Prólogo

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Era Analía una mujer esbelta, morena de ojos avellana y cabello lacio, largo y muy brilloso. Su vestimenta es impecable, lo que sería más bien una fachada a su vida desordenada; iba de fiesta en fiesta hasta que cumplió los 25 y se mudó a una residencia donde había decidido, de una forma demasiado macabra, "morir allí". Analía se había vuelto solitaria y taciturna cuando se mudó allí, aunque seguía todavía una vida desordenada en cuanto a limpieza, etc. y, por consiguiente, en temas de trabajos como papeleos. Aunque al comienzo se había mudado allí para descansar de la ciudad, tuvo que ir de vuelta para trabajar hasta que llegaron sus 50 años y, como era sola y muy ahorrativa, ya no precisaba de trabajar.
En esos años de residencia en la casa ella notaba cosas que concuerdan sobremanera con las fantasmagóricas historias que había oído. La mayor fue cuando a los 42 se embarazó y...
Ella decidió pasar de forma tranquila su vida, afirmando que su tiempo de juventud -abandonado muy prematuramente- ya había terminado. Así que sentarse a leer algo y mirar la carretera se transformó de un pasatiempo de relax, porque como había tantas cosas para realizar todavía en la vieja casa, en la mayor parte del día podía distraerse fácilmente.

Analía no sabía por qué se había levantado de su cómodo asiento de mimbre, en el cual se hamacaba. Será por alguna razón que desconocía o porque esa luz demasiado le llamaba la atención. En fin, aunque sin motivos fue hacia ella bajando por las escaleras de su porche pintado de blanco, peldaño a peldaño, primero con la punta de su pie y luego el resto del derecho. Fueron tres de los cuatro escalones hasta que levantó su cabeza en dirección al bosque cruzando la carretera 1, donde a esa hora -las 3 de la mañana- no había un auto ni, diciendo de forma irónica pues a pocos kilómetros de ahí estaba el cementerio municipal, un alma en pena. La luz blanca y rendonda, como un orbe pero con el halo de luz más blanca y brillante que el blanco grisáceo círculo concéntrico de en medio seguía brillando y alumbrando... nada. Era una luz egoísta en la oscuridad que no alumbraba nada más que a sí misma. Analía siguió, llegando ya al borde de la carretera mirando hacia los costados -¡idiota!, que a las 3 de la mañana no hay movimiento en tu zona, y lo sabes porque desde hace 25 años estás aquí-, para ver si se aproximaba un coche. Ningún faro más que la luz fuerte pero opaca, seca y egoísta.
Ella sabía que no debía hacerlo.
Ella sabía que lo tendría que dejar y esperar hasta 2 años en noviembre.
Ella sabía que sería trágico.
Sabía que no volvería.
Y porque las personas somos seres estúpidos que nos dejamos guiar por las luces de cualquier oscuridad, Analía se acercó y lo encontró. Llorando.

Historias de una casa hacia la carreteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora