Capítulo 7: Tierra Negra

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Mientras, ¿Qué estaría pasando con Lidia? la princesa había sido recluida en su habitación, junto a su dama de compañía, como medida preventiva expuesta por ambas reinas. Pero la pobre mujer se había quedado dormida sobre la cama. Sin duda, una consecuencia del susto que le había producido el ataque de Dalia. Enseguida, la mente de Lidia se fue hacia ese extraño y malévolo personaje. Sabía todo tipo de leyendas sobre Dalia. Todo lo había escuchado y leído en leyendas que había por todo el reino, pero serviría para algo. Aunque había algunas cosas que no lograba entender, como el sueño en el que su madrina se enfrentaba a esa extraña mujer. Pero había algo mucho peor que la desconcertaba aún más. El ataque a su dama de compañía.


Mientras la anciana Sofía seguía durmiendo, Lidia no pudo soportar seguir allí encerrada. Como habían cerrado la puerta con llave, se dirigió hacia su estantería y volcó un libro hacia la izquierda. Su armario se abrió, para que la pared de este desapareciese, dejando un túnel que salía al exterior. No podía creer que el deseo que le pidió a Felicia con siete años pudiese funcionar todavía. De todas maneras, estaba decidida a utilizarlo para salir y despejar las dudas que tenía.

Lidia salió a un establo lleno de caballos, por una diminuta puerta que utilizaban para guardar herramientas de limpieza y montura. No recordaba por qué daba a ese lugar, hasta que se chocó contra el joven de pelo negro y ojos castaños que siempre había compuesto una sonrisa en su rostro. El mejor amigo que había tenido hasta los ocho años, cuando empezó sus preparaciones como princesa y reina, antes de que llegase Agmos a su vida. Ramón, que en esos momentos, la miraba con extrañeza y una sonrisa divertida en el rostro, tiró el cubo de agua que tenía, al suelo, y la abrazó tan fuerte que casi le corta la respiración.

Ramón no podía creer que su mejor amiga estuviese ante él. Su alegría se volvió desilusión cuando Lidia aclaró el motivo de su visita. Él ya había escuchado el problema que había ocurrido hacia tan solo cinco horas. Dalia había atacado a la compañía de Lidia, y había declarado la guerra al rey si no le entregaba a su hija. Ramón no pensaba ayudarle con nada que implicase ponerla en peligro.

La princesa, sin escuchar ni una palabra de lo que Ramón le decía, salió a la calle. Casi todos estaban resguardados en sus casas, por el miedo que tenían con la aparición de Dalia. Solo algunos se habían quedado en las calles, terminando los preparativos de la fiesta. Tenían la esperanza de que los caballeros, junto con Agmos y los dos reyes, acabasen con su amenaza. Lidia fue corriendo a la salida de la ciudad, seguida por Ramón, hacia la orilla del lago.

Tardó hora y media en llegar al lugar donde Felicia se había encontrado con su dama de compañía. Ramón se paró a unos centímetros de ella, tomando aire forzosamente y doblado sobre sí mismo. Lidia rió. Para ser un joven acostumbrado a las labores del campo, se cansaba con una mera carrera. Ramón le metió un pequeño empujón y ella cayó al agua, muerta de risa. No recordaba la última vez que se lo había pasado bien de verdad. Entonces vio lo que buscaba, y su sonrisa desapareció del rostro.

No era exactamente lo que buscaba, pero Lidia estaba segura de que era una especie de pista. Era un círculo negro en la tierra. Tierra negra. Tenía pizcas de polvo de hadas. Lidia se acercó, y cogió un poco de aquella tierra negra entre sus manos. En el acto, las cuencas de los ojos le giraron hacia el interior, su piel se volvió pálida, tan marcada que se podía ver correr la sangre por sus venas. Abrió la boca, y de ella, salió un horrible ruido que agitó el agua del lago, hizo temblar el suelo, y asustó a los pájaros, que salieron volando. Ese horrible ruido continuó durante dos largos minutos, mientras Ramón se tapaba en vano las orejas. Lidia cerró la boca y el ruido paró al instante. La princesa se desmayó, en los brazos de Ramón, que se había apresurado a cogerla.

Lidia despertó sobre un montón de paja. Ramón estaba en esos momentos, dándole la espalda, llenando un vaso con agua. Cuando se dio cuenta de que Lidia había despertado, fue corriendo con el vaso en la mano. Ella se lo bebió, y al cabo, preguntó:

-¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me he quedado inconsciente?-

Ramón la miró, y dijo, algo preocupado:

-Tres horas... había pensado que habías muerto, pero hace cinco minutos te he encontrado el pulso, has empezado a respirar con normalidad, y te has movido en sueños. Había ido a por un vaso de agua para cuando despertaras-

Lidia se alarmó, y dijo, casi gritando:

-¿Tres horas? dios mío Ramón, a estas alturas ya se habrán enterado que estoy fuera del palacio-

Ramón negó, y señaló a la calle. Todos estaban dormidos. La princesa miró a Ramón:

-¿Cuándo ha ocurrido esto?-

Ramón suspiró y dijo:

-Creo que ha ocurrido al mismo tiempo en el que tú te quedabas inconsciente, cuando llegué estaban ya así-

Lidia miró a su alrededor, asustada e impresionada al mismo tiempo.

Lidia se acercó a un hombre, que se había quedado dormido sujetando una escalera. Lo agitó para despertarlo, pero este no hizo ninguna señal de que lo hubiese notado. En su lugar, soltó un profundo y ruidoso ronquido, que hizo temblar todo su cuerpo. El hombre que estaba subido a la escalera hubiese caído si ella no la hubiese agarrado. Miró a su alrededor. Era verdad, estaban todos dormidos. Pudo ver a una mujer con la cara metida en una de las macetas de su ventana, que iba cediendo poco a poco. Lidia llamó a Ramón, y entre los dos, empezaron a poner a las personas dormidas fuera de peligro. En ese mismo instante, una diminuta esfera de luz aterrizó ante ellos, y tomó la forma de Felicia, que, reposando, fue a abrazar a Lidia, con lágrimas en los ojos por haberse temido lo peor.

Felicia se llevó a Lidia a la habitación una vez hubieron puesto a toda la gente en sus camas fuera de peligro de caer de lugares altos. Mientras Lidia se metía dentro de su cama, aguantó increíblemente bien la reprimenda de Felicia por haberse escapado del cuarto. Pero, al no saber cómo lo había conseguido, no cerró la salida secreta del armario, la cual había olvidado definitivamente hacía unos años. Entendía que Felicia estuviese enfadada con ella, había dormido a todo el reino. Pero, una vez su hada se hubo marchado, ella se quedó pensando en Ramón, y la duda de por qué él no se había quedado dormido, la asoló por completo. Al final, sin poder evitarlo, se quedó dormida.

Ramón se metió en su cama, mirando por la ventana hacia la habitación de Lidia, tanto tiempo sin verla, y ese día había dado con él. Desde luego, ese día había sido el mejor de su vida desde hacía mucho tiempo. Él había llegado a estar enamorado de Lidia, hasta que la recluyeron en la vida en palacio, y solo salía si era para jugar con Agmos, al que había llegado a odiar. Con el tiempo, había ido dejando todos esos sentimientos atrás, pero, cuando en el lago, volvieron a reírse tanto como cuando eran pequeños, descubrió que todavía la amaba. Al cabo de unas horas, ya estaba dormido.

Felicia se tiró directamente en la cama, y se quedó dormida. Soñó que se encontraba en un tablero de ajedrez gigante. Dalia era una figura gigante con alas y cuernos, de cuyo cuello colgaba la figura de un peón. Orquídea tenía también un peón colgando del cuello, y un mechón de pelo de Saralia en un objeto mágico que servía para controlar a las personas. Esta última se convertía en una sombra, con la figura de la reina, enfrentándose a Galatea que poseía un alfil. En mitad de todo eso, Lidia yacía muerta con otra reina en su poder, y Agmos lloraba ante su cuerpo, rodeado de un círculo de fuego, y otro peón en su dominio. Cogiendo a Lidia en brazos, había una figura que ocultaba su rostro, con la figura del rey en una de sus manos. Felicia era otro peón, un peón que se convertiría en la jugadora si Rosa, la reina de las hadas, moría, ante un oponente que no se mostraba. Felicia no podía moverse en esos momentos. Intentó despertarse del sueño, pero este la había agarrado sin piedad.


¿Otro Cuento de  Hadas? (En revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora