ojos cerrados y sus manos estaban juntas, su rostro estaba enrojecido debido a tanta risa. El maquillaje de Zombie parece haberse corrido por el sudor, ella pasó de ser un zombie a un encanto con el tiempo. Vaya, sí que valió la pena ir, a pesar de que apenas recuerdo lo que hice, esas fotos me hacen sentir que la pasé magnífico. El teléfono local sonó, atendí y era mi madre.
— Hijo, ¿cómo estás?
— Hola madre, estoy mejor. ¿Dónde están?
— Estamos en la casa de tu abuela hijo, te dejé una nota.
— Lo siento, no la he visto. ¿Cuándo vuelven?
— Estaremos allá mañana en la mañana. Tu padre y yo nos tomaremos el día libre, la abuela necesita compañía ¿sabes?