Capítulo 8: Ataque en un Baile

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Felicia se levantó ese día con el malestar del sueño que había tenido. No conseguía darle explicación. Si ella fuese un peón, estaría cumpliendo las órdenes de alguien. Cuando pensó en esa última parte, se lanzó a por la varita y la agitó ante ella. Las imágenes del sueño se materializaron en el espejo de su habitación. Empezó a pasar con la varita las imágenes hasta llegar a la que le interesaba. Rosa, la dueña de las fichas blancas, contra una persona que desconocía. Rosa podía ser derrotada en cualquier momento, su rey sería destruido si no hacía algo contra ese enemigo desconocido. Si el rey de Rosa caía, Felicia dejaría de ser un peón para ser la jugadora de fichas blancas. Es decir, que en la realidad, Rosa sospechaba que había alguien que era más peligroso e inteligente que Dalia. Y si ese alguien derrotaba a Rosa, Felicia tendría que ocupar su puesto en la batalla. Salió de la habitación, mostrando la mayor despreocupación posible. Estaba decidida de sacar a Lidia del castillo y hablar con Ramón sobre lo ocurrido. Si su ahijada iba a morir, ella estaría a su lado para evitarlo.

Estuvieron toda la mañana cogiendo muestras de aquella tierra oscura que había dejado Dalia. Por algún extraño motivo, estaba desapareciendo poco a poco a medida que Felicia utilizaba su magia para meterla en pequeños frascos. Cuando cogieron hasta la última muestra de tierra, volvieron al otro lado de las murallas del reino. Los frascos empezaron a brillar, emitiendo un sordo ruido de campanillas. Felicia comprobó, horrorizada, cómo el escudo que había estado durante tanto tiempo protegiendo el reino, perdía fuerza. La tierra desapareció de los frascos, salvo una minúscula parte. Al mismo tiempo, empezó a despertar la gente.

Lidia y Felicia fueron corriendo al palacio. Las reinas habían despertado extrañadas, al igual que Sofía. No entendían qué había pasado. Se lo contaron todo en unas palabras, y Felicia fue a observar la poca tierra que le quedaba, mientras que Lidia, sin que nadie lo sospechase, se metía en su habitación para huir por el escondite del armario.

Lidia volvió a salir por la pequeña puerta que daba al establo. No encontró a Ramón allí. Por algún motivo que desconocía, quería verlo y no apartarse de él hasta bien entrada la noche, hablando de los años en los que estuvieron juntos. Los años de vida en los que realmente se lo pasó bien. Desde que lo volvió a ver el día anterior, una pregunta se formó en su cabeza ¿qué vida era para una niña de siete años estar siempre encerrada en palacio, estudiando cómo sentarse, cómo comportarse, y tantas otras cosas como la distribución de un ejército? Empezaba a comprender que su infancia había acabado en el mismo momento en el que dejó de ver a Ramón, y que había vuelto a ser realmente ella cuando se lo encontró. Mientras estas ideas cruzaban su mente, se las negaba a sí misma, buscando a Ramón.

Felicia dejó de investigar con la tierra. Había llegado a la conclusión de que "Los Secretos de la Magia Negra" sería lo único que le daría una respuesta. Después de leerlo de cabo a rabo, no encontró nada relacionado con la tierra negra. Lo soltó, tirándolo sobre la mesa. La sacudida que provocó, hizo que el tarro con la tierra negra se rompiese. La tierra ensucio el libro de "Las Aventuras del Hado Acai" que brilló intensamente con una luz morada, y se abrió por el capítulo diez "El Polvo del Sueño Mortal". Felicia aguantó la respiración. No podía ser casualidad.

Lidia llegó, en mitad de sus pensamientos, a la plaza principal. Todos los allí presentes, si no estaban colgando adornos para el día de la boda y de la coronación, estaban practicando el baile que les dedicarían a ella y a Agmos. Todos formaban un círculo perfecto, cogidos de las manos, sin parar de cantar y de girar. Después, se separaron en parejas de dos y tanto hombres como mujeres empezaron a bailar por separado. Lidia decidió quedarse apartada para mirar el espectáculo, pero entonces notó cómo alguien la agarraba del brazo y tiraba de ella. En tan solo unos segundos, se encontraba en mitad del gentío, bailando con Ramón, que estaba sonriéndole tan descaradamente por el susto que se había llevado, que se puso colorada, y todos esos pensamientos que hasta hace un momento estaban en su mente, desaparecieron. Recordaba cuando, de niños, había aprendido ese baile. En un momento dado, las parejas se separaron en filas de hombres y mujeres. Ramón, disimuladamente, la sacó de la plaza principal, y, sin que ninguno de los dos se quejase, siguieron bailando juntos.

Felicia cerró el libro, negándose a creer lo que la historia decía. Pero no podía seguir creyendo que eso era solo un cuento ficticio, sacado de la imaginación de un escritor que había ido recopilando historias de miles y millones de generaciones. Asustada, fue a buscar a Lidia. Cuando vio que no estaba en su cuarto, la buscó por el resto del palacio. No la vio por ninguna parte. Se asustó, no sabía dónde podría haber ido, no estaba en el palacio, lo que significaba que estaba fuera, en el exterior. En peligro. Sacó su varita, y, con un movimiento de esta, una esfera de luz blanca apareció ante ella, guiándola hacia Lidia. Cuando vio que salía por una ventana, se asustó, y empezó a revolotear tras ella. Vio que en la plaza principal estaban bailando todos allí, preparándose para la boda y la coronación. Si no llegaba a encontrar a Lidia, no habría ninguna de las dos cosas. Tenía que encontrarla y dejarla en palacio hasta que la amenaza, personificada en Dalia, desapareciese.

Al fin, la encontró. Estaba sentada con Ramón, en un banco de madera que daba a las montañas, mirando cómo el sol se preparaba para el atardecer. La esfera se desintegró, y ella se escondió detrás de un montón de sacos que había allí. Sonrió al ver cómo Lidia se reía como hacía tiempo que no lo hacía, al menos que estuviese con ella. Una especie de alarma saltó en su interior. Lidia debía de casarse con Agmos, tenía que evitar que se acercase a nadie más, ¿y si Ramón había sido engañado o hechizado por Dalia para que cumpliese sus deseos? Felicia, suspirando, salió de detrás de los sacos. Cuando Lidia la vio, sus risas se cortaron. El hada desprendía un aura de poder demasiado fuerte como para estar contento. Su madrina habló con una voz autoritaria y firme, que no era digna de ella:

-Ramón, aléjate de ella, no quiero que estés cerca de Lidia durante un buen tiempo. Lidia, te ordenamos que te quedases en tu habitación, pero veo que has desobedecido, y, de alguna manera, te has escapado. Lo siento mucho, pero, a partir de ahora, cuando no esté yo contigo, lo estará tu dama de compañía, Sofía. He de recordarte que tu boda será dentro de poco, y te casarás con el príncipe Agmos, no con un plebeyo huérfano que acogió un matrimonio que no podía tener hijos y que se dedica a limpiar a los caballos y sus regalos-

Dicho eso, se acercó a Lidia, y la agarró del brazo, mientras le lanzaba una mirada de odio a Ramón. Este, no entendía qué había hecho mal, y quiso preguntarle a Felicia, pero esta, al ver que se movía, hizo un leve gesto con su varita, que soltó un rayo de luz, lanzando a Ramón tres metros de ellas. Lidia intentó soltarse de Felicia, con lágrimas en los ojos, pensando que su hada madrina había matado a su amigo. Mientras gritaba su nombre, la gente se acercó a ellos. Sus padres adoptivos, se apresuraron a recoger a Ramón del suelo, y se lo llevaron al interior de su casa. Todos los allí presentes, miraban con compasión a la princesa, que no dejaba de llorar, y con un odio terrible a Felicia, que, con determinación, obligó a su ahijada a entrar en palacio. Lidia estuvo llorando durante todo el día, porque, lo más probable, es que Felicia, su mejor amiga, hubiese matado a Ramón.

Felicia se encerró en su habitación, e intentó convencerse a sí misma de que lo que había hecho era por el bien de Lidia, para protegerla, pues la descripción de los efectos de la tierra negra que había leído en el libro, era demasiado horrible. pero, mirando por la ventana, y recordando el sueño de la noche anterior, se preguntó una vez más quién sería el rey que sostenía a Lidia entre sus brazos.

Sofía acarició el cabello de Lidia, mientras esta lloraba sobre su pecho. Cuando se tranquilizó, pensó en contarle lo que pensaba de Felicia, pero decidió esperar al día siguiente. No por nada había estado observándola toda la vida.


¿Otro Cuento de  Hadas? (En revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora