Trece

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Antes

Cuando vio los cadáveres de aquellos niños..., algo en él se rompió. El odio agrietó su espíritu, se apoderó de su corazón, de sus sentimientos, de manera que él fue incapaz de impedirlo.

La frialdad se adueñó de su cuerpo, en compañía del entumecimiento.

Con la imagen de esos niños en su mente, cada vez que cerraba los ojos, mató, vio a sus colegas morir, y siguió matando, porque eso era lo que tenía que hacer.

«Hay esperanza», decía. Pero no se encontraba tan seguro.

Le contó todo aquello a Celeste una noche. Él se hallaba inclinado en su puerta, abriéndole su alma, escuchando sus sollozos, que partían su corazón en pequeños trozos. 

Aún así, le aseguró a Celeste que había esperanza para todos. 

Los llantos de Celeste parecían de tortura, como si se estuviese muriendo, como si le hubiesen arrancado despiadadamente algo que formaba parte de sí misma.

Él le dijo:

—Cel, sé que has sufrido, puedo verlo en tus ojos... sé que te sientes sola. Pero yo estoy aquí, y no voy a marcharme. Yo puedo entenderte, puedo intentarlo, puedo ayudar. Lo que más quiero es ayudarte.

«Lo que más quiero es protegerte».

«Lo que más quiero es estar a tu lado».

«Lo que más quiero es que no sufras más».

Pero ella no respondió.

Para él no había nada más triste que su silencio.

Entre Versos y Lágrimas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora