Capítulo 1: La fiesta.

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CAPITULO 1: LA FIESTA.

Miré mi reflejo en el espejo con una expresión perpleja. Apenas me reconocía.

Mi piel, normalmente pálida y sin color lucía tersa y elegante y mis mejillas mostraban un saludable tono sonrosado. Mis granos habían desaparecido misteriosamente (y no pensaba denunciar esa desaparición) y mi pelo parecía sacado de un anuncio de productos capilares. Esperaba que entrara en cualquier momento una cámara y me obligasen a decir algo como <<Desde que uso L'Oreal, noto mi cabello mucho más resistente.>>

Lo toqué casi con temor, aprovechando que tía Kristal había salido de la habitación. Me hubiese apartado los dedos de un manotazo si me hubiese visto hacerlo.

Mi tía había cogido mi mata de pelo castaño y lo había lavado a consciencia. Me frotó la cabeza tanto aquel día que creí que acabaría excavando un agujero hasta mi cerebro. Después de su incursión al centro de Gwen (trataba de descubrir si realmente había algo de materia gris dentro de esa cabezota mía, yo lo sé), peinó, estiró, y trenzó mi pelo para luego sujetarlo a mi nuca en un enrevesado peinado digno de una princesa. Tan solo había dejado un par de mechones sueltos que se había encargado de rizar cuidadosamente y que ahora enmarcaban mi rostro. Las horquillas de brillantes hacían juego con los pendientes y el collar que pendían de mis orejas y mi cuello respectivamente.

A continuación palpé el tejido del vestido, francamente maravillada. Otra obra de arte. La seda blanca se ajustaba hasta mi cintura, donde caía hasta poco antes de la rodilla envuelta en tul también blanco. Un cinturón plateado completaba el conjunto.

Vale, sí. Yo siempre había sido de esas que consideraban que las tradiciones de Los Mágicos Dieciséis eran solo una sarta de estupideces y también es cierto que le gruñí a todos los intentos por parte de mi madre de involucrarme en la organización de la fiesta, pero, en ese momento, parada frente al espejo tuve que reconocer que sí, eran un montón de estupideces, pero eran estupideces preciosas.

Miré la hora en mi nuevo reloj de oro, regalo anticipado de mi abuela. Estoy segura de que tía Kristal no me hubiese dejado ponérmelo (alegando que no combinaba con el resto del conjunto) si no hubiese sido un regalo de su madre. En vez de eso, se limitó a poner una mueca de fastidio poco disimulada y a coser unos detalles dorados y plateados en el escote del vestido.

Eran las diez y media, hora de bajar al salón.

La cena se prolongaría hasta las once y media, cuando yo me retiraría para cambiar mi vestido por otro confeccionado con los colores de mi Casa, la Casa Callahan.

A las doce en punto bajaría por las escaleras principales, todo el mundo me aplaudiría, yo daría un conmovedor discurso sobre el orgullo que suponía haberme convertido por fin en una mujer adulta y, por lo tanto, "miembro competente de mi Casa". Después, las mesas de la cena se retirarían y el salón se prepararía para mi Demostración, donde haría gala de mis conocimientos sobre mi Poder Principal.

Me mordí el labio.

En el caso de que yo tuviera un Poder Principal. Porque lo cierto era que, al menos de momento, había brillado por su ausencia.

—¿Qué tal va, princesa?—saludó una voz femenina desde la puerta. Pude ver como a la Gwen del espejo le brillaban los ojos al reconocerla. Me giré y atrapé a mi prima Rebecca en un efusivo abrazo. Ella se libró rápidamente de mí, fingiendo una mueca de asco. La miré de arriba abajo. Llevaba un vestido de un estilo parecido al mío, pero de color verde botella con detalles plateados. Verde y plata. Los colores de la Casa Callahan-Wagenen. Yo pertenecía a la Casa Callahan-Kelsttrad, lo que significaba que nuestros padres eran hermanos y que mi madre y la suya otras dos Casas Altas que se habían unido a ellos en sagrado matrimonio.

Abracadabra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora