Parte8: Ilusión.

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Llegamos a mi casa cerca de las cuatro de la madrugada, y unas cuantas horas más tarde, Noe ya se había ido donde su tía en el bus de la primera mañana. Ese día había sido gélido, fue el comienzo de una semana de frío y mal tiempo que me pareció eterna. 

Los días grises me deprimían profundamente, y apenas salía de mi habitación de no ser por las clases y otros asuntos básicos como la higiente. Mis hábitos se vieron alterados, y apenas comía, no porque estuviera a dieta ni nada por el estilo, sino que estaba tan desanimada que la comida no pasaba por la garganta, ni mucho menos me apetecía. Sobrevivía a frutas y café.
Por otro lado, hacía días que no hablabla con Cynthia o Lucía, ni sabía nada de ellas, aunque todo el asunto me tenía realmente mal. Tal vez inconscientemente intentaba alejarme de ellas, como si al hacerlo pudiera disipar también parte de mis propios problemas; olvidarme sencillamente de todo y renunciar, dejándolo de lado. 

No quería tener nada que ver con nada, y la vida me tenía harta.
Tal vez si dejaba de comer, desaparecería sigilosamente..., volviéndome incorpórea hasta que no quedara absolutamente nada visible de mí, y, aunque parezca una idea absurda, me he planteado que quizá albergara esa posibilidad bien en mi interior. 

Los días pasaban monótonos, me dejaban cansada y desesperanzada. Tenían un sabor tal a amargura y desilusión, que el atracón más grande no lo podría quitar. Pero eso no significa que no  fuera a intentarlo. La noche del domingo, luego de cenar, mi familia apagó las luces, el televisor, y fuéronse a acostar.
 Subí hasta mi habitación, y esperé a que durmieran. Al cabo de un rato bajé con cuidado las escaleras, fui a la cocina, y abrí la nevera.
 La luz proveniente del electrodoméstico apenas alumbraba el salón. Antes de que el reloj marcara las dos en punto, ya había acabado con casi todas las proviciones, dejando el refrigerador casi vacío.
 En seguida fui al cuarto de baño, prendí las luces y devolví todo lo que había comido. Pero debí haber hecho demasiado ruido, porque al terminar, me volteé, y vi a mi madre atónita, observándome desde la puerta ya totalmente abierta. 

Estaba tan sorprendida, que me dio la impresión de no haber interpretado del todo mi comportamiento, pues no dijo palabra hasta luego de un momento: 

-¿ Por qué ?
 ...No se me ocurrió nada que contestar, más que reprocharle:

-¡Madre! ¡Estoy yo ocupando el baño! ¡¿No puedo tener privacidad?!

-¡Sofía! ¡Explícame ya mismo qué está pasando...!

Hice una mueca de malestar, en realidad conteniendo el labio, que me temblaba como si estuviera a punto de llorar. Tiré de la cadena, y me hice a un lado, yendo a mi habitación.

No supe de mi madre hasta la mañana siguiente, llevaba como siempre el delantal, y estaba sirviendo el desayuno.  Kyla estaba sentada en la mesa vistiendo su pijama, y, cuando mi madre fue a servirle jugo, se acercó a mí, y me regaló casi al oído un firme "Que NO se repita".

Sentía como si la hubiera decepcionado, y aquello era, sin duda, lo que más me pesaba en el corazón.

Sus miradas hacia mí, eran de preocupación, miedo y desentendido. Nunca se me ocurrió cuestionar mis acciones hasta que vi en sus ojos tal temor.

Yo ya no era una niña, sin embargo, mi madre me miraba como si fuera una pequea con la que no sabía qué hacer.  Yo misma me sentía como tal: una chiquilla, vulnerable, e incapaz de valerse por sí misma, que disimulaba esta verdad en actos de rebeldía contra sí misma, y una indiferencia creciente...

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