Capítulo 8

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La limusina se detuvo frente a la puerta principal y Rebeca salió casi de inmediato de la gran mansión para abrir la puerta trasera del vehículo.
Attenery se bajó del coche con el imponente abrigo marrón que la cubría desde el cuello hasta los tobillos y la recibió con una gran sonrisa.

—Buenas tardes, Rebeca —se giró hacia el chofer—. Saca las bolsas del maletero, por favor.

—¿Has comprado mucho? —le preguntó con simpatía.

—¡Sí! —exclamó Attenery entusiasmada—. Todavía me noto rara con este tipo de ropa pero a ellas les ha encantado. Creo que como siga así fundiré las tarjetas de crédito de mi marido en menos de nada... —dijo con una sonrisa—. Lo único bueno de que él no esté aquí es que no se estará preguntando dónde diablos meto la ropa en la que supuestamente me gasto el dinero.

Rebeca sonrió.

—No tardará en averiguarlo... —respondió—. Ya verás como todo saldrá a pedir de boca.

Attenery sonrió e inspiró aire, esperanzadora.

—Por el momento ya sabes... ¡ni una sola palabra! —le recordó.

—Por supuesto que no —aseguró—. Sabes que puedes confiar en mí. No diré nada. Yo más que nadie estoy deseando que todo salga a la perfección esta noche.

—Lo sé, Rebeca. Por algún motivo sé que puedo confiar en ti.

El chofer se colocó a su lado con un tropel de bolsas y cajas de las tiendas más selectas de Madrid, acaparando su atención.

—Súbelas a mi habitación, por favor —le pidió.

—En seguida, señora. —respondió el chofer cortésmente.

El hombre se adentró en la casa y Atty se dirigió nuevamente a la empleada.

—Aday no ha llegado todavía, ¿verdad?

Rebeca sacudió la cabeza en señal de negación. Era una pregunta retórica, puesto que Attenery sabía la respuesta.

—Bien. No esperaba otra cosa, pero por si acaso traje el abrigo puesto... Voy a subir a mi habitación a revisar todas las compras. Encárgate de que Rosa tenga la cena preparada, no creo que mi esposo tarde en llegar.

Rebeca asintió y ambas entraron en la mansión.

Al llegar a su cuarto, Atty cerró la puerta y se apoyó en ella. Miró con una sonrisa apenas perceptible el montón de cajas y bolsas que había sobre la cama durante unos segundos y a continuación avanzó hacia ella mientras se desabrochaba el abrigo. Se deshizo de él lanzándolo sobre la butaca y al levantar la vista, su mirada se centró en el espejo que había colgado en la pared, donde se veía reflejada. Se detuvo un momento mirándose a sí misma fijamente y entonces avanzó hacia él. El espejo le devolvía una imagen a la que todavía no se había acostumbrado.

Llevaba puesto un precioso y elegante traje chaqueta de color crema. La chaqueta, americana, tenía el cuello de solapas en forma de V con lentejuelas irisadas. El cierre se mantenía con un único botón a la altura de la cintura, lo que hacía que el escote fuera bastante pronunciado. En la parte delantera de la chaqueta dos bolsillos de solapas resaltaban dando al traje una mayor sofisticación, junto con el bajo recto.
La falda no resultaba demasiado corta, sino que terminaba un poco más arriba de la rodilla. Era sencilla y lisa, con cremallera invisible por la parte trasera, pero lucía unas perfectas piernas que todavía le costaba creer que fueran suyas.
Desde luego, las horas de ejercicio con el entrenador personal habían hecho maravillas.

Attenery esbozó una sonrisa y le dio la espalda al espejo, centrándose en las bolsas de la compra.

¡Había sido un mes de lo más productivo! Desde el mismo día en que Sofía, Valeria y Raquel se habían propuesto convertirla en otra mujer, apenas pasaba tiempo en casa. O se iba al club a ponerse en forma con sus amigas y su entrenador personal o a la casa de Sofía, donde le enseñaban a caminar correctamente, hablar con propiedad y mil cosas más que ahora dominaba la perfección, o simplemente a arrasar las boutiques más sofisticadas de Madrid.

Como hoy, por ejemplo. Eran las nueve de la noche y acababa de llegar de una trepidante tarde de compras después de pasarse toda la mañana en casa de Sofía, junto a un asesor de imagen y varios peluqueros y maquilladores profesionales. Esa noche sería la gran inauguración de un teatro en el centro de la capital a la que asistirían algunas de las personalidades más importantes y habían decidido que era el momento de poner el plan en marcha.
Durante el mes que había pasado la habían preparado para convertirla en una sofisticada y elegante dama de la alta sociedad y ahora podía presumir de serlo. Esa misma noche haría su gran aparición entre toda aquella poderosa gente dispuesta a dejar a más de uno con la boca abierta. Y lo lograría, por supuesto que sí. Al día siguiente todo el mundo hablaría de ella. Todo el mundo, excepto su marido.
Aday sería el único que no sabría nada de todo aquello, y de eso se trataba. Aday conocería a la nueva Attenery en el momento adecuado, y ese momento todavía no había llegado.
Atty sabía que su marido no iría a esa inauguración, así que no corría peligro de ser descubierta. Llevaba 25 días en el Caribe, dedicado a la apertura de una nueva cadena de hoteles en dicho lugar.

Su relación se había vuelto casi inexistente durante el mes que había pasado. Desde el día siguiente a la ópera las cosas habían sido así. Por alguna razón que ella no lograba entender, Aday le regaló un espectacular collar. Pero ella estaba segura de que lo había hecho simplemente para ganarse su gratitud. Ni siquiera le había ofrecido las esmeraldas de la familia. Había preferido gastarse una fortuna en un collar que no tenía ningún valor sentimental. Ella decidió devolvérselo.

—¿No te gusta? —le había preguntado.

—No se trata de eso...—le respondió tranquilamente.

—¿Entonces por qué me lo devuelves? —preguntó Aday con el entrecejo fruncido.

"¡Porque no son regalos lo que quiero de ti, maldita sea! ¡Quiero que me ames como yo te amo a ti!" quiso gritarle. Sin embargo, inspiró con fuerza y trató de sonar serena cuando dijo:

—Porque no quiero este tipo de regalos. A veces por gastar mucho en algo no significa que tenga más valor...

—¿Qué quieres decir con eso?

—No quiero regalos en los que te gastes una fortuna. Las mujeres preferimos cosas más... personales —concluyó.

—¿Personales? —se preguntó Aday extrañado.

—Sí. Un ramo de flores, unas palabras escritas... Cosas sencillas pero que se hacen de corazón —respondió Atty.

Aquello había dejado a su marido muy extrañado. Es más, se había ido bastante molesto por su negativa a aceptar el collar. Como si fuera vital para su tranquilidad personal que se quedara con aquella valiosa joya. ¿Sentimiento de culpabilidad tal vez? Prefería no saberlo. El caso es que ya fuera para castigarla o porque de verdad era necesario, al día siguiente Aday le dijo que tenía que tomar un avión hacia Punta Cana, donde iba a ultimar todo para inaugurar una nueva cadena de hoteles.
Se fue por la mañana temprano, sin despedirse. Y aunque en un principio Attenery se entristeció y sintió ganas de llorar, luego decidió sobreponerse. Le convenía que él estuviera lejos, ya que así podía pasar mucho tiempo junto a sus amigas sin preocuparse de que su marido pudiera descubrir lo que tenían planeado. Tampoco tenía demasiado tiempo para lamentarse por su ausencia salvo en las noches, en la soledad de su cama. Se preguntaba una y otra vez por qué no podía estar disfrutando de la compañía de su marido como cualquier otra mujer casada, y la tristeza volvía a embargarla.
Había pasado un mes y solo había recibido una llamada telefónica de su parte. Todavía recordaba con claridad el momento en que Rebeca, con los ojos resplandecientes de felicidad, había entrado en su cuarto para anunciarle que Aday esperaba al otro lado del teléfono.
Attenery casi saltó de la cama y con las prisas por cogerlo lo antes posible había tropezado con la alfombra y caído al suelo.
Oír su cálida y suave voz después de dieciséis días sin saber de él había sido una de las experiencias más emocionantes de su vida. Su corazón latía a un ritmo frenético; tanto, que casi se le salía por la boca. Podría incluso "casi" jurar que él estaba igual de feliz por escuchar su voz. Habían hablado unos veinte minutos mientras Rebeca observaba maravillada la gran sonrisa que iluminaba la cara de Attenery.
Cuando colgó el teléfono, Attenery soltó un suspiro. Hubiera deseado un "te quiero, cariño" o un "te llamaré pronto" o simplemente un "te he echado de menos, princesa". Pero supuso que era demasiado pedir. La había llamado por pura cortesía, pero de todas formas había una frase que él había dicho y que no dejaba de martillearle la cabeza: "A mi regreso hablaremos sobre nuestra situación. Hay cosas que deben cambiar..."
No sabía a qué se podía estar refiriendo, pero de todas formas por supuesto que habría cambios. Todo cambiaría dentro de muy poco tiempo... Oh, ¡qué bien sentaba tener aquella confianza en sí misma!
Esbozó una sonrisa pensando en la culpable de aquello, Valeria, mientras sacaba un libro de las bolsas. Miró la portada y tras ampliar la sonrisa de su boca colocó el libro en un cajón de la cómoda, donde había otros diez más de Lisa Kleypas y Johanna Lindsey.
Sofía y Raquel la habían ayudado mucho en el aspecto externo, algo muy importante, pero Valeria se había encargado de la parte interna. Se había contagiado poco a poco de su vitalidad, sus ganas de destacar en todo lo que hacía, su picardía, su confianza en sí misma, su autoestima y su sentido del humor. Le había enseñado que para poder querer a otra persona, antes tenía que quererse a ella misma.

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⏰ Última actualización: Jun 13, 2020 ⏰

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