Capítulo 4: La Marcha de Agmos

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El rey Augusto, padre de Agmos, y el rey Luis, padre de Lidia, escucharon atentamente a Felicia. Cuando terminó, Augusto tomó la palabra:

—Es verdaderamente preocupante que Dalia, ese personaje propio de las leyendas, exista realmente, que haya vuelto, y mucho peor, que quiera destruir a Lidia para sus objetivos. Entonces, quieres que enviemos a un ejército a por ella, antes de que nuestros hijos cumplan los dieciocho años de edad, ¿no comprendes que sería más prudente quedarnos en nuestros reinos protegidos por la barrera mágica que creasteis las hadas hace tantos siglos?— Augusto se sonrió a sí mismo pensando que había tenido una genial idea, pero, de lejos, su mujer le dirigió una mirada de reproche y negó con la cabeza.

Felicia sabía que alguno de ellos iba a decir algo así. Cuando las hadas les reescribieron la memoria hacía casi dieciocho años, dejaron a Dalia en sus mentes como un personaje de leyenda, un ser inmortal que siempre desencadenaba cualquier tipo de conflictos, motivo por el cual, creían recordar, levantaron barreras en los dos reinos principales. Felicia se preocupó al ver que tenía razón. Nadie saldría de los palacios en el caso de sentirse seguro. Entonces Luis intervino:

—Augusto, es a mi hija a quien busca por algún motivo inexplicable. Ese ser probablemente esté buscando la forma de romper la barrera mágica que la repele. Tenemos que enviar caballeros cuanto antes— sentenció levantándose del trono y levantando su brazo derecho con el dedo índice por encima de su cabeza, como si estuviese pidiendo la palabra, aunque su intención era señalar a Augusto por su insensatez. Su esposa, que no soportaba las malas maneras, carraspeó fuertemente llamando su atención, con lo que consiguió que Luis se tranquilizase y volviese a sentarse en el sitio.

Felicia, que hacía como si no se hubiese percatado, asintió con una cabezada ante lo que Luis había dicho, y Augusto suspiró, resignado. Ciento cincuenta y un caballeros irían a buscar a Dalia para luchar contra ella y destruirla. Era normal que enviasen a tantos soldados, dado lo que Dalia podía llegar a hacer según los recuerdos que tenían, pero Felicia sabía que no lo lograrían si no tenían con ellos un hada o un arma construida con los poderes de estas. Así que, como un hada no podía intervenir directamente en batallas protagonizadas por humanos, Felicia se decantó por lo segundo.

Los caballeros se dieron prisa. Al cabo de unas horas, estaban saliendo. Felicia, que no sabía que ya estaban partiendo hacia su búsqueda, estaba haciendo una serie de hechizos para convocar un arma que hacía muchos siglos que las hadas habían construido. Tenía pensado dárselo a uno de los dos reyes, que partirían con los guardias. El arma mostraría el rastro que había dejado el hechizo del viento allá por donde hubiese pasado. Y, una gota de sangre de Dalia sobre este objeto sería capaz de destruirla.

Lidia y Agmos habían ido a despedir a sus padres. Laura y Ariadna, madres de Lidia y Agmos respectivamente, hicieron otro tanto. Ariadna despidió cariñosamente a su marido, deseando que volviese sano y salvo, y él la tranquilizó prometiendo que estaría de vuelta dentro de muy poco. Por otro lado, Luis y Laura se miraron largamente, ella le deseó que se lo comiese un dragón por el camino, y él que ella se atragantase con un pastelito, y ahí lo dejaron.

Lidia los miró, molesta y le dirigió una mirada a Agmos, que la observo divertido y se acercó a ella poniéndole el brazo por encima.

—Oh, venga, no te pongas así— le sonrió —Al menos no son tan empalagosos como mis padres.

—Perdona que te diga, querido— le dijo Lidia en un tono de enfado burlón —Tú y yo somos tan empalagosos como tus padres.

—Sí, respecto a eso, prométeme que no seguiremos así mucho tiempo después de la boda— rió Agmos mientras Lidia se giraba y se iba, enfadada porque no fuese capaz de hablar seriamente sobre lo que la preocupaba. Agmos fue corriendo tras ella —No, por favor, no te pongas así conmigo... Devuélveme tu estrellada mirada y sonríe para mí, dulce ángel, pues mi existencia no tiene ningún sentido si tu ira me aparta de tu lado y tus llantos impiden nuestro amor. Cuéntame lo que te aflige, y yo, tu fiel servidor, te ayudaré con ello.

¿Otro Cuento de  Hadas? (En revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora