Capítulo 14: El Prado Negro

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Admito que me he copiado del Magnapresa de Alicia en el País de las Maravillas para este monstruo, incluso el nombre tiene las letras en orden distinto, pero me parecía un monstruo temible para el momento, y no tenía imaginación para buscar o inventarme otro. El nombre del capítulo es algo simbólico, cuando lo leáis, lo comprenderéis.

Agmos se levantó el primero y cogió la espada. Ante ellos se extendía un pequeño prado, en cuyo centro corría un riachuelo con un agua verde putrefacto. Desde la cueva, podía ver que entre la hierba había algún extraño ser oculto. Al final del prado, pudo ver una torre semi-derruida que estaba casi completamente comida por el musgo, la hiedra y plantas trepadoras, que, desde allí, despedían un extraño olor dulzón, propio de los venenos. El suelo estaba cubierto de una tierra negra. Todo el prado era una mortal trampa hacia la torre de Dalia. Calmado, levantó a los demás, que sin dudarlo, montaron en sus caballos, mientras él dejaba al suyo atado a la entrada de la cueva. Desde que había descubierto su destino, sabía perfectamente lo que había que hacer, por lo menos, a lo que él correspondía.

Al llegar a la linde del prado, marcada con una línea negra, hizo parar a los demás. Podía comprobar cómo, a partir de ahí, la hierba cubría una fina capa de tierra negra, que solo podían evitar pisar si caminaban por unas piedras colocadas de tal manera, que les hacía recorrer el prado entero, y pasar por el riachuelo. Cada piedra tenía un símbolo, cuatro símbolos distintos, y uno de ellos era el símbolo que el día anterior se había tragado a su padre... ¿cómo se llamaba su padre? se alarmó, pues, ¿por qué no recordaba el nombre de su padre? esta vez, se asustó aún más, pues, ¿tenía padre, o aquel hombre solo había sido un mero criado? de repente se tranquilizó. Él no tenía padre, nunca había vivido con un hombre que afirmarse serlo. Sin saberlo, su destino empezaba a cumplirse. Orquídea lo alcanzaba.

  Vio los símbolos. Esa extraña estrella de cuatro puntas en el centro de un círculo, el pentágono, la estrella de cinco puntas propia de la magia negra, el nudo celta, propio de la magia blanca, y una flauta de pan en el centro de un trébol de cuatro hojas, el símbolo de la antigua unión entre duendes y sátiros. Escrito en la tierra, había un mensaje:

Para cruzar el valle, seiscientos sesenta y seis casillas haz de cruzar, pero para evitar al maldito, por el tiempo debes empezar y por la blanca terminar. Los duendes y sátiros quieren ser de los primeros, pero pisa de los últimos a la oscuridad y cara a cara nos veremos, pues a la tierra caerás, y el Serapagman te atrapará y hasta el interior del riachuelo te llevará, para que que la muerte se te pueda dar.

Agmos asintió. La coordinación de pasos estaba clara, estrella de cuatro puntas en el círculo, pentágono, flauta de pan en el centro del trébol, y el nudo celta, seiscientos sesenta y seis pasos. Aquello podría ser imposible, pero no estaba para pensar mucho. Decidió seguir por ahora desde el principio. El resto le siguió en fila india, pisando exactamente en los mismos lugares que él.

Todo iba bien, hasta que los caballos decidieron tomar un camino distinto. Los equinos, todos a una, se desplomaron en el suelo, al tocar la tierra negra. Algunos caballeros consiguieron volver a las piedras, mientras que, como si de una energía invisible se tratase, los demás salían arrastrados con una rapidez increíble, hacia el riachuelo. En ese momento, Agmos se olvidó de la prueba, el enigma, o lo que fuera. Saltó de piedra en piedra al azar, por el camino más rápido hacia ellos, para salvarlos.

Llegó ante ellos. Eran tres, y estaban totalmente inconscientes. De entre la hierba, salió el extraño ser que los había arrastrado. Era una especie de diminuto sapo con los dientes afilados y ojos negros. Su escamosa piel era de un color verde veneno, por lo que Agmos decidió no tocarlo con la piel. Desenvainó la espada, pensando que iba a ser demasiado fácil vencerlo, hasta que saltó al riachuelo y el agua empezó a hervir. Al cabo de unos segundos, el animalito salió del agua. Era más grande que Agmos, peludo, con unas terribles garras y unos dientes muy afilados. Le rugió a Agmos en la cara, soltándole una gran cantidad de baba en todo el cuerpo, la cual se quitó de una sacudida, y apuntó con la hoja de la espada a ese monstruo, dispuesto a enfrentarse a él, al Serapagman.

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⏰ Última actualización: Jan 10, 2016 ⏰

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