Capítulo 1: 13 Dones

245 17 10
                                    

Todo el reino se había reunido entorno a la recién nacida. Los reyes, junto a la cuna de su hija, vieron cómo siete esferas de luz diminutas, descendieron al entrar por una ventana. Al llegar al suelo, estas tomaron forma y tamaño humanos. Eran unas mujeres con lujosos vestidos de distintos colores, varitas de distintos objetos, tamaños, y formas, y alas a la espalda. Eran hadas.

Galatea, Narcisa, Saralia, Magnolia, Amalia, Escelia y Felicia, eran las Hadas de los Dones. Habían ido allí para hacer su trabajo, que no era otro que entregarle sus dones a la princesa Lidia, comprometida con el príncipe al que tenían que ir después para entregarle también sus respectivos dones. El príncipe Agmos, del reino vecino. Así, que, haciendo caso a la anciana Galatea, se dieron prisa.

Galatea, la que más tiempo llevaba ejerciendo su trabajo, le dio a Lidia el don del amor; Narcisa, la belleza; Saralia, la inteligencia; Magnolia, la sensatez; Amalia, la sencillez, y Escelia, la cordura. Cuando todas ellas terminaron, le llegó el turno a Felicia. Era su primer día, y, por tanto, no tenía varita, pues esta, se le daría, o se crearía ante ella. Lo sabrían cuando cogiese en brazos a la princesa, y, con un beso, le transmitiese su don.

Cuando la reina le entregó a su hija, Felicia, la cogió, con sumo cuidado, y la besó. En el acto, sus ojos brillaron con una luz blanca, el aire sopló a su alrededor, y Felicia habló con una voz grave, que no era la suya, mientras delante de ella empezaba a formarse una empuñadura de oro y plata, y sus alas se iban, poco a poco, secando de magia.

Sangre azul enamorada,

el amor su perdición,

guardián sin saberlo del poder más peligroso,

entregado por quien quiere gobernar,

sumida en un descanso,

para la victoria de todo mal.

Cuando terminó, se quedó tiesa, con la princesa en brazos, sin percatarse de que todos los presentes estaban mirándola asustados. La reina, aterrada, cogió a su hija de los brazos del hada. Entonces, Felicia se desmayó, con la empuñadura que había creado entre sus manos, ajena a lo que sus seis compañeras acababan de descubrir. Ella era un hada profetizadora, y lo que le había dado a la princesa no era un don, sino una profecía.

Cuando volvió en sí, nadie le dijo a Felicia lo que le había pasado, asustados por lo que pudiese ocurrir. Ella, no lo recordaba. Sus compañeras, que habían hablado con la reina de las hadas de lo ocurrido, mediante un breve hechizo de comunicación, se llevaron a Felicia, por petición de su reina, a darle los dones al príncipe Agmos, temerosas de lo que pudiese pasar.

Galatea, le dio el amor; Narcisa, la belleza; Saralia, la inteligencia; Magnolia, la valentía; Amalia, la fuerza, y Escelia, la justicia. Ante el incómodo silencio, y la atenta mirada de sus compañeras, el rey posó al príncipe Agmos entre los brazos de Felicia. De nuevo, le dio un beso a un niño en la frente.

No pasó absolutamente nada, hasta que dejaron al pequeño en la cuna. A Felicia le brillaron los ojos por un segundo, y, asustada, dijo:

—Tenemos que volver ante la princesa Lidia, y rápido, acabo de ver algo terrible, Galatea, ya sabes qué hacer— Felicia estaba muy alterada. Había visto una imagen que la aterraba.

Galatea asintió. Aquel hechizo que iba a lanzar, estaba prohibido salvo en casos de emergencia. Sin embargo, había visto la clase de hada que era Felicia, y eso la convenció. Apuntó con su varita a un extremo de la sala, y allí, apareció una puerta, que cruzaron las siete, hacia el palacio de la princesa Lidia, olvidándose de cerrarla tras ellas. El reino del príncipe Agmos, también iba a ser testigo de un suceso terrible.

¿Otro Cuento de  Hadas? (En revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora