Capítulo 4

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Attenery estaba tan furiosa que apenas podía poner en orden sus ideas. Estaba rabiosa y, por encima de todo, se sentía humillada. Se sentía como una vulgar prostituta a la que Aday acababa de contratar para una noche de lujuria.

¿Y qué había de los sentimientos? Por mucho que lo amara no estaba dispuesta a entregarle algo tan preciado para ella como su virginidad, si él no correspondía a aquel sentimiento. Tal vez la culpa era de su abuela por inculcarle aquellos valores tan rígidos y anticuados. Otra en su lugar no lo habría pensado dos veces y con un hombre como Aday en frente, insinuándole una noche ardiente como ahora, se habría postrado a sus pies sin importarle nada más. Pero la educación que ella había recibido le impedía hacer eso, a pesar de que en el fondo era lo que estaba deseando: entregarse sin reservas al hombre que amaba.

Incapaz de hablar ante la expresión divertida y arrogante de su marido, Attenery se dio la vuelta y abriendo con violencia la puerta del gigante salón, salió corriendo hacia las escaleras. Entró precipitadamente en su habitación, asustando a Lucía, que colocaba la ropa recién planchada en su sitio.

— Señora, ¿algún problema? —preguntó.

 Attenery trató de contener su rabia mientras respiraba atropelladamente.

— No, Lucía, no te preocupes. Acabo de bajar las escaleras muy deprisa, sólo fue eso —hizo una pausa y mientras se iba desnudando agregó—. Creo que me tomaré una taza de té antes de acostarme. ¿Podrías traerme una, por favor?

— Por supuesto…

— Ah, Lucía. Trae dos tazas, por favor. Mi esposo vendrá en cualquier momento —se puso a toda prisa el camisón mientras la empleada abría los ojos sorprendida.

Esbozó una sonrisa apenas imperceptible, aunque no hizo ningún comentario imprudente.

— Le traeré el té inmediatamente. Ah, señora… Acabo de recordar que Beatriz se quejaba de un fuerte dolor de espalda. Me pidió que le preguntara qué debe tomar para que se le pase.

— Claro…

Atty se dirigió a su maletín de hierbas medicinales, su otra pasión. Amaba la herboristería y la botánica casi tanto como su tía Bess. Obviamente Attenery sólo sabía lo básico, pero para los empleados de aquella mansión sus consejos y remedios naturales eran muy útiles puesto que se traducían en menos gastos en medicamentos y menos visitas al médico.

 En un momento preparó una bolsita con algunas de las hierbas y se la entregó.

— Llévate esto y dile que se lo aplique en caliente, después de hervirlo, en la zona dolorida. Con esto debería notar mejoría, pero si mañana no se siente mejor dile que venga a verme.

— Muchísimas gracias señora. Ah, José me pidió que le dijera que el dolor que tenía en la rodilla le ha desaparecido por completo, gracias a aquella mezcla que le dio.

— Muy bien, muy bien… —dijo Atty impaciente. Lo último que quería era discutir sobre el dolor de rodilla de José—. Ahora, ¿te importaría darte prisa y traerme el té?

—Por supuesto… —Lucía salió del cuarto a toda prisa y Attenery comenzó a caminar nerviosa de un lado a otro de la habitación, sin darse cuenta de que se le habían desabrochado los tres primeros botones del cuello de su camisón, que pendía sobre su seno.

Aquel hombre arrogante y orgulloso con el que se había casado creía que sólo tenía que tocarla para que ella cayese rendida en sus expertos brazos, como cualquier otra mujerzuela. Incluso como su propia amante.

Pero no. Ella no era igual a todas aquellas mujeres y Aday tendría que aprenderlo de una forma u otra. Pero mientras tanto, la perseguiría, la acosaría y haría cualquier cosa con tal de lograr sus propósitos y hacer con ella lo que se le antojase. Atty lo sabía ahora. Para él, acostarse con ella era un desafío, una cuestión de orgullo masculino. Una vez lograda la hazaña, perdería todo el interés en ella y pasaría a ser un objeto decorativo más en aquella casa.

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