Parte 12: Limbo.

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Subirse a la báscula. Bajarse. Subirse. Bajarse. Subirse, bajarse, subirse. Bajarse. 

Era todo un tonto juego del que no me decidía  realmente qué era lo que estaba haciendo, qué estaba ganando, o qué perdía. 

Las píldoras funcionaban, es una locura, pero me asustaba que funcionaran. Había perdido cinco kg de la nada, como un truco de magia que me dejaba muy confusa y muy triste. Me invadía tanto la tristeza que un día cualquiera se encendió algo dentro de mí, y desde ese día al siguiente, engullí toda la comida que pudiera haber cabido en mi estómago, durante toda una semana. Tal vez es que estaba triste y asustada, (aunque con una admiración enfermiza) miraba con pavor las fotografías de modelos consumidas por el deseo de delgadez, y aunque no soy profesional, intuyo gravemente que mis ocasionales ataques de comida eran un grito infantil de mi parte que a todas voces replicaba: "¡Pero yo no estoy enferma! ¡No soy como ellas! ¡ Yo puedo comer lo que quiera!" Y sí que podía, entonces comía, comía, comía, en cantidades y toda clase de dulces que me prohibía cuando pisaba tierra y ese instinto desaparecía finalmente. Que me sentía terriblemente culpable, y como si hubiera engordado lo suficiente como para entrar de nuevo  "segura" en carrera de hambre, lo admito. "Pero si no es que es normal, puedo adelgazar un poco, estoy un poco pasadita "excusaba ahora esa voz. ¡Denme un respiro, por favor! Parece que lo único incapaz que fuera de conseguir, era el equilibrio. Tengo más miedo y rechazo por esa simple palabra que  por lo que fuera. Equilibrio significa "normalidad" y por alguna extraña razón nunca en mi vida de lo que va hasta ahora, pude ser normal en un sentido estricto. Siempre se me escurre algo por aquí, o por allí, que se sale de la zona del "como todos" y entonces me asusto increíblemente y pido perdón para mí misma ¡No he querido que nada de esto ocurra! Soy terriblemente incapaz de contenerme en un lugar tan apretado, me queda chico. Por lo tanto, me presiono con más fuerza y me disciplino para caber. Cómo duelen los atracones indescifrables a la una de la madrugada, a las ocho de la noche... Es la realidad viva de mi incapacidad para contenerme si quiera a mí misma. Aplicada, razonable, así debo ser. ¿Dime, quién es esta niña que se escurre entre la heladera y luego de terminar con todo casi que patalea, y grita porque se hace daño al vomitar? "No soy yo... fue mi hermanito, o fue el perro, mi mascota o mi amigo imaginario " rezan los pequeñitos a los padres al ser descubiertos en una hazaña que no pueden aceptar como propia; desplazan la culpa y la vergüenza a una causa externa, hacia alguien más. Así me siento yo: "No, esa niña de allí no soy yo." Me disocio, por unos instantes no siento nada, y al día siguiente vuelvo diligentemente renovada a la dieta.  

El panorama era el siguiente. Cajas y cajas de te, y alimentos laxantes. Caminaba triste las calles espesas de una ciudad que temía iba a tragarme. Mes de invierno. Había bajado toda una talla de ropa, con mis cuarenta y cuatro kilos, transitaba. El cielo por encima, y el suelo a mis pies, todo como se supone debe ser. 




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