CAPITULO XXVIII

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Arial no solo escuchó el ruido proveniente del cielo, sino que sintió el momento exacto en que su sello se rompía para liberar a sus hermanos. Ella levantó la vista, con sus ojos ya en ese tono celestial capaz de engañar a los hombres en cuanto a su divinidad, y torció el gesto en una mueca de enfado por lo lejos que habían llegado las cosas.

Se suponía que solo los llamarían en caso de que la situación se les fuera de las manos; porque incluso en el enfrentamiento que tuvieron en el cementerio, Leo evitó invocarlos considerando que podían descubrir algo de sus entrelazados planes. Y ahora, pese a que tenían ayuda mortal, los traía a este plano.

Se lo advirtió, confiar en que los humanos hicieran su parte del trabajo, era como esperar que un escarabajo derrotara a un león.

Por supuesto, tampoco dejaba de lado que esto bien pudiera ser solo como el ángel cruel lo tenía pensado. Después de todo, no se dejaba engañar por su sociedad, sabía perfectamente que tanto ella como los suyos, eran solo una pieza en el tablero de juegos de Leo; pero mientras le sirviera para cumplir sus propios objetivos, lo dejaría pensar que tenía el control.

Con esto en mente, volvió a centrarse en lo único que le importaba de momento. Pandora.

Había pasado una eternidad desde que la viera, incluso se sintió como más tiempo que eso debido al sitio en que se encontraba; no obstante, no hubo un solo instante en su existencia que se olvidara de ella, cómo hacerlo cuando fue la única causante de todas sus desgracias, de su dolor, de su condena, de la pérdida de su rango... hasta de que su nombre fuese sinónimo de traición.

Todavía le costaba creer que estuviese viva, más aun la forma en que lo había logrado; pero nada de eso importaba, si con eso tenía la oportunidad de tomar su venganza. Una que disfrutaría paso a paso, hasta que finalmente suplicara por su muerte... y ni aun entonces encontraría descanso; después de todo, ella misma se había transformado en esa desagradable criatura casi inmortal.

-Resistirte no te servirá de nada...-. Sus labios solo se movieron, pero en el interior del café, una de sus tantas marionetas, transmitió el mensaje mientras se rasgaba la pierna con un tenedor.

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-¿La conoces?-. Luc no apartó la vista del frente, pero pudo notar la forma en que Daniel observaba a la pelirroja, que dicho sea de paso, debía ser invisible para ojos humanos... más no para los de un Profeta por supuesto.

Ambos estaban ocultos dentro de un auto que el pilar había abierto sin problemas; además, el mayor de los Cábala también se había deshecho de su llamativo disfraz, quedándose solo con la ropa que llevaba abajo. No se lo pudo quitar antes, por la persecución; pero fue mucho mejor ya que como nadie lo vio cambiarse, no sabrían por que buscar.

-La vi antes, en el dojo donde doy clases...-. Sus ojos imitando a la perfección las luces de la aurora boreal. -Y ahora que lo pienso, encaja a la perfección con la descripción que Vi nos dio del ángel que estuvo ayudando a Leo en el cementerio...-. No lo había pensado antes, porqué no tenía una base de dónde partir... "Hija de los hombres" de tanto en tanto, esa frase seguía colándose en las pláticas de los Serafines.

El semidemonio pensó por un instante su respuesta, y asintió al tiempo que hacía diferentes conexiones en su cabeza.

No era una sorpresa que Leo fuese también tras Daniel, aunque por lo que habían visto, sus intenciones para con él eran bastante similares hacia las que tenía con la hermana. Matarlos. Pese a eso, tenía el ligero presentimiento que aunque el resultado esperado era el mismo, cómo pretendía llegar a ese final con cada uno era muy diferente. En realidad, estaba seguro que al profeta pretendía dejarlo con vida un tiempo determinado ¿Para qué? Bueno, esa era una jodidamente interesante pregunta que tendría que dejar para más tarde, porque en ese momento tenía otras de mayor prioridad.

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