Capítulo 6

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— ¡Chicas, chicas! ¡Tranquilas todas que el fascículo no se me escapará de las manos!

Sofía sonreía divertida ante el revuelo que se había formado tras su llegada al club con el segundo fascículo de Las Memorias en sus manos. Su amistad con el editor de la publicación le había servido para conseguir un ejemplar un día antes del lanzamiento oficial, así que todas estaban expectantes.

— ¡Leámoslo ya! —sugirió una mujer desde el fondo.

Attenery, que estaba en la primera fila de mesas con una taza de té y varios aperitivos delante, estaba tan impaciente como el resto de las mujeres del club, pero trató de disimularlo.

Sofía la había presentado al resto de los miembros del club la semana anterior y, tal y como había predicho, Attenery hizo muy buenas migas con Valeria Iglesias y Raquel Arroyo. Ambas tenían veinticinco años y eran grandes amigas, a pesar de la diferencias de caracteres. Mientras que Valeria era alocada, de fuerte temperamento, orgullosa, moderna y le daba igual lo que opinaran de ella, Raquel era todo lo contrario: prudente, enemiga de los escándalos, tranquila y se mostraba siempre preocupada por lo que los demás pudieran decir de ella.

En cuanto Sofía las hubo presentado, las jóvenes aceptaron a Attenery de inmediato y ésta enseguida se sintió muy a gusto en su compañía. Curiosamente, ese día habían leído el primer fascículo de Las Memorias de Charlotte Rust.

Según decían, era la prostituta más deseada del país y muchos hombres pagaban verdaderas fortunas por pasar una sola noche con ella. Increíble, pero cierto.

Aunque al principio se puso roja como un tomate al leer aquel relato tan… tan… ¿Cuál sería la palabra apropiada? Inmoral u obsceno. O, como diría su abuela, pecaminoso. Sus nuevas amigas se habían reído durante casi una hora al percatarse del rubor en sus mejillas. Ella misma podía sentirlo, pues notaba que le ardían las orejas y la chaqueta le sobraba.

Lo cierto era que Attenery jamás había tenido contacto con el sexo. Ni lo había experimentado, ni había leído nada respecto a él, salvo lo que le enseñaban a los niños en el colegio. Y, por supuesto, jamás había visto una película lo suficientemente «clara» como para poder imaginarse todo lo que Charlotte describía. ¿Y cómo habría podido hacerlo? Cada vez que aparecía una pareja besándose en la televisión, su abuela ordenaba cambiar de canal de inmediato mientras decía «esto no lo ven las muchachas decentes…»

Su abuela… ¡Ay, si llegase a saber lo que estaba leyendo! De sólo pensarlo, sus mejillas se tiñeron de un color sonrosado.

Después de haber leído el primer fascículo cuatro veces, el rubor de sus mejillas era mucho más débil que la primera vez que había tenido el fascículo en sus manos. Había cosas que no entendía, pero no se atrevía a preguntar ni a Valeria ni a Raquel puesto que se trataban de cosas que una mujer casada, como ella, debería saber.

Había leído algo sobre «la lengua ahí abajo» y no podía entender a qué se refería con «ahí abajo». Indudablemente, lo que se le venía a la cabeza era imposible. Ningún ser humano podía hacer eso, ¿verdad? Eso sólo lo hacían los gatos para asearse a sí mismos. Era imposible que alguien, aunque fuese una prostituta, pudiera permitir que alguien le hiciera algo tan lascivo como eso. No, no y no. Con «lengua» debía de estar refiriéndose a otra cosa y no al órgano de la boca.

No obstante, todo aquello había despertado en ella una gran curiosidad. A pesar de ser algo que iba en contra de lo que su abuela le había enseñado, Attenery quería saber más de aquella mujer y todavía no lograba comprender el porqué. Además, aunque no quisiera reconocerlo y después de haber experimentado algunos acercamientos con Aday antes de haber llegado a Madrid, Atty quería saber más sobre el sexo y sabía que era la única forma de aprender.

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