Rama quebrada.

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Coloqué súbitamente la carta en mi bolso... cayó al fondo, temblorosa.  No quería leerla, sino sencillamente irme a clase. Me dejaba un mal sabor en la boca..., me recordaba, cuanto más quería olvidar. Me susurraba, le pedía a mi corazón "¡no olvides nuestro secreto!",  y este le respondía con latidos abruptos. 

¿Estaba huyendo? Imaginarme qué clase de "noticias" traería ahora Lucía, sería exponerme a un sin fin de angustias y paranoias que venía tratando de ignorar durante todo este tiempo. Lo averiguaría cuando llegara a casa, estando a salvo, cobijada,  entre las cuatro paredes de mi habitación, protegida en  su seguridad, en aquella confidencialidad... ¡Vaya, qué bebé...!

 Las horas estaban atascadas en un reloj que no quería marchar. Cada ritmo que marcaba el segundero atrasaba el minutero nuevamente hasta la hora de la creación. La liberación llegó finalmente con una dificultad exacerbada... al acabar el horario extendido, el sol había bajado y  el patio se abría bellísimo ante el anochecer.

Las luces, ¡pálidos faroles, qué hermosos! llegaban en un tenue resplandor que bañaba la planta alta a través de los balcones del patio interno. Las hojas de los arboles eran un murmuro en penumbra, y se veían las siluetas oscuras de los bancos...,  los profesores, y algunos estudiantes que abandonaban los salones de clase vacíos.

Siempre me ha gustado este lugar, y por eso también escogí estudiar aquí. Me gusta bajar como ahora las escaleras por este  pasillo extenso, amplio... Cada escalón tiene para mí la gracia de una tecla de piano de marfil, la exuberancia de la arquitectura de final de siglo. 

Fuera del instituto las calles estaban desnudas. Las personas cubrían sus rostros con máscaras.  A unas pocas cuadras, el centro y su movimiento usual. El teatro guiñaba con gallardía sus párpados de neón. La comedia y la gran tragedia, risas y lágrimas esparcidas en forma de estrellas por el cielo citadino al anochecer. La cantidad de gente habitual, la muchedumbre... constituían una especie de flama, de entusiasmo danzante. Siguiendo mi camino a casa me hice paso entre la gente. El espectáculo rezaba tal "Una interpretación moderna Romeo y Julieta" Para mi sorpresa encontré entre las filas a Cynthia y su grupo de amigos (siempre habia alguien nuevo, que cambiaba con regularidad, alguna presencia que yo no conocía. Cynthia tenía una inmensa facilidad para hacer amigos. Esta vez se trataba de un muchacho castaño de más o menos nuestra edad, de camisa risueña y desprolija y ojos grandes y despiertos) Nos presentó rápidamente, saludé y me marché.

Al llegar a casa saqué del bolso la carta y la abrí, como un pinchazo de vacuna, rápida e insensiblemente. Rompí el sobre blanco, liso, y con sorpresa comprobé que se trataba de una invitación. Tenía un sello de la Academia de Ballet, era una entrada a la muestra de primavera. 

Esa noche descansé como bebé. Mis nervios habían sido apaciguados irónicamente por la excitación que me provocó la escena del teatro y las calles de la ciudad,  que cobran una belleza que siempre me impresiona vivamente..., y además, todas las preocupaciones respecto a Lu estaban asimismo amortiguadas. Todo volvía a la normalidad o eso parecía. La ventana de mi habitación reflejaba la luna... Una luna de luz color leche tan blanquecina que era casi cruel, relucía un antiquísimo e ilustre pálido en su faz que me recordó la belleza perecedera de Julieta, y la belleza de su tragedia y la belleza de su blanca piel dormida para siempre... Una tormenta estalló a mitad de la madrugada, con una ventisca impresionante que quebró la rama cercana del árbol de mi acera y golpeó súbitamente el cristal de mi ventana, sin romperlo... El clima así prosiguió por el resto de la noche y parte de la mañana próxima.



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⏰ Última actualización: Feb 12, 2018 ⏰

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