Capítulo 3.

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La jornada de trabajo se me hace lenta. Hay bastante trajín con dos pacientes ingresados. Uno de ellos tiene principio de Alzheimer y está ingresado debido a que ha sufrido un ictus. Lo que más pena de da de este paciente es que apenas recibe visitas, solo la de una sobrina que no puede ir todos los días.

El otro es un paciente, también con ictus, que está desesperado porque, aunque no se puede mover y hay que seguir haciéndole pruebas, necesita irse a casa.

-Aún es pronto para darte el alta –le digo lo más amable que me sale.

-¿Por qué? Llevo mucho tiempo aquí.

-Estarás lo que necesites.

Una compañera y yo salimos de la habitación. Mientras nos desinfectamos las manos, aseguro que, porque no puedo obligar a que le den el alta, pero que tengo ganas de perderle de vista.

La tarde pasa con pocos contratiempos. Algunas heces y meadas en los pañales de algún enfermo, algunas quejas de otros. Lo normal. Reconozco que estar en esta planta, no solo me trae algún recuerdo de hace un par de años, sino que me gusta. Me ayuda, viendo lo vivido, a empatizar. Me enseña a comprender los sentimientos encontrados. Estar bien y, de la noche a la mañana, verte en una camilla de un hospital con tu movilidad reducida, no solo es un duro palo para ti, sino también para los que te rodean. Puedo dar fe de ello.

Después de repartir la cena a todos los pacientes, voy a la sala con mis compañeras. Me como la manzana y el sándwich que me traje de casa y miro el teléfono. Varios mensajes del grupo con los chicos y uno de Martín son los que más me llaman la atención.

Martín me propone ir a tomar algo en cuanto tenga un rato libre. Le comento que ya le comentaré, asegurando que tengo ganas de recuperar cierto tiempo perdido. Soy consciente de que va a ser lo mejor, pero tengo miedo de posibles reacciones. Él es feliz junto a Tamara y yo no quiero entrometerme en esa relación.

Leo tranquilamente los mensajes y, al terminar, recojo con una compañera las bandejas de la cena.

Solo quedan dos horas de trabajo y suelen ser las más largas. Charlamos lo que podemos, ya que tenemos que atender a algún paciente al que no le ha dado tiempo a llamar para que le llevemos a hacer sus necesidades.

Cuando llega la hora de salida, ficho y voy derecha a la moto. Voy a casa tranquilamente pensando en mis cosas, pero concentrada en el trayecto.

Llego al garaje y allí me encuentro con Andrés y Martín. Según ellos, acaban de llegar a casa después de haber estado en casa de Luis componiendo.

Sé que no me están diciendo la verdad, ya que no han mencionado ese plan en el grupo, pero decido no inmutarme.

-¿Qué tal hoy en el trabajo?

-Bien, como siempre.

Martín me agarra por la cintura y me acerca a él. Siento el olor de su colonia impregnándose en mí. Esa colonia que siempre me ha gustado.

En vez de acompañarles en el ascensor, decido subir por las escaleras. Soy consciente de que Martín quería que subiera con ellos, pero me encanta llevarle la contraria.

Empiezo a ser consciente de que, aunque siga creyendo que no, sigo sintiendo cosas por Martín. No he conseguido olvidar todo lo que viví con él. Tampoco he puesto mucho empeño, la verdad.

Le mando un mensaje para pedirle que, ahora que sabe que soy amiga de Andrea, sigamos como hasta ahora.

Su respuesta no se hace esperar. Me asegura que él es feliz con Tamara, a pesar de que tiene un buen recuerdo de lo que vivimos.

Llego a casa, saludo a mis padres, que están viendo la televisión y les deseo que pasen una buena noche. Estoy cansada y quiero irme a descansar.

-¿No nos vas a contar cómo ha ido el día de trabajo?

-Todo bien, como siempre. Sabéis perfectamente lo que se vive y se siente en esa planta.

Entro en mi habitación con ganas de irme a la cama. Llevo dos días viviendo demasiadas cosas. Cosas que no tenía planeadas.

Nada más ponerme el pijama, miro por la ventana. Veo que Andrés está asomado. Me meto en la cama con el teléfono y recibo un mensaje de mi amigo. Me pide que no me aleje de su vista, que echa de menos nuestra amistad y que ambos quieren recuperar el tiempo perdido.

-Me niego en redondo. Sé que ahora voy a saber de vosotros con más frecuencia, pero no estoy dispuesta a volver a retomar la amistad. Estoy muy bien sin saber nada de mi pasado.

-Venga, no seas así.

-Nuestra amistad es pasado. Sé que os veré con frecuencia, pero como si no nos conociéramos.

Pongo el teléfono totalmente en silencio y me tapo con las sábanas. En vista de que el cansancio que tenía se ha esfumado, me levanto de la cama. Busco en el cajón de los recuerdos el diario que escribía cuando estaba con Martín. Los recuerdos vuelven a invadirme, solo que les dejo que estén por mi mente unos pocos minutos.

-Tres semanas después-

Con bastante insistencia, Andrés me ha convencido a que comience a retomar la amistad con ellos dos. Me cuesta mantener una charla con Martín, ya que Tamara suele estar siempre cerca y nos mira mal. No sé si ella sabrá que formo parte de su pasado, pero me da igual. Martín es el que comienza las conversaciones, aunque siempre tiene que cortarlas él. Noto como si él dependiera mucho de su chica.

Andrea me pregunta por las razones por las que tuve que romper con Martín y separarme de los dos hermanos. Siendo sincera, no me gusta remover mucho mi pasado, pero es mi mejor amiga y se merece saber ciertas cosas.

La consigo contar que mis padres no aceptaban nuestra relación, porque, según ellos, Martín no era un buen partido para mí.

-Vamos, que la canción Rebeldes puede ser un poco vuestra historia.

-Sí, pero con la única diferencia de que yo soy hija única.

Andrés, Martín y yo nos vamos juntos a casa. El trayecto transcurre en silencio. Pero no es un silencio incómodo, si no que es un silencio acordado.

Miro a Martín a través del retrovisor. Sigue teniendo ese brillo en los ojos que le hace querer abrazarle y no soltarle. No se me olvidará nunca la manera que tuvo de demostrarme su amor.

A pesar del tiempo que ha pasado, noto como si lo que siente por mí siguiera ahí, a punto de salir a la luz de nuevo.

Llegamos al garaje y nos quedamos nosotros dos solos, ya que Andrés se va deprisa a atender una llamada de teléfono.

-Echo de menos quererte.

-Martín, las cosas han cambiado. Tú tienes novia y yo soy feliz haciendo lo que hago. Además, segundas oportunidades nunca fueron buenas.

-¿Por qué no lo intentamos?

-No. Se te ve feliz con Tamara.

-Desde que has aparecido tú, las cosas han cambiado entre ella y yo. Esa sensación de seguridad que tenía a su lado, ha desaparecido. Sigo queriéndote, Sonia. Y sé que no me has olvidado.

Me acerca a él y me abraza. Aguanto las lágrimas como buenamente puedo. Consigo mirarle a los ojos y le agarro la nuca como solía hacer cuando estábamos juntos.

Me besa. Un beso lento. Seguido de otro. Y de otros muchos. Estamos así largo rato. Sus labios siguen igual de apetecibles. Ambos somos conscientes de que no actuamos bien, pero ninguno pone remedio.

Consigo soltarme de él y el miedo viene a mí. ¿Y si es verdad que me sigue queriendo? No. No puede ser verdad.

Subimos juntos en ascensor. Vivir enfrente de la tentación no es bueno. Y más, si la tentación tiene pareja.

Se despide de mí con un beso en la mejilla. Le sonrío y me voy a casa. Me voy con sentimientos contrapuestos. Por una parte, soy feliz de haberle besado. Pero, por otra parte, sé que esto no se puede repetir.

Un presente que empieza desde mucho antes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora