Desparramada en su cama (no había otra forma de definirlo), Violeta meditaba qué hacer; iban a dar las 12 del medio día, pero ella no tenía ánimos de levantarse, ni siquiera porque su estómago parecía tratar de competir contra los tigres más fieros, debido al ruido que estaba haciendo a causa del hambre.
La noche anterior se había quedado en la Torre con sus amigos, y ahora la desvelada estaba cobrándole factura; además claro, de su flojera natural. Este tipo de situaciones le hacían preguntarse seriamente cómo rayos le hacía su hermano para dormir tan poco, levantarse con el fresco del rocío (muy poético y todo), y todavía ir a entrenar... diría que no era humano, pero aparentemente si era, solo tenía la habilidad de escuchar a los Serafines...
Estaba bastante concentrada en sus dilemas más normales, cuando el timbre de la puerta sonó dos veces seguidas. De inmediato, un gesto de fastidio junto sus cejas, mientras que su mano a tientas, trataba de dar de nuevo con el celular en el mueble a su lado para revisar la hora; ya la sabía, pero quería confirmarla. Se quedó con las ganas de maldecir a quien llamaba, pues seguía siendo razonablemente tarde; aunque eso no significaba que iba a abrir.
Convencida de que seguro era alguna clase de error, o alguien vendiendo cosas en las que no estaba interesada, tomó la almohada sobre la que descansaba su cabeza, y se la colocó encima. Sus cortinas aun estaban cerradas, y la luz a duras penas se filtraba por las orillas de la ventana; pero tuvo la esperanza que ningún ruido volviera a fastidiarla de esa forma.
Se dio cuenta que sus esfuerzos fueron inútiles, cuando otros dos llamados la hicieron removerse como pez fuera del agua, para luego sentarse. Quien estuviera tocando, dio signos de persistencia cuando al cabo de otros tres minutos, volvió a timbrar.
Entre molesta y resignada, se puso de pie para luego encaminarse sin mucha prisa hasta el baño; no creía que fuese nada importante, pues de lo contrario la habrían llamado ya al celular, así que hizo su rutina de recién levantada, y cuando terminó, finalmente se encaminó hasta la puerta.
La palabra arrepentimiento no fue suficiente para abarcar lo que sintió al abrir.
David estaba al otro lado, y en cuanto la vio, le soltó tremenda sonrisa que de seguro y sin esfuerzo, le había fundido la mitad de las neuronas, a la vez que a las otras las dejo alucinadas babeando por su presencia. Si vestido formal con su aura de profesor serio, se le veía guapo; cuando iba casual, y sonreía como el ángel que era, no había palabras del plano mortal que pudieran describirlo.
No le harían justicia.
Afortunadamente, sus tripas tomaron la iniciativa lanzando un sonoro gruñido, logrando que su cerebro reaccionara a la vergonzosa realidad.
-¡¿David?!-. Gritó tratando de acallar el ruido, sintiendo como un calor espantoso se arremolinaba en sus mejillas.
Él intentó contener sus reacciones, pero la sonrisa que ya mostraba se ensanchó divertida por lo que acaba de pasar. Había esperado hasta esa hora para verla, pues conocía su gusto por dormir; pero obviamente la subestimó.
Violeta llevaba la marca de la almohada en su mejilla; el pijama tenía pasta de dientes cerca del cuello; y su cabello parecía querer revelarse contra la forma de trenza que llevaba. Todo eso, sin contar el casi rojo fosforescente que teñía la piel de su rostro.
Era adorable. Y no habría manera en que se resignara a perderla, incluso si eso significaba dejar sus alas...
-Sorpresa...
-¿Qué... qué haces aquí?-. Sus manos viajaron a velocidad luz hasta su cabello, no estaba segura de haberlo arreglado adecuadamente. Luego miró sobre él, como si esperara que de pronto apareciera alguien más.