Capítulo 12

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—¡Madre mía!, ¡Os ha tocado a vosotros dos! —Cheeto me miró flipando.

Mi cara se encendió, tanto así que al tapármela sentí arder mis manos, mi estómago estaba siendo atormentado por miles de animalitos agradables y cosquilludos, mi corazón estaba acelerado, sentía que en cualquier momento me daría un paro cardiaco de lo rápido que iba, no podía, era demasiado.

Mangel, me tocó encerrarme en el armario con Mangel, en la primera ronda, no me lo creía, me parecía otro de mis absurdos sueños.

—¡Jajaja, la hostia! ¡Rubius está jodidamente apenado!
—¡Rubius está rojísimo, tío, no me lo creo!
—¿¡Dos hombres en un armario!?, ¡Menuda mariconada!
—¡Venga, mirad a Rubius, está como un tomate!
—¡Madre mía, no tenéis que besaros! ¡No te pongas rojo, tío! ¡Pareces marica!
—¡¿En serio os encerraréis en el armario?!
—¡Rubius está rojo de la hostia!

—¡Nunca he besado, eso pasa! —alcé mi rostro algo irritado por sus comentarios, la verdad, esa fiesta no era de mi agrado y por eso estaba hasta la coronilla.

—Rubius... Vamos —sin fijarme, Mangel me agarró de la muñeca y me jaló con él hasta arriba, en la habitación de los padres de Staxx.

Miré hacia atrás antes de subir por las escaleras. Todos, absolutamente todos nos estaban mirando, flipando, sonriendo, burlonamente.

—¡Cuidado hacéis un hijo! —gritó Staxx y soltó su típica risa que tanto lo caracterizaba.

En ese momento, también solté una risa  al pensar que no me vendría mal tener un hijo con Mangel.

Agaché la cabeza y seguí los pasos de Miguel, hasta que éste se detuvo y me soltó. Cerró la puerta de la recamara y abrió el armario, con una seña me indicó que entrara.

Mangel estaba ebrio, era claro, tenía los lentes mal ubicados, los cabellos despeinados y estaba tambaleándose, hipando por dentro. Pero... No lo parecía a simple vista, tan serio como siempre.

Una vez que entré, él hizo lo mismo.

Se sentó, estirando las piernas sobre el suelo y suspirando.
—Ven —me miró mientras palmeaba sus piernas, mi cuerpo se descolocó, me sentía completamente impotente y sorprendido, no es que no quisiera, es más lo deseaba, pero la vergüenza era abrumadora que no podía ni moverme.

Sentí su mano tocar mis dedos, y luego un jalón que me hizo caer encima suya. Me incorporé de inmediato, quedando sentado en su regazo, con el corazón derretido.

—¿Qué pasa? —susurró, tan cerca de mi rostro que pude sentir su aliento chocar contra mi nariz. Me tembló el cuerpo, con una pizca de excitación que no pude evitar hacer notar y al parecer él tampoco, sentía su bulto creciendo debajo de mi ingle—. Venga, ¿Por qué estás tan callado? —sus manos recorrieron mis caderas para luego con un calmado movimiento rodearme la cintura con sus brazos, atrayéndome más a él, así, involuntariamente posé mis manos en sus hombros, con el corazón en la boca y el cuerpo sudándome por la extrema calor.

Mis ojos se posaron en los suyos, sus orbes tan oscuros, sus ojos tan grandes perfectamente decorados con esas pestañas negras, y arriba de su mirada estaban sus gruesas cejas, las cuales no me inmuté a peinarlas en ese momento.

Lo oí reír en lo bajo, provocándome una risita también, no me sorprendí de que sonriera, no me dolían las rodillas a pesar de estar apoyado en un cinturón que me lastimaba, no me importaba la falta de oxigeno que empezaba a notar, ni el calor, ni lo mal que estaba que Mangel me manoseara el trasero descaradamente, de mi fatiga al sentir cómo que apretujaba contra él, haciéndome sentir su erección y haciéndome morder el labio inferior hasta provocarme un dolor agudo como un masoquista.

Malos pensamientos #1. ➝RubelangelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora