CAPITULO XVI

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Ocurrió de golpe.

La estridente sinfonía se desato desde su interior, sacudiendo cada una de sus terminaciones nerviosas, haciendo eco a través de su piel para abrirse paso, eliminando así el oxígeno que circulaba a su alrededor, sofocando sin piedad hasta su último aliento.

El Profeta no tenía forma de defenderse, las voces estaban dentro de su cabeza, gritando pecados en lenguas distintas y antiguas; relatando sin parar historias ocultas a los humanos, cosas que parecían cuentos infantiles, o las más horribles pesadillas.

Pero eso no era lo peor. No conformes con suprimir el sonido de su propia voz, los cantos de los Serafines cortaron el velo que protegía su mirada a los distintos planos, permitiendo que los espectros del tiempo se liberaran mostrando tantas realidades, que la personal se volvió nula entre ellas.

No importaba que tan fuerte hubiese intentado mantenerse en pie, la única manera que encontró su cuerpo para protegerse, fue sumirse en la inconsciencia.

Sin embargo, antes de perder por completo la batalla, sus ojos dieron un último vistazo al caos que lo engullía, tratando de gravarse hasta el último detalle; fue en ese instante cuando se dio cuenta que algo se mantenía inerte a los cambios, o mejor dicho, alguien.

Totalmente ajena a los poderes que lo acosaban, su hermana era lo único que permanecía estable. Igual a un ancla indiferente a la fuerza de los mares; hasta que el brillo dorado de una mirada demoníaca, le cegó la posibilidad de aferrarse a ella...

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Todavía intentando asimilar la llegada del ser que tenía a su lado, con apariencia de mocoso, y más fastidioso que la última vez que se vieron; Damon alegaba con él cuanta distancia debía mantener de la exorcista, cuando un silbido ensordecedor le taladró los oído.

No podía entender lo que decían, ya no le estaba permitido, pero para su desgracia, la resonancia de esos cantos todavía lo alcanzaba para torturarlo.

Por su parte, el pequeño ángel era incapaz de escuchar nada; sin embargo, la presencia celestial sobre Daniel fue tan abrumadora, que incluso con la poca capacidad que había dejado libre del sello sobre su nombre, fue capaz de sentirla.

Ambos se giraron hacia el Profeta al instante, tratando de averiguar lo que ocurría; pero mientras el niño emprendió su camino para ayudarlo, el demonio buscó por Violeta con sus ojos brillando en dorado, para obstruir la visión de los Serafines.

El pasado no podía ser cambiado por nadie, lo que ocurrió ya estaba hecho, y lo que pudo ser jamás sería; no obstante, bajo ninguna circunstancia permitiría que el presente o el futuro de la exorcista se volviera de domino del cielo, ya que no pensaba dejar que los hilos de su destino, fuesen anunciados para que cualquiera pudiera cambiarlos.

Ante sus actos, las manecillas del reloj se volvieron lentas; para cuando Violeta se dio cuenta que su hermano caía inconsciente, Damon ya estaba a su lado, sujetándola de la mano para impedir que fuera hacia él. Ella intentó liberarse al tiempo que clamaba su nombre, la preocupación que sintió la había hecho ignorar por completo al demonio; pero cuando quiso moverse, el agarre no solo se volvió más firme, sino también su presencia demoníaca.

No pudo reprimirlo. El lado que normalmente mantenía oculto, se arrastró desde las profundidades sediento de atención. Allí estaba, queriendo proteger su privacidad de ojos indiscretos, pero ella ni siquiera lo miraba por concentrarse en aquel hombre, que sin importar lo que dijera, seguía sin tener una gota de su sangre.

¿Era amor fraternal o algo más lo que los unía? Esa pregunta, era un desastroso catalizador que no habría impulsado nada, de no ser por la presencia de Mika...

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