Pasado

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E

L sol se estaba escondiendo en las montañas; finalmente estaba atardeciendo, y la calma se sentía en el pueblo, como siempre. Las mujeres seguían con sus quehaceres domésticos mientras los hombres terminaban de trabajar para llevar comida a sus hogares, y los niños ya habían entrado en sus respectivas casas, por lo tanto el sonido de sus risas y correteadas en las calles ya había desaparecido para volver a aparecer a la mañana siguiente. Todo estaba en orden, en paz.

Ella, risueña, volvía de la tienda de vestidos para novias. Su vestido ya estaba listo para ser usado en unos pocos días, cuando finalmente ellos se desposarían prometiéndose amor eterno.

Son la pareja perfecta—pensaban los pueblerinos— Finalmente, quienes se enamoraron de pequeños, se unirán para siempre ante los ojos de Dios.

Por desgracia, o quizás, por suerte; eso nunca llegó a pasar.

Se detuvo en la puerta que abría paso a la gran mansión, donde su familia vivía junto a ella. Suspiró, relajándose. No podía esperar a hablar con su hermana sobre la boda, necesitaba descargar las ansias con alguien que disfrutase tanto hablar sobre eso como ella. Pero en el momento en que entró, visualizó una escena desgarradora. Una joven tendida en el suelo, pálida con una gran mancha roja en el abdomen, su vestido celeste roto, y a su prometido parado al lado del cuerpo sosteniendo una navaja enrojecida en la punta. No había notado que su futura esposa estaba allí observando, hasta que ésta gritase de horror a un volumen increíble, pero él sólo desvió su mirada hacia ella, sin moverse y sin cambiar su gesto de satisfacción. Los vecinos habían escuchado el grito, y estaban todos amontonados en la puerta del jardín llamando a la muchacha, tratando (inútilmente) de ver qué sucedía en la puerta de entrada de la mansión.

El silenció abundó en la sala donde los futuros cónyuges se miraban con una cierta intensidad, ignorando los llamados de la gente.

- ¡¿Qué le hizo a mi hermana?!- Lloró ella, sentándose al lado del cadáver, sosteniéndole una mano. -  El sonrió.

-Se lo merecía, por insolente - escupió el joven, como si estuviese saboreando algo amargo. -Quería hablar de algo que no debía, quería desafiar mi cordura, quizá. No era más que una puta barata. -Ella no decía nada, no podía, su garganta se había cerrado ante la mezcla de furia y dolor. Sólo lo mataba con la mirada.

- Ni sueñe que me voy a casar con un asesino - dijo al fin, antes de dar media vuelta e intentar correr hasta donde la gente aguardaba, impaciente, alguna señal suya. Quería buscar ayuda; quizás aún podría salvarla, pero en el fondo sabía que era demasiado tarde.

- No vuelva a hablarme así nunca más, ¿entendió? - Ordenó él, levantándola violentamente de un brazo, sin darle oportunidad de empezar a correr. - Va a ser mí esposa, hasta la eternidad - su tono se había vuelto más suave - ¿Acaso no recuerda? Vamos a amarnos el resto de nuestras vidas, nuestro destino es estar juntos- exclamó con suavidad, acariciando el cabello negro azulado de Ellen, quién intentaba alejarse de él.

- Púdrase en el infierno, Marco. - gritó Ellen escupiéndole en la cara, quien, del asco, la soltó para limpiarse; aprovechando ésa oportunidad para escapar, Ellen comenzó a correr con todas sus fuerzas, pero el tener el vestido demasiado largo le jugó un punto en contra haciéndola caer en la mitad del jardín.

Con la rodilla lastimada y el vestido rasgado, intentó levantarse como pudo, pero volviendo a caer, suplicaba por ayuda a los espectadores, quienes estaban sorprendidos por lo que acababan de ver. Marco al terminar de limpiarse, guardó la navaja disimuladamente en un bolsillo del saco y se dirigió hasta donde estaba Ellen, mostrándose despreocupado.

- No se preocupen - tranquilizaba a los vecinos - es sólo una pelea de pareja, ella sólo está exagerando. - Ellen no tenía más fuerzas para pelear. Le dolía mucho la rodilla, sus cuerdas vocales se habían desgarrado debido a los gritos brutales. No tuvo más opción que dejarse levantar por Marco. - Vuelvan a sus hogares - ordenó él - el espectáculo ha terminado.

Mientras ellos se iban, Marco alzaba a su novia con delicadeza.

- Entremos - exclamó con una dulzura cínica. - No vale la pena que siga peleando por algo que no se puede evitar. Si insiste en pelear, en revelarse - susurró- terminará como su hermana. Y ninguno de los dos quiere eso, ¿no?

¿Es éste mi final? pensaba Ellen mientras la llevaba en sus brazos. << No. Esto no terminará así. >> dijo para sí en voz baja (comentario ignorado por Marco) mientras lentamente tomaba la navaja que él había guardado en el bolsillo.

El tiempo pasó, la calma se restableció en elpueblo, las rutinas seguían siendo las mismas. Nadie hablaba de lo ocurrido enla gran mansión. Avergonzados por no haber ayudado a las jóvenes, el puebloentero juró que nunca nadie hablaría de lo sucedido. La paz en Villa Scarlet nuncahabía sido rota por nadie. Nadie mató,nadie murió, nadie desapareció, nada pasó. Así vivieron durante dos siglos en VillaScarlet, enterrando las verdades de la gran mansión. Hasta que alguien, muchotiempo después, se animó a hablar.

Ojos Púrpura © [en edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora