Capítulo 2

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Attenery permanecía sentada a la mesa con sus abuelos. Su hermana Karen se había ido tras conocer la noticia de su matrimonio con Aday, lo que la había dejado preocupada y satisfecha a la vez. Conocía los planes de Attenery y se había alegrado de que le hubieran salido según lo previsto, pero aún así no podía evitar preocuparse por su hermana menor. Todavía era muy inocente en algunas cosas y le dolía verla tan ilusionada con un hombre que era incapaz de amar. Tal vez la haría sufrir, o la humillaría dejándola sola mientras él se iba con sus amantes, o lo que era peor... la trataría mal. Con aquel pensamiento se había ido a su casa, deseando con todas sus fuerzas estar equivocada. Mientras tanto Attenery removía la sopa en su plato, con la mente en otra parte.

–Menos mal que has recapacitado en el último momento, Atty. Tanto tiempo diciendo que estás enamorada de ese hombre y llega el momento y lo rechazas. Desde luego no hay quien te entienda. Además, tu abuelo y yo ya estamos viejos y el dinero no nos sobra, cariño.

–¡Emma! –le recriminó Rafael–. No le digas eso a la chica. Si ha decidido casarse yo la apoyo pero porque sé lo que siente por ese hombre y no quiero ser el causante de su infelicidad.

–Sigo sin entender por qué me ha escogido a mí –murmuró Attenery sin dejar de remover la sopa.

–¿Y por qué no habría de escogerte?–preguntó Emma– Eres una muchacha decente, buena y toda la gente que te conoce te adora.

–Sabes de sobra que un hombre como Aday no se fija en esas cosas, abuela. Solo les interesa la belleza exterior, algo de lo que yo carezco. Tampoco tengo dinero, ni poseo el refinamiento de una mujer que haya nacido en cuna de oro. Entonces, ¿por qué yo?

–El Señor Loarte no necesita dinero, Atty –dijo Rafael tranquilamente.

–Bueno, pero entonces lo más normal sería escoger a una mujer hermosa como esposa. Él es un hombre expuesto a la vida pública y  sabe que tan pronto como se sepa que yo soy su esposa, la prensa me acribillará con fotos y me sacarán en todos los programas de televisión. ¿Por qué exponerse a que se burlen de él por tener una esposa fea?

–¡Tú no eres fea! –exclamó Rafael enfadado–. ¡Ni se te ocurra volver a repetirlo! ¡Eres una muchacha adorable!

–Abuelo, sabes de sobra que ese adjetivo poco o nada me define. Y aunque así fuese, hay muchas mujeres por aquí mucho más adorables que yo. Algo debe de haber en mi favor para que haya atraído su atención. Y creo que ya lo sé.

Emma la miró con curiosidad.

–Ah, ¿sí? ¿Y qué es, si se puede saber?

–Bueno, para empezar creo que tengo tres cualidades esenciales que él cree que necesita. La primera es que, tal y como dijo la abuela, se me conoce por ser una chica decente. Probablemente no haya querido perder demasiado tiempo eligiendo una segunda esposa. Estoy segura de que Aday Loarte tiene cosas mucho más importantes que hacer, como elegir una nueva amante, o un nuevo coche, o un nuevo traje. Para él hay miles de cosas más importantes que buscarse una esposa.

–¡Attenery!

–Es cierto, abuela. Ha llegado aquí sin mostrar ni el más mínimo interés en tratarme antes y conocerme mejor. Dejó su propuesta encima de la mesa y ya dio por hecho que íbamos a aceptar de inmediato. Dime, ¿acaso no haría lo mismo si acudiera a una ganadería a comprar un caballo?

–Bueno… –respondió Emma–. No puedes culparlo por no traerte flores y poemas de amor. Los hombres tienen cosas más importantes que hacer y más aún si son como Aday Loarte.

–Tal vez tengas razón, abuela. Aday no es un hombre romántico y mejor será que me vaya haciendo a la idea desde ahora.

–Así es, Attenery. Que un hombre sea romántico o no, es lo de menos. Lo importante es que te respete y se ocupe de ti. Y tú por tu parte deberás atenderlo, ser una buena esposa y ocuparte de tu hogar como es debido. Con el tiempo, cuando vengan los hijos, todas tus preocupaciones desaparecerán.

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