Medianoche

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Los días transcurrían sin que dejara de hacerme la misma pregunta: ¿qué estaba ocultando Víctor? Pero no era aquella la pregunta más importante que debía hacerme a mí misma, sino por qué me preocupaba tanto por él. No había razón lógica después de todo lo que había pasado.

Yo sabía que él era inocente, y su madre también, aunque la Policía no lo creía así.

Julia Valverde, como cada noche, me llamaba para contarme las novedades sobre el caso. Pero en realidad lo único que buscaba era una voz amiga que la escuchara, la entendiera y le diera cobijo, aunque fuera en la distancia.

Me atormentaba el no poder decirle que había hablado con su hijo, que él estaba bien, pero andaba metido en un lío. Ella era su madre, ¿cómo podía hacerla sufrir de aquella forma por él? Víctor era un irresponsable, pero yo me sentía igual por seguirle el juego.

Otro asunto que me tenía rondando era Paul. Él estaba enviándome mensajes y pidiéndome perdón continuamente, sin embargo yo no respondí a ninguno a pesar de que Martina me suplicara que lo hiciera. Eso era otra, ella se mostraba algo molesta por mi actitud, sobre todo por lo que le hice a Paul en la última salida.

La verdad es que la culpa solo fue mía, bueno no exactamente, más bien fue del alcohol. Me prometí a mi misma que no volvería a beber en lo que me restaba de vida.

-Deberías de darte un respiro- me aconsejó Martina después de dar por terminado su descanso.

Y es que aquella mañana ni siquiera había despegado mi trasero de la silla donde trabajaba, pero no podía. Los últimos días había estado algo distraída con todo lo que había pasado y tenía que aprovechar la jornada para ponerme al día con las cuentas.

-Tengo que terminar esto sin falta- le expliqué sin siquiera despegar la vista del ordenador.

-Pues para mí el café de media mañana es sagrado- comentaba ella tras de mí.

Doscientos... Quinientos... El mantenimiento... ¿Qué es esto? Joder, ¿es que no se va a callar esta chica? No voy a poder terminarlo. Empezaré de nuevo.

Doscientos, quinientos. Vale, setecientos y si añado el gasto de... A ver, dónde estaba...

-Te está sonando el móvil- volvió a interrumpirme Martina.

La miré confusa y ella repitió sus palabras.

La verdad es que no me había dado cuenta de la notificación de mi móvil, quizás me había acostumbrado al sonido de fondo de mi smartphone gracias a todos los mensajes que Paul me enviaba a lo largo del día.

Sabía que mi amiga me avisaba con cierto interés en ello porque ambas estábamos casi segura que se trataba de otro intento de disculpa de Paul. Yo opté por ignorarlo, ni siquiera leí su contenido.

-¿No vas a verlo?- me preguntó con cierta curiosidad.

-No- negué e intenté volver al listado de cuantías que tenía en la pantalla.

-¿Es Paul?- volvió a preguntar.

-No lo sé, pero tampoco me importa lo que tenga que decir- le dije volviendo quitar la vista de tanto número.

-Alejandra, le debes al menos una disculpa- sentí como me reñía y aquello me hizo reaccionar de una forma que no esperaba en mí, sentí lástima. ¿Pero por qué? Me sentí mal, más por mi amiga que por él. Y la razón de sentirme así era que ella estaba viendo lo cruel que estaba siendo con otra persona y no podía permitirme que se llevara una mala imagen de mí. Yo no era así, no era una persona cruel.

Tomé el móvil y Martina aplaudió a mi lado. ¿Cuándo se había puesto allí?

-Está bien, voy a ver- me resigné ante los ojos de Martina.

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