CAPITULO IV

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Las horas transcurrían con lentitud sofocante, y aunque las manecillas del reloj continuaran con su trabajo, el tiempo simplemente se había vuelto eterno ante los ojos de los Cábala.

Dolor, odio, ira, tristeza, rencor, incertidumbre y miedo. Siete sombras que bailaban a su alrededor, burlándose de su suerte sumiéndolos en peligrosas arenas movedizas; ya que ambos sabían el peligroso terreno en el que se encontraban, pero de momento les era imposible imaginar si quiera la posibilidad de alejarse.

Luego de que les entregaran las cenizas de Gabriel, Violeta se había aferrado a ellas con tal fuerza y determinación, que ninguno de los presentes se atrevió a decir nada. Daniel accedió a que las llevaran a su casa, en parte por ella y en parte por él; confiaba que en un par de días su hermana sería más razonable al respecto, y mientras tanto, él podría aceptar que esto ya no era una visión en sus pensamientos, y encontraría el valor para poder avanzar.

Además, era inevitable que algún momento encontraran un lugar más adecuado para la urna, pues estos no eran los restos de un simple mortal y tarde o temprano, algo o alguien podría intentar usar los pocos fragmentos de divinidad que estaban contenidos en el recipiente. Y aunque para Violeta lo único que importaba, es que eso era lo que quedaba del cuerpo de su amigo, el valor de su parte celestial seguía estando presente en un recóndito lugar de su mente, tomando la mano de la esperanza de poder regresarlo a la vida.

Cuando salieron de la funeraria, solo el jeep y la camioneta de la detective se encontraban en el solitario estacionamiento. Ella se ofreció a acompañarlos el resto de la madrugada, pero a Daniel no le pareció necesario ni conveniente; aún había asuntos pendientes que arreglar con la justicia mortal entre ambos, por lo que no era bueno que se les viera tan unidos; y aunque Violeta ya no la asesinaba con la mirada, todavía no parecía estar dispuesta a soportarla a su lado. Además, sin necesidad de decirlo en voz alta, lo que ellos querían era enfrentar la realidad solos.

Sin embargo, lo que los hermanos en medio de su sufrimiento no fueron capaces de notar, no pasó desapercibido para los ojos de los demás. Era cierto que la detective se había ofrecido sinceramente a acompañarlos, para que no sintieran que tenían que pasar por esto solos; pero a su vez, ella misma no quería atravesar este nuevo camino en soledad. Había estado aguantando con todo su ser las últimas horas, pero los breves intervalos en los que el miedo le había ganado, se dio cuenta que en el instante en que pudiera pensar las cosas a fondo, una ruptura imposible de arreglar se formaría tanto en su alma como en su psique... eso claro, si es que antes lograba mantenerse lo suficientemente cuerda para seguir con su vida.

Damon observó a Susan, y escuchó disimuladamente la plática que mantenía con los hermanos. Aún tenía muchas cosas importantes en las cuales pensar, en especial asegurarse de sus sospechas respecto a alguien siguiéndolo; pero también había detalles que solo esa mujer podía revelarle, y dudaba mucho que fuese a hacerlo de forma voluntaria... no le disgustaba la idea de tomar la información por un método convencional como la tortura, pero el tiempo ya no era un recurso fiable en ese momento, por lo tanto, una sonrisa atrevida se ocultó en sus labios cuando pensó en algo mejor. Después de todo, dos pájaros de un tiro era más práctico...

-Detective...-. El sonido de su voz fue una deliciosa tentación para los oídos humanos. Ambos hermanos y LeBlanc se giraron al instante para atender su llamado. Sin embargo, en cuanto Susan se dio cuenta de que era precisamente él quien le hablaba, su guardia se puso en alto, provocando un brillo de placer ante su temor en los ojos del demonio. -Luc podría ser el más indicado para hacerle compañía esta noche...-. Comentó malicioso, sin dejar del todo claro el propósito de sus palabras. Sin embargo, al notar la forma en que Violeta clavó sus ojos sobre él, mientras sujetaba con más fuerza la urna entre sus brazos, un amargo sabor en la boca le quitó las ganas de fastidiar. -No me malentienda, me refiero a que su arma no puede hacer nada contra un ángel o un demonio; y créame, su cara ya es bien conocida para algunos...

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