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En la escuela, Rey se mantenía bajo el radar. Tenía sólo un amigo, pero no necesitaba más. Conocía a Ricardo -o Ricky para los amigos, como solía decía él- desde antes de nacer, prácticamente, cuando ambos estaban en el vientre materno. Sus respectivas madres eran vecinas, y, de esas casualidades que ocurren una vez cada millón, quedaron embarazadas el mismo día -aunque ninguna lo sabía-, y entraron en labor de parto al mismo tiempo -las dos ignoraban esta información también-. Fue por esto que Ricky y Rey -apodo que sus padres le dieron desde que decidieron nombrarlo José Alfredo, como el cantante- se consideraban más que amigos, hermanos.
  Ricky estaba enamorado de una chica llamada Victoria desde que empezó a fijarse en las niñas. Ella tenía la misma edad que él, pero cursaba un año anterior al suyo. Era algo llenita, pero no demasiado, aunque, por su corta estatura, parecía una pequeña bolita, además de que sus frenillos no le servían mucho a su apariencia física. Tenía unos ojos color miel, que hacían imposible a Ricardo que la viera directamente a los ojos cuando hablaba con ella; veía su frente, o su nariz, pero tampoco ayudaba mucho, así que por lo general, se concentraba en el techo o en el suelo cuando tenía que entablar conversación.
Rey y Ricardo fumaban en la salida de la escuela, bajo el letrero que decía: PREPARATORIA OFICIAL NO. V, cuando salían de clases. Creían que les relajaba los nervios, aunque por lo general terminaban empeorándolos. En su primer día de tercer semestre, cuando salieron a fumar, Ricardo reconoció a lo lejos a Victoria.
-¡Eh, hombre! No puede ser -dijo Ricky.
-¿Qué te ocurre? -preguntó Rey, dándole una fumada al cigarrillo y viéndolo con las cejas levantadas.
-Es Victoria. Mira, ahí está.
-¿Dónde?
-Ahí, la chica de la mochila color rosa.
Rey volteó a ver su cigarrillo, después al de Ricky y le preguntó:
-¿Seguro que son los Luckies que siempre compramos? Estás alucinando cosas.
-Si, cabrón, son los mismos, y no, no estoy alucinando. Es ella, iré a saludarla - contestó y tiró su cigarrillo.
Rey se limitó a suspirar y esperar que su hermano volviera dándole la noticia que  se había equivocado, pero regresó con una chica que apenas era la sombra de la Victoria que él recordaba. La chica que se hacía llamar igual que la niña un poco regordeta y con frenillos que conoció en la primaria, difícilmente se habría podido reconocer; ahora estaba hermosa. Sus frenillos habían desaparecido, dejando a la vista unos dientes perfectos. Su cabello, largo hasta la cintura, ya no estaba maltratado como si no se hubiera lavado en días (y probablemente así era), sino  que estaba increíblemente ondulado, como si acabara de salir del salón de belleza. Su tez morena la hacía ver aún más hermosa porque resaltaba sus ojos, que, de alguna manera, ahora parecían verdes. Sin embargo, la razón por la que Rey apenas la pudo reconocer fue su altura; había crecido tanto que ahora superaba a Ricky por par de centímetros y le llegaba a la nariz a Rey.
-¡Victoria! Qué milagro verte -la saludó Rey.
-Pero miren qué pequeño es el mundo -contestó ella.
Victoria levantó una mano y Rey creyó por un segundo que lo iba a abrazar, hasta que, demasiado tarde para reaccionar, se dio cuenta que más bien iba dirigida hacia su rostro. Intentó esquivarla, pero sólo logró ponerse a sí mismo en una posición más favorable para ella. Cuando su palma abierta impactó en la mejilla de Rey, se escuchó un ¡plaf! tan fuerte que todos los estudiantes (y algunos transeúntes que caminaban por ahí) se dieron la vuelta un segundo para ver qué ocurría.
-Ok, creo que me la merecía -admitió Rey cubriéndose el cachete izquierdo con ambas manos.
-Veo que ya se conocen -dijo Ricky.
-De pequeños la apodé la umpa lumpa  -contestó Rey.
-Y así me conocieron todos hasta la secundaria, Rey -Victoria tenía los cachetes rojos.
-No sabía que él había empezado eso -dijo Ricky levantando las palmas en señal de inocencia.
-Fue hace mucho tiempo, no seas rencorosa. Era un niño y no sabía lo que hacía.
Victoria volvió a levantar la mano abriendo la palma, pero Ricky la detuvo. Rey se cubrió la cara. Por si las moscas.
-¿Les parece si empezamos todos de nuevo? -sugirió Ricardo.
-Me parece -dijo Rey extendiendo la mano derecha hacia Victoria.
-Ya qué -contestó ella tomando la mano de Rey como si fueran empresarios que acabaran de cerrar un trato.
Ricky y Victoria empezaron a salir dos meses después de que Rey recibiera una cachetada de ella, y, al descubrir que había química, se hicieron novios. Ricky no dejó de frecuentar a su hermano, pero de pronto la pareja se convirtió en una sola persona, como un siamés. Ya no era Ricky y Victoria, sino una especie de «Rickyvictoria»; un sólo ser humano. A Rey no le molestaba (tanto), y logró adaptarse a esta nueva simbiosis de tórtolos enamorados.
-¿Vienes al cine con nosotros? -preguntó «Rickyvictoria».
-Iré con ustedes, pero prométanme que, por el amor de Dios, no se estarán besando toda la película.
-Lo prometemos -alzaron las manos en señal de que cumplirían. No lo hicieron.
Cuando salieron de ver la película Letra y música -que Rey encontró fastidiosa, no por ser demasiado melosa, sino por sus amigos sentados al lado de él que no pararon de besarse en toda la hora y media que duró-, caminaron un buen rato. Hablaron de las materias a las que se enfrentaría ella el próximo semestre. Rey se ofreció a ayudarla con las que se le dificultaran. Para mostrarle su agradecimiento, ella se ofreció a comprarle un cono de helado de McDonald's. Estaban formados, cuando de pronto la expresión de Victoria cambió por completo. Sus cejas se alzaron, sus pupilas se contrajeron, y lo que antes era una sonrisa, de pronto se convirtió en una mueca de horror.
-Ay Dios. Ése es Luis, mi ex novio -dijo señalando a un hombre que estaba sentado en una mesa ubicada a escasos diez metros de ellos-. Lo nuestro no terminó bien, y no ha parado de acosarme cada vez que tiene la oportunidad -si bien, Luis no tenía complexión de un deportista, sí parecía una mole. Ricardo de pronto sintió un escalofrío recorrer su espalda.
-Finge que no lo has visto, no quiero problemas, pero en cualquier caso te defenderemos -le susurró Rey en el oído a Victoria.
Pidieron sus conos a la chica de McDonald's, y, cuando le estaba dando su helado de vainilla a Rey, Luis volteó y su mirada se clavó fijamente en su ex novia. Se levantó y Rey se percató que debía pesar unos ciento diez kilos. Sus brazos estaban gordos, sin embargo parecían tener la suficiente fuerza para noquearlos de un golpe. Pero lo que más le impactó fue que medía probablemente un metro con noventa centímetros, veinte centímetros más de lo que medía Rey, el más alto de los dos hermanos.
-Hola, linda -saludó a Victoria.
-Hola, Luis -lo saludó fríamente ella-. Te presento a mi novio Ricardo y su amigo, Rey.
-Qué pedo -saludó sin siquiera voltear a verlos-. ¿Cómo has estado, hermosa? ¿Todavía andas soltera?
-Te acabo de decir que tengo novio.
-Qué bien que sigas disponible, mi amor. Debes estar caliente -pasó una mano por la mejilla de Victoria. Tenia una sonrisa un tanto tétrica dibujada en su rostro-. Te invito una copa el viernes en la noche, ¿qué dices? Como en los viejos tiempos. Tendré casa sola, por si al fin te sientes lista -intentó guiñar un ojo, pero más bien pareció que se le había metido una basura.
Rey se puso en medio de Victoria y Luis.
-Ya te dijo que tiene novio, ¿qué no sabes escuchar?
-Quítate, pinche flaco de mierda -le contestó Luis, preguntándose si el imbécil frente a él sería demasiado valiente o demasiado estúpido.
-Bájale a tu pedo, por favor.
-¿O si no qué?
Ricardo, que se había quedado pasmado viendo a Rey, y pensando que sería peligroso que se saliera de control su temperamento (era el único que conocía su problema de ira), se colocó al lado de él y -viendo hacia arriba como si viera una película sentado en las primeras filas de una sala de cine- le dijo a Luis:
-Si no, te vas a arrepentir de haberte metido con nosotros, malnacido.
-¡Mira, mira! Se sienten muy valientes estos dos enanos. Cállense y aprovechen que estoy de buenas y no tengo ganas de golpear a nadie hoy.
-No sabes con quién te meterás si se te ocurre siquiera volver a mirarla -le dijo Rey a Luis.
-Tu padre es un maldito alcohólico que apenas y se ha mantenido con vida y tu mami se murió cuando tenías tres años -imitó a un niño llorando-. Sé quién eres, maldito flacucho.

Rey se preguntó cómo pudo haber sabido tanto de él, pero no le importó lo suficiente para detenerse a pensar en ello. De pronto había adoptado una mirada siniestra, y si un segundo antes las rodillas le temblaban, ahora parecían estar más firmes que las patas de una silla. Su color de piel se había tornado rojo como el de un vino. 

-¡Cállate, hijo de la gran puta! -le gritó a Luis.
-¿Debería llorar por ti? El pobre niño está enojado. ¿Qué harás? ¿Llamarle a tu mami? Oh, perdona, no está por aquí.
Rey no pudo más y se abalanzó contra Luis, tacleándolo como un jugador de fútbol. Entonces es demasiado estúpido, alcanzó a pensar Luis mientras volaba encima de una mesa de McDonald's. La mesa cedió ante el peso de los dos hombres, y cayeron al suelo. Rey se golpeó en la frente con la esquina de una silla. La sangre no tardó en brotar de la herida y manchó su camisa. Luis se levantó rápidamente y pateó a Rey -que seguía tapándose la cara con las manos- en el estómago.
-¡No me vuelvas a tocar, pedazo de idiota!
Luis sonrió como si nada hubiera pasado, se acomodó el cuello y volteó a ver a Victoria.
-¿Entonces paso por ti el viernes? Podemos saltarnos las copas y pasar directo a la acción -intentó guiñar de nuevo el ojo.
Rey se levantó y se limpió la sangre con el antebrazo.
-Te dije que la dejaras en paz.
-Calma, hombre. Sólo vámonos. No vale la pena, Rey -le dijo Ricky, intentando calmarlo.
Rey se levantó e  intentó golpear a Luis, pero una gota de sangre se le había metido  en el ojo y falló.
-¿Es que de verdad no entiendes? ¿Además de casi huérfano eres retrasado? Vaya, tú sí que tienes el paquete completo.
Rey ya había perdido los estribos. El corazón le latía a mil por hora y, de pronto, el mundo se tornó negro. Con el paso de los años llegó a pensar que fue tal su estado de ira, que su cerebro se desconectó un segundo, cediéndole el lugar a su locura resguardada bajo llave tanto tiempo.
Cuando recobró la conciencia de nuevo, estaba sobre Luis, tenía el puño derecho levantado en el aire. Luis tenía la nariz rota, volteada hacia la izquierda como si fuera una pieza removible mal colocada en un muñeco; la sangre parecía provenir en mayor medida de ahí, aunque también parecía que salía de su boca... Sí, analizando la mueca que tenía, pudo observar que le faltaban los dos dientes delanteros. El pecho de Luis subía con cada inhalación, pero al exhalar, hacía un ruido extraño. Estaba inconsciente.
-¡Basta, Rey! Ya fue suficiente -le gritó Victoria.
Rey se levantó y vio que había alrededor suyo tres mesas rotas, además de cuatro sillas de plástico dobladas, como si estuvieran haciendo un acto de contorsionismo. Se palpó la cara. La sentía muy caliente y húmeda, como si hubiera estado bajo el sol mucho tiempo.
-¿Estás bien, Rey? -le preguntó Ricardo. El sonido le llegaba en ecos.
Se limpió la cara, que estaba empapada en sudor y sangre, y huyó sin contestar la pregunta. Salió corriendo de la plaza en donde estaba lo más rápido que pudo. Encendió su coche y se fue pisando el acelerador, revolucionando el motor a todo lo que daban sus escasos 150 caballos de  fuerza.

VERA (PARTE 1 de 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora