Su sonrisa

21 2 0
                                    

Un mes después de que empezaran a amenazarnos, mi padre tuvo una idea que creía correcta; volver a mudarnos. Pero lo que él no sabía era que el servicio de inteligencia está en todas partes, y que la mujer que nos alquiló el nuevo piso, estaba casada con uno de sus compañeros de trabajo.
Todo parecía haberse calmado, no recibimos más llamadas ni correos durante tres meses. Y de repente un día, llamó alguien a la puerta.
Era un hombre de mediana edad, metro ochenta de altura aproximadamente, ojos verdes muy intensos, pelo rubio y rapado estilo militar y una cicatriz que le ocupaba prácticamente medio rostro. Mi padre me mandó a mi habitación antes de abrir la puerta. El hombre pasó, y estuvo hablando con mi padre menos de cinco minutos. Cuando se marchó, salí de mi habitación y vi a mi padre pálido y con cara de angustia. Algo estaba pasando.
-Papá, ¿qué ha pasado? ¿Quién era se hombre?
-Laia, me temo que tengo que seguir con el proyecto. No me queda otra salida. No quiero que me preguntes nada más, hija.
Y así hice. No pregunté nada más. Pero el tiempo pasaba y mi padre se consumía rápidamente. En poco más de un mes, su pelo negro azabache se había vuelto gris. Sus ojeras hacían que su rostro tuviera un aire fantasmal; y al menos había perdido diez kilos. Me tenía muy preocupada, mi padre perdió lo único que siempre tenía: su sonrisa.
Mi madre se enamoró de él nada más ver su sonrisa. Era algo que le caracterizaba, y que le hacía ser un hombre muy atractivo. Sus ojos azules y su piel morena hacían juego con esa sonrisa perfecta. Y me siento afortunada, porque heredé los ojos verdes de mi madre y la sonrisa de mi padre, ambas cosas lo que más me gustaba de ellos.
Mi padre sin su sonrisa, no era más que un cuerpo que respiraba y parpadeaba porque era inconscientemente, al igual que el latir de su corazón.

La IslaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora