Toda historia tiene su principio

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Nunca pensé que los atardeceres me llegaran a gustar después de la muerte de mi madre. Cuando era niña siempre nos sentábamos juntas en el jardín para ver cómo se ponía el sol. Cuando ella nos dejó, empecé a odiarlos profundamente. Pero ya no los odio, ahora son muy importantes para mí, porque significan que he sobrevivido un día más y que mi hija también lo ha hecho.
Es una historia muy larga, pero ya que irónicamente me espera un "para siempre" en esta maldita isla, la escribiré. Supongo que algún día alguien leerá esto si el mar no se lo ha tragado, y no habré perdido el tiempo.
Me llamo Laia. Laia Sánchez. Actualmente tengo 18 años, tengo una hija de 2, y vivo en una isla desconocida para todo el mundo que no forme parte de los cuerpos de inteligencia de EEUU y España. Vivo con cuatro personas más, entre ellas el padre de mi hija.
Debe de sonar todo demasiado paranoico, y el que lo lea pensará que estoy loca. Pero no. Aunque parezca ficción, esto es verdad. Esta puta realidad es la que tengo que vivir día a día intentando no perder la cabeza.
Supongo que tendré que explicaros todo, y toda historia tiene su principio, ¿no?
Cuando murió mi madre, mi padre y yo nos fuimos de Barcelona a Madrid. Él solicitó un traslado que me hizo cambiar por completo. Yo vivía en un pueblo, no en BCN capital; y de estar por las noches durmiendo con un silencio absoluto, pasé a dormir poco y mal en un barrio muy ruidoso. Así que empecé a odiar la ciudad tan soñada por muchos adolescentes. En el instituto nuevo me marginaban por ser la nueva; a mí me daba igual, pero es jodido estar sola cuando en BCN tenía tantos amigos.
Mi padre es espía, pero al mudarnos, en su trabajo empezaron a surgir propuestas para un proyecto algo extraño financiado principalmente por EEUU. Querían comprobar hasta qué punto resiste el ser humano cuando se le sitúa en un lugar totalmente distinto al que está acostumbrado. Y si la especie continuaría desarrollándose menos, por igual o más que la gente normal. Mi padre se metió en el proyecto, pero se dio cuenta de que las cosas no se hacían éticamente correctas y quiso dejarlo. Ahí empezaron los problemas.
Empezaron las llamadas de gente que no contestaba, los correos con fotos nuestras, las pintadas en el portal amenazándole, etc. Y mi padre sentía miedo. Pero no por él, sino por mí.

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